Por M. H. Lagarde
-Entonces, en La Canción… pasa lo mismo que en Los días siguientes, no hay una historia real, o sí está, como siempre…
-Digamos ficcionada, que es un verbo horroroso. Viene de la realidad lo que yo cuento ahí y hay muchas cosas que son reales pero no están contadas como en Días y Noches o como en Memorias… o como en los textos que estoy escribiendo ahora, sino que hay una intención de ficción, hay personajes a los que les ocurren cosas. Se va armando una trama que es inventada por el autor de acuerdo con lo que es una novela típica. Nada más que una estructura de novela donde historias paralelas se entrecruzan pero con los cánones de una novela clásica. No es lo mío. Este es un libro que tiene pedazos que me gustan, en fin, no me arrepiento de haberlo escrito.
Creo que es útil, que es imprescindible, que uno recorra los caminos que siente que tiene que caminar aunque al cabo no descubra que ese no era el propio camino. Uno no puede llegar a averiguar si ese no es su camino si no lo recorre. La única manera de encontrarse consiste en perderse. Yo creo que La canción… no es un hallazgo, pero es un extravío fecundo en lo que puede haber sido mi información. Uno se va formando siempre. Uno está vivo, uno nace de nuevo cada día.
-Sin embargo, Días y Noches, es el gran hallazgo de Galeano. Galeano vuelve a nacer…
-Yo creo que sí, que es el libro donde comienzo a encontrar una forma que se parece a mis intenciones porque ahí apliqué este modo de armar un libro, de armar una historia que me permite reintegrar lo que está desintegrado, juntando los pedacitos y haciendo con ellos algo que el autor propone al lector para que este lo complete dentro de sí. O sea, es el lector quien realiza la unidad de los fragmentos que el autor propone a partir de una conciencia de la necesidad de integrar lo que está desintegrado, de vincular lo que está desvinculado, de cazar lo que está divorciado. Hablábamos al principio de la división del cuerpo y el alma que a mí me hizo daño. Yo tuve una formación católica muy fervorosa, no porque mis padres me la impusieran, porque mis padres eran católicos, pero no fanáticos. Es esa manera de ser católica que tiene la gente que va a misa de vez en cuando, sin tomárselo muy en serio. Yo fui al catecismo y resulta que era tremendo místico cuando era niño y lo sigo siendo. Esa cosa terrible y maravillosa que es un místico sin Dios. Esa cosa hermosa y al mismo tiempo muy difícil de sobrellevar. Con Dios es más fácil porque te responde todas las preguntas, te absuelve de toda duda y hasta de toda culpa si uno le paga los precios que él quiere cobrar, pero yo no tengo ningún Dios que me consuele. De modo que soy místico con la suerte de encontrar en el mundo, con bastante frecuencia, certezas de luminosidad. Yo encuentro en el mundo fulgores que se parecen mucho a la idea que ya tenía de Dios, cuando creía en él, siendo un niño en Montevideo. Pero esto me hizo mucho daño desde el punto de vista moral, porque a mí el catecismo me enseñó a sospechar, a desconfiar de mi cuerpo como una fuente de culpa y de pecado en lugar de celebrarlo como una fiesta incesante. Te decía al principio y lo repito ahora: yo no soy mejor que la sociedad que me generó, aunque tengo la conciencia del daño que se me hizo a mí y a todos los demás. Al divorcio del alma y del cuerpo, de la vida espiritual y de lo material, como la bella y la bestia, correspondían también otros divorcios, otras franchutas que se reflejaban y se reflejan en el lenguaje. Hay una definición lindísima que han inventado los pescadores de la costa colombiana para dar nombre al lenguaje que dice la verdad. Ellos hablan del lenguaje sentinpensante. El que es capaz de atar la razón y el corazón. A mí me gustaría se capaz de expresarme a través del lenguaje sentípensante, capaz de ayudar a la gente a que rehaga dentro de sí la perdida unidad del mundo de las emociones y el de las ideas. Todo el sistema cultural vigente las divorcia, divorcia unas de otras.
-Eso es, en buena medida, lo que te propusiste en Días y Noches…; pero también, el libro parece asegurar que el artista no solo es vidente, sino viviente dentro de esa realidad y me parece una visión muy interesante porque suele suceder que la realidad a veces se mira muy de lejos.
Sí, eso involucra una incapacidad mía de ser espectador. Por eso tengo los dientes chuevos, de las palizas que me he ido ligando a lo largo de mi vida, por mi incapacidad de asistir al mundo o espectáculo. Y esta incapacidad de tomar distancia hace que tome partido, y por lo tanto, yo no soy un espectador del mundo sino un protagonista y escribo desde adentro de lo que ocurre. Yo ni diría que es una virtud, sino que es algo que no puede ser de otra manera y no te la puedo vender como virtud. No te puedo decir: Fíjate que gran tipo soy que me meto en el entrevero. Me meto en el entrevero porque no tengo más remedio. En la platea no me puedo quedar pero no porque sea una decisión moral que me honra o que me convierte en nada que sea digno de elogio. Esto es algo así. Como respeto en otros y una aptitud diferente si es honesta o verdadera. Yo creo que buena parte de la literatura más reveladora que se ha escrito en América Latina ha sido escrita por hombres sentados. O sea, por gente que tenía respecto a la vida, y al mundo, una actitud muy distinta a la mía. Por su manera de ser, por su carácter más contemplativo y eso me parece muy digno de respeto. Mientras sea honesto, todo bien. Pero sí, es verdad que Días y Noches trasmite esta suerte de jadeo vital de alguien que cuenta lo que ocurre. Y lo hace a partir de una necesidad que se hizo en mí muy intensa hacia al fin de mi exilio argentino, cuando yo me voy de la Argentina y empieza mi exilio en España. Una necesidad muy intensa de juntar algunos pedazos rotos dentro de mí, de atar el presente y el pasado y de cazar mi vida íntima y vida pública que estaban divorciadas por una cultura que te hace creer que las guerras de adentro no tienen nada que ver con las de afuera y que, por lo tanto, en literatura, traza una línea imborrable entre lo que podríamos llamar la literatura íntima, intimista, que se refiere a los conflictos del alma y la literatura social o política, que tiene que ver con los grandes líos públicos. Esa línea me parece una marca de obscenidad. Es una frontera obscena. Es esa separación la que permite que un señor hable contra el general Pinochet en una tribuna pública y en la casa se porte exactamente igual que el general Pinochet, sin sentir, dentro de sí, la menor contradicción entre una cosa y otra, puesto que ha sido entrenado para vivir las dos realidades como realidades diferentes. Padecemos todos, esta suerte de esquizofrenia cultural que nos empuja a la hipocresía social. Te decía al principio que es la hipocresía del sistema: doble contabilidad, doble moral, doble lenguaje. Días y Noches intenta hablar un lenguaje único que defina las guerras de adentro y las guerras de afuera como parte de un solo combate entre la libertad y el miedo, y en el fondo, como expresiones todas de la misma aventura del bicho humano en este mundo. No hay diferencia ninguna entre lo que ocurre en la calle y lo que ocurre dentro de uno.
› Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (I)
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(Continuará...)
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