Por M. H. Lagarde
Las recientes políticas de ahorro emprendidas por el gobierno cubano a raíz de la influencia que ejerce, como en todo el mundo, la crisis mundial parecen alegrar a algunos. Son los mismos que han apostado por el bloqueo estos 47 años y cuyo único deseo es romper, de cualquier modo y a cualquier precio, la digna resistencia de Cuba.
Cualquier cosa que se ahorre o se reduzca en Cuba desata ríos de palabras cuya único propósito es intentar pobrar, de una vez por todas, la ineficiencia del socialismo.
Poco dicen sin embargo de lo que la crisis ha significado para el país donde surgió la hecatombe financiera, potencia a la que, por cierto, nadie ni bloquea ni agrede.
Nada es más ilustrativo del descalabro del capitalismo que la quiebra de la automotriz estadounidense General Motors, empresa paradigmática, hasta hace poco, del supuesto progreso de un sistema. Hasta ayer, los medias, subordinados siempre al poder económico, dibujaron los progresos de la GM como la locomotora que ayudó a crear la actual clase media norteamericana.
Pero la historia real parece ser otra. Según el laureado documentalista Michael Moore, nacido en Flint, Michigan, donde está localizada la gigante automotriz, GM arruinó su ciudad y “les deparó a las personas junto con las que me crié toda clase de miserias, divorcios, alcoholismo y el desamparo".
El director de Sicko, y ganador de un Oscar, ha criticado también las estrategias de los directivos de la empresa, que en décadas pasadas, y contradiciendo toda sensatez, apostaron por el desarrollo de vehículos que consumían grandes cantidades de combustible.
La decadencia de GM es, en parte, consecuencia del despilfarro y el consumismo estimulado por los grandes consorcios económicos que al final, como cualquier otro extremo, ha terminado por general su contrario.
El “mundo feliz” que la propaganda del capital ha tratado de imponer como modelo de vida: dos autos por familia estacionados junto a los jardines de las casas levantadas en los suburbios, ha resultado una ficción idílica. Esa falsa ilusión de "civilización" y "progreso" ha puesto al mundo en crisis.
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