Activista protesta a favor de Manning frente al edificio del Departamento de Estado
Por Rocío Estremadoiro Rioja
“El soldado ha permanecido confinado en una celda de uno por cuatro metros durante 218 días consecutivos y durante 23 horas al día. En su hora 'libre' se le permite andar pero no correr. Cuando suena la alarma matutina, a la cinco de la madrugada, el soldado ha de permanecer desnudo y visible frente a la puerta de su celda”.
Esta narración no fue extraída de los terribles periodos de las dictaduras militares. Tampoco habla de las violaciones de derechos humanos bajo la excusa de “estados de guerra”. Menos se sitúa en el contexto de las autocracias que aún perduran en ciertos puntos del orbe. Quisiéramos que fuera parte del guión de alguna película maniquea hollywoodense, de ésas que abundan de acción-terror, pero nones.
Este relato corresponde a lo que está viviendo el joven soldado Bradley Manning, el confidente de Wikileaks. Gracias a la información divulgada por este ciudadano, el mundo pudo conocer, entre otras cosas, la masacre de civiles iraquíes por soldados estadounidenses y otros crímenes militares, desenmascarándose, una vez más, el abuso de poder de los señores de la guerra.
Lo triste es que ni siquiera sorprende ¿No fueron acaso las FFAA de EEUU, las “expertas” en métodos de tortura que vinieron a “adiestrar” a sus análogas latinoamericanas en las dictaduras militares? ¿No es aquel Estado el que vive en permanente guerra contra cualquier rincón de la geografía donde tenga intereses? ¿No fueron ellos los que detonaron la bomba atómica contra ciudades enteras, no una, sino dos veces?
Sin embargo, lo asombroso de las arbitrariedades contra Bradley Manning es que esta vez se trata de un ciudadano de su propio país y en un contexto donde, se supone, la “cultura occidental” ha evolucionado lo suficiente y, además, aprendido de las desgracias y heridas que ocurrieron en su historia.
Justamente después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, como un intento de validar para todos los países el cumplimiento de derechos mínimos que protejan a todo ser humano. La idea era evitar que se den situaciones análogas al Holocausto. Uno de esos derechos dice: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
Lo paradójico es que Manning se amparó en la libertad de expresión para divulgar información que él creía que debía conocerse. Un derecho que se supone es la base del sistema democrático que dice sustentar EEUU ¿Acaso la construcción simbólica e imaginaria que EEUU vende al resto del planeta no es la de la “mayor democracia del mundo”?
Pues en este momento, un ser humano está sufriendo torturas y humillaciones a nombre de los “intereses nacionales” de EEUU y sentando precedente para otros que se desanimen a denunciar hechos de interés público. Ello a pesar de que voceros del Gobierno estadounidense aseguraron la protección del detenido. Si así son las “democracias” de las que tanto nos enorgullecemos en occidente ¿con qué moral criticamos los “autoritarismos” de otros países al punto de intervenir (armas en mano) en ellos?
Con indignación e impotencia, desde esta humilde columna, pido a los lectores que se sumen a la campaña de recaudación de firmas de Avaas.org, para ver si de esa forma se pone fin a la injusticia contra Manning. La dirección web es:
https://secure.avaaz.org/es/bradley_manning 97.php?cl_tta_sign=de38ccf482cd26b5db25ee93248e6ffe.
La autora es socióloga
Tomado de LosTiempos.com
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