Por M. H. Lagarde
A quienes se han hecho grandes expectativas sobre una mejora de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos después de la toma de posesión de Obama, el último informe que anualmente emite el Departamento de Estado sobre la situación de los derechos humanos en el mundo, debió desilusionarlos.
De acuerdo con el veredicto del juez mundial -al parecer el dejar a un lado la prepotencia de yanqui no está incluido tampoco en los cambios de Obama-, la situación de los derechos humanos en Cuba empeoró en 2008.
"En Cuba, afirma el informe, hubo un incremento de la supresión de la libertad de expresión y de asamblea comparado con el año anterior”.
Sin dudas quienes redactaron la parte que se refiere a Cuba o no saben nada del tema o simplemente, a pesar de los cantos de sirena de un cambio de política, no se resignan a aceptar, de una vez por todas, el fracaso de una política de agresiones que dura ya 50 años.
Cualquiera que este medianamente informado sabe que si algo no faltó en la Isla, en el periodo de tiempo que analiza el informe de marras, han sido las reuniones y consultas populares. El mejor ejemplo es sin dudas el proceso de discusión que se realizó a nivel nacional (todos los centros de trabajo, consejos de dirección, núcleos del partido, secciones sindicales y en cada cuadra del país), sobre el discurso del segundo secretario del PCC, Raúl Castro Ruz del 26 de julio del 2007.En esa ocasión, la propia dirección de la revolución fue la que exhortó al pueblo a discutir los problemas planteados. "Se les ha dicho a todos que pueden hablar no solo del discurso, sino de todo lo que quieran hablar, con valentía, con sinceridad, sin muchas ilusiones de que somos magos nosotros y vamos a resolver los problemas, pero hace falta retroalimentarnos con la opinión de todos, todo se va a recoger", dijo Raúl entonces durante una intervención en un canal televisivo.
Durante el proceso de discusión que duró meses los cubanos abordaron críticamente y con total libertad temas como la baja producción de alimentos y sus altos precios; el divorcio salario-precios; la revisión del sistema migratorio; mayor descentralización de la economía; el acceso a los hoteles en divisas, los problemas de los sistemas de educación y salud, entre otros temas que preocupaban a la ciudadanía.
Como si fuera poco, un proceso similar, también inspirado por el propio presidente cubano, ocurrió para discutir, a nivel de país, el anteproyecto de ley de seguridad social que fue finalmente aprobado en la Asamblea Nacional del Poder Popular el pasado diciembre.
El proyecto, que entre otras medidas extendía la edad de jubilación de los hombres hasta los 65 y de las mujeres hasta los 60, fue analizado, comentado y criticado por tres millones 085 mil 798 de trabajadores, el 93,8 por ciento del total.
Se hicieron más de 900 mil intervenciones, que incluyeron propuestas, dudas, preocupaciones y sugerencias relacionadas con el Anteproyecto y con otros asuntos afines.
Si eso no es participación popular, democracia genuina, no sé qué lo será. Por tanto, la falta de reuniones en Cuba de que se lamenta el informe debe referirse a la de los llamados grupúsculos de oposición, una ficción de “disidencia” que donde único existe realmente es en los informes de Langley y en la política editorial de los medios de difusión encargados de mantener la guerra mediática contra Cuba. No obstante, en la sentencia norteamericana debía contar que dichos grupúsculos tuvieron un papel protagónico, incluso, en los medios de difusión nacionales. Una serie de mesas redondas transmitidas el pasado año dejaron al descubierto, una vez más, cómo dichas “organizaciones” son creadas, dirigidas y financiadas por la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Es por tanto lógico, hasta cierto punto, que el imperio se moleste cuando le quitan, en público, a sus mercenarios los disfraces de “activistas” o “periodistas”.
Pero sigamos con los “grandes” problemas de derechos humanos en Cuba. Según el departamento de Estado. “Los ciudadanos cubanos siguen sin poder acceder libremente a internet, aunque el gobierno permitió por primera vez que puedan comprar ordenadores personales”.
La afirmación casi raya en el cinismo si se tiene en cuenta que el ancho de banda «autorizado» al país por la Casa Blanca para la conexión a la red de redes es casi igual al de muchas empresas e incluso particulares que poseen banda ancha en otros países del mundo. Cuba, un país con más de once millones de habitantes, apenas usa para conectarse a la red, vía satélite 65 Mbps de ancho de banda para la salida y 124 Mbps para la entrada.
El cuento de la falta Internet se basa en la misma engañifa que la del bloqueo que la limita. Aprietan por el cuello a una nación y luego muy campantes, mientras la presión de la mano aumenta, preguntan con la mayor desfachatez: ¿Cómo es posible que el ahorcado no puede respirar si, miren, tiene boca y nariz?
Demás está decir que el interés por parte de Estados Unidos de que en Cuba haya Internet nada tiene que ver con favorecer el desarrollo tecnológico, científico o cultural del país. Internet es la última arma mediática que debe suplantar a las fracasadas radio y TV Martí que, cada vez también más informes, declaran como obsoletas e inútiles para conseguir el delirio de pretender cambiar la mente de los cubanos.
Y por supuesto, no podía faltar la sempiterna cantaleta de la “represión” contra los “opositores” que el gobierno norteamericano aupa y sostiene: “El hostigamiento de los disidentes se intensificó, incluidas palizas a activistas por parte de responsables de seguridad o de bandas organizadas por el gobierno'', explica el informe.Ni los mafiosos de Miami se creen ya tales argumentos. Un artículo publicado hace unos días en El Nuevo Herald afirmaba: “Las grietas de lo que resta del movimiento opositor son cada vez más visibles. Disputas por los envíos de dinero desde el exilio, sospechas y acusaciones mutuas, reportes imprecisos de violaciones de derechos humanos por parte de algunos activistas y periodistas independientes manchan también el prestigio de la disidencia”.
En fin que, a pesar del nuevo presidente que ocupa hoy la Casa Blanca, la política de Washington hacia Cuba parece continuar siendo la misma. Lo será hasta que Estados Unidos no finalice con lo que ha sido, y sigue siendo, una de las mayores violaciones de los derechos humanos que se haya cometido en el hemisferio occidental durante los últimos cien años. El cruel e injusto bloqueo con el que se pretende doblegar a Cuba.
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