Por Enrique Ubieta Gómez
El pasado sábado y al regreso de una placentera reunión familiar, decidí acercarme a un espacio nocturno muy concurrido de la capital: la Avenida de los Presidentes, más conocida por calle G. Punto de reunión de jóvenes, cada viernes, sábado y domingo. Eran casi las dos de la madrugada. En el parque que divide la avenida se reúnen cientos de muchachos, en su mayoría adolescentes, en el segmento comprendido entre las calles 23 y Línea. Pero no encontré lo que me anunciaron: la ropa era variada, y los gustos al parecer también. Sentado en el césped un grupito cantaba a coro una balada, acompañándose de una guitarra. En una esquina, rodeados de amigos y curiosos, alguien tocaba una gaita. Otros tenían un estilo más rudo. No eran marginales. Por sus rostros y vestuario pude deducir que provienen de familias “responsables”, probablemente del sector profesional. Algunos traían celular y escuchaban música en su MP 3. Pero también vi muchachos más humildes, que no podrían pagar el cover en cuc de los centros nocturnos.
Hace unos días leí la estupidez de que rechazan los centros en moneda nacional –que son escasos, pero existen--, porque pertenecen al Estado, como si los que se ofertan en cuc fuesen privados, o como si eso importara a la hora de compartir y bailar. También que se aglomeraban cientos de policías vigilantes (conté unos cinco o seis en la esquina de 23). Estado policial claro, es la leyenda impuesta por los medios trasnacionales. Algunos muchachos llevaban una botella de ron en las manos. Que los jóvenes, casi adolescentes, se reúnan a tomar en los parques de las ciudades no es un hecho privativo de Cuba, sino habitual de cualquier país, incluso del primer mundo. Bien sea porque la edad puede ser un impedimento para acceder a los bares, o porque no se cuente con dinero para ello, los jóvenes suelen agruparse en los parques. En España mezclan la coca cola con el vino en pepinos que simulan contener solo lo primero, porque existe la prohibición de tomar en las calles (el vino es además la bebida alcohólica más barata). Contra todos los estereotipos y prejuicios, en general me parecieron muchachos tranquilos, sanos.
Unos días más tarde me reúno con un grupo de adolescentes de un preuniversitario capitalino. Pablo, de 16 años, me comenta: “uno va [al parque G] a hablar de rock and roll, de muchas cosas, son personas con los mismos intereses, los mismos gustos, la forma de pensar, más o menos parecida, la forma de vestir o de actuar, y uno se relaciona, conoce gente, aprende, toca guitarra”. ¿De qué hablan?, insisto. Pablo dice: “Nos ponemos a hablar de todo, de cualquier cosa, inclusive llegamos hasta el punto de la filosofía, a mí me gusta hablar mucho con gente con la que se puede hablar de ese tipo de temas, de filosofía, de la vida, cosas así, que uno está descubriendo ahora, de las que uno mismo saca conclusiones y dice coño esto es así, por qué será y lo comenta y aprende, sobre todo eso, yo he aprendido mucho ahí en el parque”.
Es verdad que ya el parque ha ido ampliando el “perfil” original de sus asiduos visitantes. Algunos roqueros se sienten defraudados por esa ampliación no prevista. “Las cosas han cambiado mucho en el parque –sostiene Pablo--, antes era más friqui y era más oscuro, por llamarlo de alguna forma, ahora hay mucha variedad, digamos miquis, gente que va para mostrarse, con pinta, y al final no saben nada de música. Los friquis no usan la moda normalmente y ahora se está usando la moda friqui o no sé, punkie, y eso no me llama la atención”. Jacqueline tiene 17 años, viste a la moda y se define como “un poco punkie”, “aunque me gusta la trova”, agrega. Algunas veces va al parque G. “Es un lugar para despejar –dice--, para compartir con tus amistades, y se va formando como una familia, muchos amigos en el mismo lugar, porque uno va creando su propio sitio”. Cary es roquera, y tiene también 17 años. “Yo ya no voy mucho a la calle G, porque ese era el lugar clásico donde se reunían los roqueros, donde tú encontrabas gente que de verdad pensaba igual que tú, escuchaba la misma música que tú, podías hablar con ellos porque tenían una cultura musical. Ahora se ha convertido en un círculo infantil… Y todo el mundo súper material. Tú antes ibas a G y todos estaban como quiera, normal, tocando la guitarra, y ahora vas a G y ves a todo el mundo sacando el móvil, la pacotilla, tomando… antes la gente allí se tiraba y se tomaba un vino de arroz, cualquier cosa, todavía inventan vinos de arroz, pero ahora ves a la gente tomando cerveza, no sé… es mucho más la especulación hoy, de cómo va la gente vestida”. Su amiga Sonia, de la misma edad y preferencias, confirma: “Lo bueno que tienen los roqueros es que no son como los miquis que tienen que estar muy bien vestidos, un roquero puede tener menos nivel económico y estar vestido más sencillo, y no se te rebaja por eso, no se te mira con mala cara, no están en eso de ‘mira, se puso el mismo pulóver de la fiesta pasada’. No es cierto que tengas que vestirte de una misma forma para ser roquero, lo que importa es la música”.
En mis años de bachillerato, por los setenta, el rock era considerado un síntoma de diversionismo ideológico, aunque proliferaban grupos no reconocidos ni grabados en estudio, que imitaban a los más importantes exponentes de la época y tocaban en fiestas “de quince” que perseguíamos los fines de semana por cualquier barrio de la capital. Los Kent, Los Almas Vertiginosas, Los Sesiones Ocultas, eran nombres que atraían la presencia de cientos de adolescentes habaneros. Aquellos intérpretes no se interesaban en componer, cantaban en inglés los últimos éxitos de una música que entonces parecía escandalosa (marcada por el desafío a lo prohibido) y que se escucha hoy con la serenidad de los clásicos. Quizás sea esa la razón por la cual la tradición roquera en Cuba no se interese demasiado por el rock argentino o por el mexicano, y en un país donde cualquier género musical se fusiona de inmediato con los ritmos locales, los roqueros privilegien todavía a los grupos europeos y estadounidenses, mientras que los grupos nacionales canten mayoritariamente en inglés. “Sí, prefieren cantar en inglés –me dice Pablo--, o sea el rock yo pienso que se toca mejor, se siente mejor o suena mejor en inglés, porque desde un inicio se hizo así, de todas formas eso no tiene nada que ver, porque uno lo traduce y el contenido sigue siendo el mismo en cualquier idioma”.
¿Se interesan los roqueros en la política? Algunos de mis entrevistados confunden la política con el interés por ocupar cargos: “no estoy interesado en la política, me doy cuenta de las cosas, me doy cuenta de la situación mundial, pero no me interesa la política porque no estoy interesado en ocupar ningún cargo”, dice Rolando. Insisto entonces en que los roqueros latinoamericanos suelen imbricarse en proyectos sociales de izquierda. Pablo aclara que aunque no le interesa la política, él siempre sería de izquierda y estaría junto a su pueblo. Y Rolando insiste: “en América Latina tiene más una connotación social, porque son muy serios los problemas que hay, tiene más una connotación social que política, y del aspecto social se habla mucho en el rock”. El Che es una imagen que aparece con frecuencia en tatuajes, pulóveres, estandartes. Para los adolescentes que lo enarbolan es un símbolo de rebeldía, de honestidad, de valentía. Otros llegan más lejos. Cary lo identifica y defiende como revolucionario y como internacionalista. Libia, una muchacha preuniversitaria que se autodefine como punkie y viste muy a la moda, me sorprendió cuando dijo muy segura: “yo me siento identificada con el Che porque soy revolucionaria, me identifico con el Che por revolucionario, por lo que quiso hacer con todos los pueblos de América Latina, por su pensamiento, por la ideología que defendió”. Pero otras dos rubias exuberantes de la misma escuela no piensan lo mismo, y aceptan su imagen sólo como símbolo de rebeldía y de libertad. Rolando ni siquiera, no quiere aceptar ningún símbolo, tampoco el del Che, “uno no puede hacer un ídolo y dejar que el esquema que hizo ese ídolo sea lo que lo rija a uno”, argumenta. Pero titubea cuando le pregunto si considera que algún cantante o líder de banda pueda constituirse en ídolo: “como le digo, hay veces que yo caigo en la trampa también”.
Los jóvenes que se reúnen en la calle G no son “raros” o marginales. Pueden usar el vestuario, el peinado y hasta el maquillaje de los emos, pero ríen a carcajadas y no padecen –si descontamos la que es consustancial a todo adolescente--, de ninguna depresión crónica. Algunos visten de negro o se tiñen el pelo de azul. Pero a veces, nos sorprenden sus ideas rojas. En definitiva, la adolescencia es un período de tránsito. Los policías que cuidan el sector han aprendido a ver más allá de las apariencias, y han comprendido que su tarea es defender a esos muchachos de los depredadores que siempre acechan. Hay otros peligros en la ciudad: el almacenero bien pelado, de vestuario “correcto” que roba el alimento de nuestros ancianos y niños; y esa “especulación” que crece en algunos jóvenes, desesperados por tener antes que ser.
Lagarde, te invito a http://bloguerosrevolucion.ning.com Blogueros y Corresponsales de la Revolución con el propósito de que te unas a la red y dar promoción a este blog. Te felicito.
ResponderEliminarMe gusta tu visión de la Calle G, Lagarde, que coincide con la mía. Muchas discusiones que he tenido con quienes lo quieren "demonizar", generalmente personas que "han oído que dicen"... pero no han estado allí. No niego que puedan suceder cosas desagradables, pero es inevitable en una concentración grande de personas como es la Calle G en las noches de fin de semana.
ResponderEliminarPor varias razones he tenido que pasar frecuentemente por ahí a esas horas y, en verdad, me daba un poco de nostalgia recordando mis años mozos, cuando de adolescentes nos tomábamos un helado en el Coppelia o comíamos una pizza en "La Construcción" (para todos La Piragua) y caminábamos "Rampa arriba, Rampa abajo", cantando o hablando. Ya me preocupaba que la juventud de ahora no tuviera un lugar así, donde encontrarse y descargar, con los hábitos y costumbres que cada generación tiene (no podemos esperar que los muchachos de ahora vistan como en los 80 o que alardeen de las mismas cosas, muy atrasadas para esta época)
He visitado en alguna ocasion la Avenida de los Presidentes, bellisima avenida dicho sea de paso pero nunca la he visitado de noche, el ambiente suena divertido y cuando hay un buen numero de jovenes juntos y tomando es logico que en ocasiones sucedan eventos un poco desafortunados pero eso se ha tanto en Cuba como en China. La descripcion que haces es muy buena, felicidades por otro excelente blog. En la Ciudad de Mexico tenemos un mercado abierto enorme conocido como el Chopo donde todas las llamadas tribus urbanas (rockers, emos, punketos, etc) se juntan para intercambiar, vender o comprar discos, ropa o simplemente para socializar (mas o menos la misma cosa).
ResponderEliminarHace un tiempo, mientras cursaba un diplomado internacional en el Instituto Internacional de Periodismo, uno de los estudiantes extranjeros, de Costa Rica, se fue de parranda toda una noche, pese a las advertencias de nosotros los cubanos, como siempre más prudentes, que le aconsejamos tener cuidado. Terminó muy borracho ¿y saben quiénes lo cuidaron y regresaron sano, salvo y con todas sus pertenencias a su hospedaje en El costillar de Rocinante, el hostal de la Unión de Periodistas de Cuba que está en G? Pues esos jóvenes de la Avenida de los Presidentes, con fama de "marginales" y "conflictivos".
ResponderEliminar