martes, 14 de julio de 2009

Vicente y Pepe: dos amigos desde la guitarra y una sola voz

Por Fidel Díaz
Fotos: Carlitos León


Aurora y Olguita salen a recibirnos en el umbral de la sala, luego, en el pasillo el Tinto nos abraza: “Pepe anda por allá adentro preparando, pasen”. Aunque el hecho ocurre en el teatro Bertolt Brech, un concierto de Vicente Feliú y Pepe Ordás, no puede sino tener esa mágica naturalidad en la que uno se siente como invitado por viejos amigos a una descarga en el patio de su casa.
Soy de donde soy, aunque me encuentre donde esté, aunque la noche cubra el cielo y haya crisis con la fe. Soy de donde soy, de donde habita el corazón, donde se sueña con palomas y se muere por amor.
Son poco más de las 9 de la noche, domingo 12 de julio. Solo con su guitarra, el Tinto, comienza a versar sobre temas de hoy y de siempre, sin efectos ni maquillaje, luz tenue, nada para atraer la atención fuera de sus acordes, su voz, sus razones.
“Hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles” cita a Bretch y recuerda que esa sala teatro lleva su nombre y le dedica aquella vieja canción inspirada en sus versos “A los que luchan toda la vida”, al pueblo hondureño que se bate en las calles de Tegucigalpa y el resto del país, contra la dictadura golpista.
Finaliza la gira “Como una sola voz” que los llevara por todo la isla durante un intenso mes. Arrancaron a inicios de junio en Guantánamo, en la frontera, con los combatientes que custodian la Base Naval. Luego en la Casa de la Trova de Guantánamo “Benito Odio” y han viajado con el morral al hombro por Moa, Bayamo, Camagüey, Ciego de Ávila, Cárdenas, Pinar del Río y otras muchas ciudades, siempre tocando a las puertas con su franca poética para luego partir dejando la huella de la más pura esencia trovadoresca.
Sospecho, por las crónicas periodísticas desde los diversos escenarios, que cada concierto ha sido único, con sus lógicos puntos comunes: esas canciones antológicas que no pueden faltar. Pero se trata de dos cantores que asumen su accionar como una aventura nueva cada vez, buscando las palabras para exteriorizar lo que cada instante pide, sea el motivo una mirada, un recuerdo, un amigo encontrado, una calle recorrida, un suceso lejano, una canción que ronda a una ciudad, una ventana abierta, un calido saludo.
Ese diálogo espiritual, sin dobleces ni trucos que proponen Vicente y Pepe, lógicamente estaría bañado de anécdotas, como las relacionadas a un encuentro en España con Augusto y Rosi, y la instintiva invitación de Augusto Blanca para almorzar juntos. El azar quiso que un guanajo se atravesara en la carretera ante la amenaza de no tener bocado previsto. Y así, el Vicente Feliú Octavo con la sexta Aurora, en un recorrido por el árbol genealógico de los Vicentes desde el siglo 19 hasta su sexta esposa con la que lleva 30 años, y a la que le dedicó una serie de canciones, de las que, Piropo aparte, nos llegó la Aurora número 2. El retoño sagrado, la Aurora de los Andes, porque de allí debería llegar la esperanza humana para un mundo tan primitivo todavía, dio pie a una canción tremenda, himno continental, “Créeme”.
También se remontó Vicente a su adolescencia cuando empezaron Silvio y él por el piano, y versionó un tema de entonces: “Serenamente”. El tiempo, y la dicha de vivirlo, llegó con su canción a la “media rueda”, Cincuenta son y allí habló de su amistad con Pepe Ordás por quien se le ocurrió esa gira ya que cumple esa edad. Así mismo esa hermana mayor que es la Revolución cubana. Más que buenas razones para la travesía.
Con la anécdota de una guitarra escondida encima de un escaparate y un niño que coge una silla se encarama y cae con ella haciéndola talco, presentó al guitarrista Alejandro Valdés, viejo trovador que no canta —por suerte—, con quien vino un exquisito momento instrumental.
Pepe Ordás llegó después con sus recuerdos del niño Alex, vecinito en quien se inspiró para hacer una de las canciones más tiernas de la trova cubana; vecinito que hoy tiene 30 años y sigue siendo amigo del buen Pepe. También nos contó de la época del grupo Guaicán y las mini canciones, entre ellas un hermoso homenaje a Silvio que nunca le había escuchado.
El invitado de Pepe, nada menos que Pancho Amat, para la pieza “Como me doy, como me ves, como soy”
Un aparte muy hondo para los cinco hermanos, intelectuales, que son prueba inequívoca de la injusticia imperial; cinco hombres que se entregan por la vida de su pueblo y la humana, que los mantienen en las cárceles estadounidenses por enfrentar al terrorismo; llegó la poesía de uno de ellos, Tony Guerrero, en las voces y cuerdas de Vicente y Pepe para arrancar ese aplauso protesta de todos contra el odio que los mantiene tras las rejas.
Otro estremecimiento llegó desde el eterno amor de Manuel Corona, cuando nos regalaron a capella su “Longina”.
Sumando ya a Pablito Ordás —joven percusionista roquero, hijo de Pepe—, recordaron temas antológicos como “De dónde viene el amor” y, de Pablo Milanés “Hoy la vi”. Ya sumados Alejandro Valdés en la guitarra, el señor del tres Pancho Amat, y con la incorporación en las voces de Augusto Blanca, Lázaro García y Manuel Argudín finalizaron, o finalizamos cantando todos —como para hacer honor al nombre de la gira— el muy sabroso “Son para ti”, como una sola voz

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