Por Carlos Escorcia Polanco
En su última edición de Diciembre de 2009, la revista norteamericana Newsweek, predijo que durante 2010, entre otras cosas, ocurrirían los siguientes eventos políticos: Primero, que Fidel Castro moriría, dados sus graves problemas de Salud. Segundo, que Estados Unidos iniciaría, como consecuencia de la muerte de Castro, un acercamiento a la isla. Tercero, que Hugo Chávez sería derrocado mediante un golpe de Estado. Cuarto, que Brasil sería la nueva China. Quinto, que Obama obtendría un éxito militar en Afganistán. Sexto, que el gobernador de Florida Charlie Crist ganaría un escaño senatorial en las elecciones de noviembre de 2010.
Ninguna de tales predicciones se cumplió. Fidel Castro, afirmó la prestigiosa revista estadounidense, “...ha estado enfermo por largo tiempo y el 2010 parece ser su último año sobre la faz de la tierra”. El exgobernante cubano, no sólo no ha muerto, sino que su salud ha mejorado, continúa escribiendo incisivos análisis de política mundial y hasta ha hecho comparecencias públicas.
Estados Unidos no ha iniciado ningún acercamiento real hacia la isla y el único gesto conocido es la decisión de la Casa Blanca de flexibilizar el envío de remesas familiares y los viajes de estadounidenses con familiares cubanos en la isla. "Se trata de extender la mano al pueblo cubano, no al gobierno", dijo Dan Restrepo, asesor de la Casa Blanca para asuntos hemisféricos.
En Venezuela, Hugo Chavez no ha sido derrocado sino mas bien terminó el año 2010 inaugurando viviendas para los damnificados de las recientes inundaciones y recibió el año nuevo en Brasil, junto a Hillary Clinton, participando en las ceremonias de asunción del mando de la nueva mandataria brasileña, quien pasó de guerrillera en los 70 a presidenta del país más grande de Latinoamérica.
En Brasil, ningún analista político ni economista serio ha confirmado aún que el gigante suramericano se ha convertido en la nueva China. Aunque la recién inaugurada presidenta acaba de confirmar una nueva era para Brasil, los mismos brasileños rechazan toda comparación con China.
¿Y qué se puede decir de las otras predicciones? Un informe de la ONU sobre Afganistán publicado el 24 de Diciembre, indica que los “incidentes de seguridad” crecieron un 66%. Coincidentemente, en una mesa de discusión de CNN en inglés, el ex-gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, dijo que los planes militares de Obama en Afganistán eran un desastre.
Sobre la predicción del gobernador de Florida, Charlie Crist, que ganaría un escaño en el senado, esta resultó tambien falsa. Crist perdió la contienda electoral ante el joven candidato de la derecha republicana, el cubano americano Marco Rubio.
Ningún comentarista latinoamericano de los medios oligárquicos del continente, ningún analista estadounidense se ha hecho eco aún de tantas predicciones fallidas. Esto contrasta con la amplia cobertura que se le dio hace un año a estas predicciones que hoy arrojan una nube de descrédito para la renombrada revista estadounidense.
Lo que no predijo Newsweek es que en vez de Castro, fue el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez, archi-enemigo de Chávez, quien no sobrevivió el 2010, el cual falleció el Día de Navidad en Miami, cuna del anticastrismo y refugio de las oligarquías latinoamericanas que huyen del avance de los paises gobernados por la Alianza Bolivariana de las Américas, ALBA.
Newsweek tampoco predijo la arrolladora victoria de la candidata de Lula en Brasil, no dijo ni media palabra sobre la virtual guerra civil que asola a México por el accionar del narcotráfico y que pavimenta el camino para una victoria electoral de la izquierda mexicana.
La revista no pronosticó el resurgimiento en las encuestas de la presidenta de Argentina, Cristina Kichner, luego de la muerte de su esposo, ni el desastre de la OEA, evidenciado por su incapacidad de reunir a los cancilleres americanos con motivo del conflicto limítrofe entre Costa Rica y Nicaragua, en una debacle diplomática sin precedentes.
Newsweek no pronosticó las revelaciones de Wikileaks, ni que Honduras continúa fuera de la OEA, ni la alta popularidad del presidente Daniel Ortega, como resultado de una agenda social claramente favorable a los sectores humildes de su país. Tampoco predijo el virtual colapso de una oposición antisandinista que nunca superó sus riñas internas ni jamás encontró el rumbo de su quehacer político en la sociedad nicaragüense.
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