lunes, 20 de agosto de 2012
Una noche inolvidable en Miami con Mirta, la madre de Antonio Guerrero
Por Edmundo García
El pasado jueves 16 de agosto un grupo de amigos solidarios con la causa de los cinco en Miami compartimos en la casa de Max y Miriam Lesnik con Mirta Rodríguez Pérez, madre de Antonio de Guerrero, su hermana Maruchi Guerrero y su hijo, y el menor de los hijos de Antonio, Gabriel, que aunque nacido en Panamá estudia ingeniería en la CUJAE.
El encuentro se produjo alrededor de las 6 y 30 de la tarde pues la familia había sido demorada en el aeropuerto de Miami por unas tres horas debido a un chequeo de huellas dactilares a Tonito, el hijo mayor de Antonio, que no estuvo en el encuentro porque tenía otros compromisos familiares. Junto a la familia estuvieron Max y Miriam, John Cabañas, Daniel y Digna Blanco, Roberto Solís, Sergito Montaner, Nicolás Ríos, el Doctor Salvador Capote y otros amigos. Además de Ramón Coll que los recogió en el aeropuerto, como siempre hace este hombre de corazón y espíritu generoso cada vez que algún familiar de los cinco necesita llegar, pasar o partir de Miami.
La conversación con la madre de Antonio Guerrero fue muy humana y profunda, es por eso que escribo estas palabras. A sus 80 años, auxiliada por su bastón o una silla de ruedas cuando las distancias son muy grandes, Mirta ha recorrido Cuba y el mundo luchando por la libertad de su hijo y los otros hermanos de causa. Esta vez estaba en Miami para seguir a la mañana siguiente al norte de la Florida a visitar a Antonio en la prisión de Marianna; la misma de donde el pasado 7 de octubre salió René González. La visita significaba mucho para esta familia que solo ha podido ver a Antonio como promedio dos veces por año durante sus casi 14 años de prisión, que cumplirá el próximo 12 de septiembre. En esta vez iba a ser muy significativo para el hijo de Maruchi, que tiene 32 años y a lo largo de este proceso es la primera ocasión en que visita a su tío.
Mirta contó que llegaron a los Estados Unidos en los 50, cuando el padre de Antonio, que se llamaba igual, firmó como jugador de campo corto de un equipo de triple A en Texas, donde se ganó el cariño y la admiración de la afición. Luego una lesión en un tobillo le obligó a abandonar el beisbol. En Texas nació Maruchi, que es dos años mayor que su hermano; mientras Antonio lo haría en Hialeah en octubre de 1958, donde la familia vivió hasta el triunfo de la Revolución. Tenía Antonio algo más de dos meses de nacido cuando regresaron a la isla; allí su padre consigue una plaza como tabaquero siguiendo el escalafón de esa industria que pasaba de padres a hijos, y gana un sorteo para quedar como fijo.
En Cuba Antonio creció como un cubano más, fue dirigente juvenil y estudiantil y se graduó como ingeniero en la antigua URSS. Regresó a Cuba y comenzó a trabajar en Cubana de Aviación. En el año 1992 le dieron la misión de infiltrar grupos terroristas en Miami, en una de las décadas más intensas de acciones violentas contra Cuba. El resto de la historia es conocida. Un juicio lleno de irregularidades lo sentenció en el año 2001 a cadena perpetua y dos penas de 5 años. Luego en el 2009 fue resentenciado a 21 años de privación de libertad, 10 meses y 5 años de libertad condicionada. La jueza Joan Lenard reconoció que no tenía pruebas, pero dijo que le bastaba con suponer que estaba en la mente de Antonio cometer el delito de conspirar para hacer espionaje. Parece que la jueza Lenard tiene el don de la telepatía mental.
Yo no sé la fe religiosa que profesa Mirta, o si es atea, lo que me consta es que está llena de convicción y quiere tener vida para ver a Antonio libre. Nos contó momentos muy conmovedores. Ella tenía 66 años cuando todo esto comenzó. Justamente en la edad en que se aprestaba para disfrutar a plenitud la relación con sus hijos y el crecimiento de los nietos, debió salir a recorrer el mundo y convertirse en defensora de la libertad de estos cinco héroes.
Mirta ha contado lo distinta que era su vida antes de 1998, año en que Antonio y sus compañeros son detenidos. Lo que sucedió a partir de ese año dice que fue inesperado y desde el comienzo muy extraño. Cuenta que cuando Antonio, con toda una trayectoria revolucionaria, le comunica en 1992 que va a emigrar, ella se queda confundida y con un gran dolor por pensar que él había traicionado a los principios que le había inculcado. Pero nunca le negó el amor a su hijo. En la distancia de los hechos Mirta explica que ella ni sabía ni podía saber la misión de Antonio, ya que eso era imprescindible para proteger su vida y la de los otros compañeros.
Dice que el día que se enteró de que a Antonio lo habían hecho prisionero en Estados Unidos comenzó normalmente. Casi como otro cualquiera. Pero sucedió una cosa extraña que le llamó la atención; su hija Maruchi llegó demasiado temprano del trabajo y empezó a hablarle sobre unos cubanos que habían sido detenidos en Estados Unidos por trabajar por la salvaguarda de Cuba. Es ahí cuando ella se empieza a dar cuenta del problema, algo que acentúan algunas llamadas telefónicas, incluyendo una desde Estados Unidos de Margarita, amiga personal de Antonio. Mirta recuerda que cuando le confirmaron que uno de los detenidos era Antonio, en ese mismo momento ella no pudo reaccionar; Maruchi le brindó agua pero ni siquiera pudo tomarla. Dice que cuando mira hacia atrás ella misma no sabe cómo pudo soportar todo eso.
Mirta había visitado a Antonio un tiempo antes del día de su detención; pasaron juntos el día de las madres. Por entonces vivía y trabajaba en los cayos, en condiciones modestas en unas de esas viviendas rentadas que se conocen como efficience. Después lo vio en el año 1998, ya preso en Miami, durante la primera parte del juicio para hacer la selección del jurado. Antonio le había pedido que no asistiera pero ella insistió en que debía estar. Dice Mirta que con su presencia quería demostrar el apoyo incondicional a su hijo y sus compañeros, pero que jamás pudo imaginar lo doloroso que iba a ser verlos a los cinco encadenados de pies y manos y vestidos con uniforme. Antonio sabía lo que le estaba diciendo. Pero también tiene en sus recuerdos la imagen de todos ellos erguidos, orgullosos; y les agradece que a pesar de las restricciones se las arreglaran para hacerle una señal de saludo y agradecimiento.
En la primera fase del juicio, con casi 70 años, Mirta acudió sin falta desde la casa de su familia en Hialeah para ofrecer su apoyo. Usaba el difícil transporte público de Miami, pues para entonces no se había expandido el movimiento de solidaridad que existe hoy. En esa etapa, recuerda Mirta, fue fundamental el apoyo de Roberto González, el hermano de René.
Entre todas las duras vivencias, Mirta recuerda como un momento de corta felicidad el año 2005 cuando tres jueces les dieron la razón por unanimidad. Un instante de alegría en esa etapa en que un documento de 83 páginas relacionaba hacia su final, con sus nombres, todas las organizaciones terroristas de Miami cuyo monitoreo era el objetivo de la presencia de los cinco en los Estados Unidos. A pesar de eso, la jueza volvió a enseñarse con los jóvenes antiterroristas y como dijimos también fue muy dura en la resentencia. Mirta cuenta la gran frustración que le produjo confirmar que se trataba de un juicio parcializado y falto de humanidad, donde se quería castigar la posición política de un país a través de la prisión de esos hombres.
Hay mucho odio en este proceso. Mucha venganza. A pesar de eso Mirta y Antonio comparten optimismo. En la visita de abril del 2011 se prometieron creer en la certeza del regreso. En esa oportunidad se vieron tres fines de semana seguidos y confiaron en que el tiempo estará de su lado.
La visita de Mirta a Miami me hizo sentirla más cerca. Quizás hay algo de mí que tiene que ver con esa forma de relacionarse ella con su hijo; esa forma de Antonio de relacionarse con su madre. Ojalá que este encuentro entre ellos haya puesto de una vez el tiempo de su lado.
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