Por Enrique Ubieta Gómez
Tuve que dejar pasar algunos días antes de sentarme a escribir sobre el concierto extraordinario –en más de un sentido--, que protagonizaron dos de los más importantes poetas cubanos contemporáneos: Roberto Fernández Retamar y Silvio Rodríguez. ¿Quién duda que Silvio, además de un poeta de la melodía, es un poeta de la palabra? Una sala espaciosa abarrotada de público, la mayoría jóvenes. El lugar: Casa de las Américas. El nombre de la sala: Che Guevara. El pretexto: un homenaje a Haydee Santamaría, la revolucionaria, la fundadora. Dos poetas, dije, pero debo añadir, dos cronistas de la Revolución, desde sus costados íntimo y épico. Esa tarde, la Casa de las Américas nos recordó a todos, ahora que cumple sus primeros cincuenta años, como la Revolución que la parió, que no es ni podrá ser nunca una institución académica o cultural “de excelencia”, en el sentido burgués y neutro de sus similares, que es una institución guerrillera como su fundadora, que nació para pelear por un mundo mejor con las herramientas de la cultura y para defender, proteger y promover un arte doblemente revolucionario, por sus códigos artísticos y humanos. ¿Quién dijo que la crónica poética de la Revolución había caducado?, ¿quién dijo que ya no era creíble el canto íntimo a la proeza colectiva, cuando es poéticamente genuino? No sé cuántas veces en su vida habrá recibido Fernández Retamar aplausos tan prolongados y efusivos como el que recibió después de leer su poema a Haydee –no es usual que los poetas sean aplaudidos por multitudes--, pero aquella ovación iba y venía de la calidez de su voz emocionada y emocionante, de la eficacia artística de sus imágenes, a la convicción íntima de quienes escuchábamos de compartir un compromiso, y unas vivencias, que nos convertían en protagonistas del hecho estético. Nunca más Quijote Retamar, nunca más Juglar Silvio. Nunca más Casa la Nuestra, la de Víctor Jara, la de Benedetti –recientemente aclamado por sus lectores en el último adiós--, la de Cortázar, la de Roque Dalton, la de la Nueva Trova. No fue una noche para la nostalgia, que nadie se confunda; los nuevos creadores se parecerán a los nuevos tiempos, pero estos no serán los de la desesperanza, los de la renuncia, ni los del recogimiento, o la compra-venta: a sus cincuenta años, Casa de las Américas sigue siendo el espacio que convoca a la Vida, a la Esperanza, a la Revolución.
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