domingo, 14 de noviembre de 2010

Receta de ‘waterboarding’ para Bush

Por Isaac Rosa

“Sin duda el procedimiento era duro, pero expertos médicos tranquilizaron a la CIA diciéndole que no causaba un daño duradero.” -George W. Bush, fragmento de sus memorias ‘Decision Points’-


Tomen nota primero de lo que necesitamos, para que lo tengan todo a mano: un tablero colocado en horizontal y ligeramente inclinado, un rollo de cuerda, una capucha negra, una toalla, una garrafa de agua y un ex presidente norteamericano que defienda que el ‘waterboarding’ no es para tanto. Nos vale también su vicepresidente y cualquiera de los miembros de su equipo que siguen justificando la tortura.
¿Lo tienen ya todo? Pues empezamos. Cogemos al ex presidente, lo desnudamos y lo atamos de pies y manos. Le colocamos la capucha y lo dejamos un par de horas a solas, a ser posible en un lugar incómodo, con frío, humedad y ruido. Pasado ese tiempo, agarramos entre dos al ex presidente, cada uno por un brazo, y lo llevamos a empujones a la habitación preparada para el ‘waterboarding’.
Lo tumbamos en el tablón, boca arriba y con los pies más elevados que la cabeza. Le colocamos sobre la capucha una toalla doblada a la altura de la nariz. Antes de empezar se le puede insultar un rato, pero es opcional, no es imprescindible para que funcione. Cogemos la garrafa y le echamos un chorrito de agua, para que la toalla se empape y se le pegue a la boca y la nariz. A partir de ahí, vamos echando más agua. Pasados unos segundos –no hace falta mirar el reloj, nos lo indicará el pataleo y cabeceo desesperado del ex presidente- hacemos una pausa, le quitamos la toalla y le dejamos respirar antes de reanudar la sesión. Podemos aprovechar el momento en que toma aire para echarle otro chorro a traición, pero eso ya depende del sadismo de cada uno.
Con un par de golpes de garrafa lo tenemos suave, suave. Ya pueden preguntarle lo que quieran, que se lo contará todo con pelos y señales: su victoria electoral fraudulenta en 2000, el 11-S, Irak, la crisis financiera, los negocios y amistades peligrosas de su familia. Ya verán cómo canta.
Si después de eso sigue defendiendo la tortura, tengo toda una lista de técnicas que “no causan un daño duradero.” No creo que haga falta, una vez el ex presidente haya admitido, entre sollozos, que para daño duradero el que causó su paso por el poder.

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