domingo, 17 de mayo de 2009

Una vieja entrevista con Eduardo Galeano (VII)

Por M. H. Lagarde

-¿Es ese tu concepto, además, del testimonio?

-Claro, aunque toda literatura que es verdadera da testimonio. Por eso es muy difícil la definición del género porque no hay ninguna literatura que valga la pena, que no de testimonio de algo que merece ser contado. Todo proviene de la realidad, también los sueños, las fantasías, los misterios, bueno, pues uno da testimonio siempre. Pero sí, pienso que tiro al testimonio, pero de una realidad de fuera, que yo nunca siento externa porque a mí esa realidad me calienta en la medida que se va haciendo propia, si no, no me calienta, no me importa. Y por qué la siento propia?. Porque yo tomo partido, O sea, esa realidad me indigna, o me asombra, o me alegra. Entonces forma parte de mí y yo formo parte de ella. Yo soy un pedacito de algo más grande que yo, porque lo que me rodea es parte de mí. Decía Vallejo en un verso: “Hay aire y hay vientos” (no me acuerdo exactamente), pero la idea es que, por lo menos, es así como yo la leí, que uno en el fondo es un airecito de un viento mayor y un viento que continuará soplando cuando uno ya no esté. Pero esta correspondencia, entre el aire y el viento, es algo que no puede ser el resultado de una orden que la razón dicta a la emoción, y tampoco, puede ser el resultado de una decisión de la conciencia. Tiene que ser una cosa sentida de adentro, de muy adentro, que hace que uno se vincule con cosas que siente que son propias. Porque uno pertenece a esa turbulencia de un mundo que es, al mismo tiempo, una mierda y una maravilla, porque uno es al mismo tiempo una mierda y una maravilla.

-Cómo te influyó a ti la hecatombe uruguaya que te lleva al exilo primero a Argentina y después a España. ¿Tiene esto algo que ver con la fusión de los dos lenguajes?

-Yo vivo todo eso muy por dentro. Todo el proceso uruguayo y argentino después. Cuando voy a la Argentina fundo y dirijo una revista que se llamaba Crisis que llegó a tener mucha repercusión en el medio argentino y que, finalmente, fue condenada por la dictadura militar, en el año 76. Porque no podíamos seguir hablando sin callar y mentir y sin decir las cosas a medias o sin decirlas mintiendo. Nos pareció más digno el silencio que la palabra mutilada o la palabra mentida. Los chinos, creo, dicen que si las palabras no son mejores que el silencio, más vale callarse. Muchas veces, a lo largo del ejercicio de este oficio de la palabra, yo he sentido que el silencio era mejor que las palabras. Entonces más valía callarse y por esos Crisis que de pie había nacido, de pie murió. En aquel período, después que nació, tuvo dos resurrecciones. Bueno, pero yo fui del Uruguay exiliado en Argentina en el año sesenta y tres. Era director de publicaciones de la Universidad en ese período y bueno fue un período de mucha violencia que me marcó mucho. Una especie de presentimiento de lo que después me ocurrió en la Argentina. En esos años revueltos muchos amigos míos murieron y me marcaron. A una edad en la que uno, normalmente, no tiene tantos amigos muertos, yo ya tuve muchos amigos muertos. No porque la biología lo decidiera, sino porque lo de decidía la policía y esto influye mucho, te marca mucho. Y te convida a las sombras, o sea, induce al desaliento, a la nostalgia que a veces es una máscara de la cobardía, de miedo de vivir, y parece condenarte ala tristeza. Entonces, ahí viene el combate entre las energías de la vida y las de la muerte. Creo que lo que yo aprendí de dialéctica, de los años mozos, cuando hice algunos cursos de marxismo, me sirvió mucho a lo largo de la vida porque esta contradicción, vida-muerte se me fue dando en experiencia concreta, y aunque muchas veces me caí, muchas también fui capaz de levantarme. Me levantaron las energías de la realidad. Fue esta la que me tomó del brazo y me ayudó a alzarme en algunas de las muchas ocasiones en que sentí que me caía, y esa realidad tiene mucha suerte adentro, pero también mucha vida. Nosotros tenemos la suerte de haber nacido en América que es una región del mundo donde no hay violencia que no esté acompañada de ternura, donde no hay horror que no tenga su contra cara de hermosura. Extraña cosa, quizá sea universal. Yo, como es la zona que mejor conozco, sé que aquí es así. Quizás sea así también en Mongolia y yo no lo sé.

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