domingo, 3 de mayo de 2009

Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (V)

Por M. H. Lagarde

-¿Cuál fue la intención de Galeano con Las Venas Abiertas de América Latina?

-Un manual. Yo quise ponerlo a disposición de la gente joven que surgía. Yo era muy joven también cuando lo escribí, tenía treinta años recién cumplidos. Pero digamos, que lo leyeran los muchachos que tenían en ese momento diez y ocho, veinte, que se estaban asomando a la vida política, en el Uruguay, sobre todo. Quizás en otros lugares también. Poner al servicio de ellos una seria de datos, de informaciones que estaban dispersas y que eran, el resultado de algunos trabajos especializados, escritos, algunas veces, en un lenguaje codificado que no estaba al alcance de eso que los intelectuales llaman, con cierto desprecio, el lector común para ayudarlo a creer que la realidad era cambiable. Estábamos jodidos pero no era irremediable. Esa jodienda era el resultado de cosas concretas que habían ocurrido. La riqueza de los ricos era el resultado de la pobreza de los pobres y que una no se explicaba sin la otra. Por lo tanto no había ninguna riqueza inocente ni ninguna pobreza irremediable. Bueno, mostrar ese proceso histórico del despojo y contarlo de tal manera que fueran ideas encarnadas. O sea, que el lector sintiera que esas ideas estaban encarnadas que eran ideas tangibles. Contar que el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo sino su consecuencia y que, un niño, se parece a un enano pero que un niño y un enano son bien diferentes. Nosotros en América Latina, tenemos estructuras económico-sociales que son las estructuras de la infancia del capitalismo ajeno que nos ha deformado y que nos ha convertido en enanos. Entonces, el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo sino su consecuencia histórica. Por lo tanto, las soluciones tecnocráticas no nos sirven, ni el lenguaje tecnocrático nos expresa. Cuando los tecnócratas hablan de países en vías de desarrollo están mintiendo la realidad, la están enmascarando y Las venas… intenta hablar un lenguaje desenmascarador de esa realidad mentida. Fue escrito con esa intención, como una suerte de manual sin mayores pretensiones, pero donde se ve que uno lleva un narrador adentro. Esto ocurrió a pesar de mí. El estilo es más de novela de piratas que de ensayo económico-político. Y por supuesto, perdió.
Yo lo presenté a Casa de las Américas y perdió.

-Increíblemente perdió.

-Sí, perdió. Perdió porque el jurado entendió que no era ensayo. Es curioso como la izquierda puede llegar a ser muy conservadora en muchas cosas. Hay un sacrosanto respeto, algunos tabúes y una cierta incapacidad de violarlos. Hemos progresado mucho en eso. Hace veinte años la cultura latinoamericana era mucho más conservadora que ahora, o para decirlo de otro modo, hay entre los jóvenes, ahora, una conciencia mucho más clara de que solo un lenguaje nuevo, y formas nuevas de expresión, pueden llegar a expresar, de alguna manera, esta realidad nueva que nosotros somos y puede llegar a iluminarnos el camino o ayudarnos un poquito a recorrerlo. El lenguaje viejo no nos sirve. Ya nos sirve aceptar pasivamente las jaulas que otros han inventado para tenernos bien encerraditos, ser prisioneros de buena conducta. Yo quiero una literatura peleona, escapada de las jaulas, inventada para controlarla, para dominarlas. En el fondo, para castrarla. Y me parece ese, el gran desafío que tenemos planteado ahora: hacer una literatura nueva que desborde los géneros y que se burle de los guardias aduaneros, de esas fronteras artificialmente dibujadas por los críticos y los eruditos de la literatura.
Todos los que en el fondo tienen miedo de vivir.

-Vagabundo, es un libro que también se burla mucho de las fronteras. Muchos críticos lo clasifican como libro de cuentos. Y en algunos relatos de Vagabundo que he contrapuesto con algunos de tus reportajes, lo que has hecho es poetizar mucho más la realidad.

-Sí, es una crónica y tiene mucho de cuento también. En ese período tenía una conciencia más clara de ir haciendo esto aunque todavía no lo había resuelto. Yo creo que es con Días y Noches… que esto se resuelve dentro de mí. Incluso, yo escribo después una novela, una novela indudable con la estructura clásica de la novela: La canción de nosotros, pero que es la última cosa que yo hago aceptando la regla de los géneros. Quizás, porque sentí que el material ese estaba pidiendo que lo escribieran así. Es una novela que no me convence del todo quizás porque es una novela justamente. O sea, porque le falta locura, misterio y locura para parecerse más a la vida. Fue para mí una cosa muy útil haberla hecho. Fue una experiencia útil, digo, porque me señaló un fin de camino. Lo mío no es eso. Está claro para mí, yo no soy un novelista de ficción. No nací para eso. Lo mío es más bien descubrir la magia escondida en la vida cotidiana. En cosas aparentemente bobas que no tienen significado y que, en realidad, están llenas de horror y de maravilla, solo que no sabemos verlas, no sabemos escucharlas. Lo mío es tratar de revelar la realidad y esto es lo que hace que mi literatura sea tan periodística. En el fondo, son como crónicas de la vida cotidiana que intentan iluminar ciertos rincones oscuros de la vida y redescubrirlos. Estamos entrenados para no ver. Estamos entrenados para no vernos. Yo quisiera escribir una literatura que ayude a mirar. Cuando le dimos el premio de periodismo a Padura y a Surí, yo les improvisé unas palabras después de leer el fallo. Ahí recordé una cosa que a mí me marcó mucho. Es la historia de un amigo mío que llevó a su hijo a conocer el mar. Un amigo argentino. Bueno el chico tenía, no sé, siete años y lo llevó. Es un viaje largo porque son del interior y su país es de grandes dimensiones. Llegaron a la costa y empezaron a escalar un médano alto y el mar se fue anunciando con un rugido. Las olas rompieron contra las rocas y también con un aroma poderoso, olor salado de la mar y cuando llegaron a la cumbre del médano el padre y el hijo, de golpe, el mar estalló ante los ojos atónitos de aquel niño que nunca había visto todo su fulgor y su hermosura. Y él se quedó mudo. Se quedó mudo de belleza. Y cuando pudo hablar después de un rato largo lo primero que dijo fue: Papá ayúdame a mirar. Y yo pienso que esto es una clave para mí del oficio. ¿En qué consiste el oficio de escribir?. Bueno, pues en la búsqueda de palabras que ayuden a mirar. Palabras claves que abran las cerraduras para que se abran las puertas que conducen a una región del mundo. Las ventanas, por eso siempre digo que yo escribo abriendo ventanitas. Abriendo ventanas o queriendo abrirlas. El mundo es mucho más de lo que vemos de él. Y ahora que se acercan los quinientos años del llamado descubrimiento de América sería bueno que tomáramos conciencia de la necesidad de descubrirnos y de empezar a mirarnos con nuestros ojos, sin aceptar nada que no nos ayude a mirar. Nada, ni los criterios literarios tradicionales que nos encierran en géneros que son como camisa de fuerza de la energía creadora, ni los lentes de la alineación. O sea, esta costumbre de copiar que tiene la literatura latinoamericana, la cultura latinoamericana y que viene de los tiempos coloniales. La idea que mejor es el que mejor copia.

› Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (I)

› Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (II)

› Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (III)

› Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (IV)

(Continuará...)

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