miércoles, 27 de mayo de 2009

Ángel Santiesteban y los perros de Pavlov

Como no puede eludir la publicidad, se pasea por los jardines de la UNEAC y conversa, en completa libertad, con participantes en un acto público.

Por Ernesto Sierra

Uno se pregunta si los que se dedican profesionalmente a calumniar a Cuba tienen algún límite. El nuevo "caso" Santiesteban viene a reiterarnos que no, absolutamente no. Sin dudas, no hay límites para la mentira por desvergonzada que sea. No existe ni el más mínimo pudor. Veamos la fábula por capítulos:

1. Santiesteban cometió un error como recién estrenado "disidente". Para ganar méritos, acudió a un juego muy sucio, desprovisto de la más elemental ética, al atacar a un grupo de prestigiosos escritores y a las instituciones que los respaldan. Desde su blog en Encuentro en la Red, publicación al servicio de la política del Gobierno de los Estados Unidos contra Cuba, la supuesta víctima victimiza a escritores cubanos con elevadas razones: “me envían al extranjero menos que a ustedes”.

2. En pocos días, Santiesteban recibió el rotundo repudio de los escritores atacados y de personas honestas que supieron del hecho.

3. Necesitado con urgencia de un "lavado de imagen", resulta supuestamente atacado por desconocidos que viajan en “Lada” y echa a rodar una historia increíble, asociada a supuestas represalias por sus ideas políticas. Sin embargo, no hace denuncia alguna. Afirma que no quiere investigaciones ni que se esclarezcan los hechos.
Tiene buenos amigos que intercedan por él ante las autoridades y que se ocupen de que los funcionarios de la cultura lo ayuden. Ya sucedió una vez, cuando algunos delincuentes lo amenazaron y hubo que garantizar su protección. Uno se pregunta si esto no es más de lo mismo. Quizá Santiesteban tenía un negocio o una cuenta pendiente y ahora que se ha quedado solo se hace la víctima. Pero como no puede eludir la publicidad, se pasea por los jardines de la UNEAC y conversa, en completa libertad, con participantes en un acto público.

4. Los profesionales de la contrarrevolución lanzan una campaña solidaria, y algunos ingenuos se adscriben.

Podemos preguntar por la chapa y el color del “Lada” en que se desplazaron los supuestos agresores, e incluso, por el relato de algún testigo que no sea el beneficiario de lo ocurrido; pero no hace falta documentar una denuncia para que la noticia recorra la red, una carta busque firmas y la maquinaria acusadora se ponga en marcha.
Una rara mezcla de terroristas profesionales (Carlos Alberto Montaner), arribistas con aceleración, becarios perpetuos y oficialistas arrepentidos, se ha lanzado en solidaridad con Ángel Santiesteban. Montaner, colocador de bombas para masacrar inocentes en La Habana de los 60, ahora se conduele por una fractura y “heridas leves de navaja” que nadie ha visto. Tan lenta y grave ha sido la recuperación del nuevo mártir de la libertad de expresión que ya se le vio posando ante una cámara, en la sede de la UNEAC, en compañía de connotados entusiastas de la blogosfera made in Langley.
Desde una publicación financiada con abundancia por el mismo gobierno que tortura en Guantánamo –algo contra lo que ninguno de los firmantes ha alzado su voz- se acusa a las autoridades cubanas de emplear métodos reprobables, más a tono con el mundo de ilegalidades que Santiesteban defiende en sus escritos para Encuentro en la Red, que con el ambiente intelectual de la isla.
Siempre será justo reclamar –y lo digo bien claro- por la integridad agredida de cualquier persona, sea escritor o cosmonauta, pero avalar una farsa en compañía de terroristas y oportunistas- algunos de los cuales han cobrado y cobran de la nómina de la CIA- mientras se guarda silencio ante crímenes verdaderos que indignan al mundo, debería cuando menos avergonzar a quienes se apresuran con el automatismo de los perros de Pavlov a poner su nombre bajo cualquier calumnia contra su país.

› El síndrome de ¡Jum!

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