Hombres contra Nombres: apuntes sobre el derrumbe de un mito
Por Enrique Ubieta Gómez
Nace el verdadero, el único Mundial posible de la pelota. No el falso de las Grandes Ligas. Sino aquel que reúne por vez primera a los mejores peloteros de los principales países del orbe que practican este deporte, en representación de sus camisetas nacionales. En el 2006 se produjo un acontecimiento histórico: se puso a prueba el Mito de las Grandes Ligas. El resultado no pudo ser más revelador: de los cuatro finalistas (entre ellos los medallistas de oro y plata), tres eran equipos cuyos atletas no participaban en aquel certamen. Hubo por supuesto muchas explicaciones que justificaban ese resultado adverso para la llamada Gran Carpa. Y al margen del que pueda producirse en esta versión (para la cual los organizadores reunieron en el mismo sendero a esos incómodos visitantes, con el propósito de que ellos mismos se eliminaran), he querido mostrarle al lector la manera en que nuestra selección fue recibida por la prensa durante el I Clásico del 2006. Es un ejercicio útil, que arrojará luz sobre las ilusiones que albergó la contrarrevolución cubana, para la cual era inevitable la derrota del equipo nacional, y con ella, la de una concepción no mercantil del deporte.
Los analistas se frotaron las manos por lo que, según ellos, ocurriría en el terreno y prepararon las condiciones sicológicas para el descalabro. Encuentro en la Red fue especialmente enfático en sus predicciones, hechas para presionar a un equipo joven (28 años de promedio) que por primera vez se enfrentaba al Gran Mito. Hombres que cobraban decenas de millones de dólares por temporada eran enfrentados por hombres que nunca habían aparecido en los medios trasnacionales, porque cobraban salarios de simples trabajadores cubanos. El mensaje era absurdo, desmesurado, pero muy redituable: si Cuba no llegaba a la discusión de la medalla de oro, se evidenciaría el fracaso de todo el sistema deportivo revolucionario. Fernando Vilá escribió:
“El Clásico Mundial de Béisbol (CMB) dará la posibilidad, de una vez y por todas, de comprobar cuál es el nivel real del béisbol cubano. […] Alejada del mejor béisbol del mundo por casi cinco décadas, Cuba competirá con una presión adicional. El equipo de la Isla no puede darse el lujo de una derrota aparatosa, pues se derrumbaría toda la propaganda montada durante tantos años. El béisbol ha sido el principal baluarte de una política propagandística dirigida a demostrar la superioridad del sistema deportivo cubano”. (“La hora de la verdad”, 15 de febrero de 2006, en Encuentro en la Red)
Era tal el deseo de que el equipo cubano naufragara, que Encuentro en la Red, en un editorial de la redacción, perdió los estribos de pura alegría cuando Cuba sufrió una derrota frente a Puerto Rico, al que ganaría en el encuentro decisivo. Permítame el lector reproducir íntegramente este párrafo:
“El marcador, 12 x 2, refleja la derrota más abultada del equipo cubano desde que el régimen de Fidel Castro decidiera darle la espalda al mundo profesional del béisbol. Ha habido que esperar casi cincuenta años, y ha llegado en el primer encuentro contra un rival de envergadura. Un batazo de Bernie Williams en la segunda entrada bastó para dejar atrás los “gloriosos años” en los que la selección nacional barría a conjuntos amateurs de todo el mundo. La realidad es mucho más cruda. Fuera de la burbuja propagandística del castrismo, el equipo nacional se vio desamparado y sin respuesta ante una novena que le arrolló en todos los ámbitos del juego. Tras más de cuatro décadas de politización de la vida cubana en general, y en especial del deporte y del béisbol, se hace muy difícil para los aficionados obviar tras el partido un enfoque desde esta perspectiva. Y lo que acaba de pasar, impensable en un año como 1959, dice mucho de la situación actual del país”.
¿Qué pasó en lo adelante? Las sucesivas victorias de Cuba desconcertaron a los que festejaban ya su entierro. Cuba discutió la medalla de oro frente a Japón. Desde luego que nadie invirtió los términos de la apuesta: había triunfado el sistema deportivo revolucionario. Pero si alguien tiene dudas de qué sentimientos albergaba la contrarrevolución miamense ante la joven novena cubana, lo invito a leer estas deliciosas palabras que el 27 de marzo de 2006 publicara la ¿cubana? Gina Montaner (¡la hija de Carlos Alberto, el que quiere ser presidente de Cuba!) en El Nuevo Herald:
“Aunque puse cara de póker durante las dos semanas que duró el torneo, hacia el final, en vísperas del juego definitivo entre Japón y Cuba, me hicieron la pregunta inevitable: ¿quién quieres que gane? Y les contesté la respuesta, para mí, inevitable: en todos y cada uno de los partidos he deseado fervientemente que Cuba perdiera. Sin apenas comprender las complicadas jugadas y sin compartir la pasión beisbolera de los que me rodean, aposté por la suerte de Puerto Rico, de República Dominicana, de Venezuela y hasta de Japón, a pesar de su lejanía”.
Lección insuperable, sin dudas aprendida. He revisado los comentarios de Encuentro en la Red y de El Nuevo Herald con motivo del II Clásico y ya no abundan los pregoneros de la derrota. Mucha cautela, incluso cierto reconocimiento que ahora se ampara en un interesado “apoliticismo” –los cubanos siempre han jugado bien el béisbol--, porque la derrota tenía que ser culpa del “sistema”, pero la victoria no. El mismo Vilá que auguraba en el 2006 el descalabro total, insiste ahora en repasar la prodigiosa historia que tuvo el béisbol en la Cuba prerrevolucionaria. A pesar de ello, a los deportistas cubanos se les exige “demostrar” una y otra vez que son buenos, ya que no cobran esas cifras millonarias. Como decía un despacho de EFE previo al inicio de estos juegos, “la selección cubana llegó a la final del pasado Clásico Mundial de Béisbol, a pesar de no jugar con peloteros profesionales, y la próxima semana tendrá en México un reto grande, confirmar que no fue casual haberse colocado entre los dos mejores”.
Pero los deseos inconfesos de los analistas –los periódicos no publican ahora opiniones, sino despachos cablegráficos con la descripción de cada partido--, saltan incontenibles en los comentarios de los lectores. Uno de ellos, en El Nuevo Herald, declaraba frustrado: “Que ganas tengo que empiecen a perder estos palestinos arrastrados, verles la cara de derrota como se las vi la vez anterior (…). Siempre quise que perdieran aquí y allá. Mi equipo es el de U.S.A., no quiero victorias para el equipo de Castro, lo siento”. Para ellos el valor de un hombre no se mide por lo que hace, sino por lo que gana. Por eso (aceptada a regañadientes la calidad de los cubanos) apuestan a que el oro –no el de una medalla, sino el de una transacción--, se robe la alegría de nuestros aficionados. Quieren derrotar la posibilidad de que exista el deporte no rentado y que sea exitoso. En un blog de Internet, un lector que se identificaba como Saúl Sanfiel, acotaba a propósito de la contundente victoria obtenida por nuestra selección ante México:
“Ahora es cuando la cosa se pone buena. Ya estarán en suelo estadounidense que es decir en la tierra de la libertad y las oportunidades de las cuales carecen en la Isla (…). Espero las deserciones que es el oro olímpico para esos muchachos, sus familias y su futuro. Oro, que es lo que cada ser humano necesita para vivir y prosperar. Ya son millonarios. Sólo falta el salto que yo espero para aplaudirlos. ¿Cuál será el primero?”
Empieza en efecto la segunda parte de este fuerte torneo, el único verdaderamente mundial. Cuba podrá ganar o perder –los cubanos de cualquier lugar, los que no han extraviado la Patria en algún aeropuerto interior, los que defienden el deporte como derecho del pueblo y no como negocio, desearán que gane--, pero ya nadie podrá ignorar que existe otra manera de jugar béisbol (“romántica”, la califica el despacho que cité de EFE), que existe en este mundo otra Liga de Mayores, de hombres mayores, quise decir, que no es de nombres, no es de mercancías.
Muy claro este articulo. De veras da asco la manera en que se expresan esos que dicen ser cubanos, pero que ya hace mucho o nunca lo fueron. Para los revolucionarios y patriotas si queda claro en donde esta la razon. Algo parecido esta sufriendo ahora el pelotero venezolano Magglio Ordoñez por apoyar a Chavez. Esa gente es igual en todas partes.
ResponderEliminar