Por Ricardo Alarcón de Quesada
Querido Carlos:
Jugaba con mi nieto cuando leí una declaración de tu hijo reclamando superar “la peor de las fronteras: el olvido”. El 28 de abril de 1979 Carlitos tenía más o menos la edad actual de Ricardito y recordé que a ti te impidieron ver crecer a tus hijos. Por eso decidí escribirte.
A mediodía, en Río Piedras, junto a tu tumba, familiares y amigos se reunieron para decirte que no te han olvidado y para reclamar, una vez más, que se te haga justicia.
Aunque sea tardía, pues el crimen ocurrió hace ya 31 años. Aunque sea incompleta, porque no viven ya algunos de los que de un modo u otro fueron responsables o participaron en la infamia.
Porque es imperdonable que a plena luz del día, ante testigos, se pueda asesinar cobardemente a un joven de 25 años, en un territorio bajo la jurisdicción norteamericana y que tres décadas más tarde los culpables no hayan sido llevados ante los tribunales.
Porque, según indican algunos documentos oficiales que trabajosamente tu familia logró desclasificar mucho después, algunos implicados en el crimen gozan de libertad y actúan impunemente. Como José Dionisio Suárez Esquivel - quien fue hallado culpable en el asesinato de Orlando Letelier en Washington D.C. -, Pedro Crispín Remón Rodríguez - condenado en Panamá como parte de un grupo al que se le ocupó numerosos explosivos con los que pretendían hacer estallar el Paraninfo Universitario y matar a Fidel Castro y a centenares de estudiantes - y Reynol Rodríguez González, activo aún organizando a terroristas anticubanos en los Estados Unidos.
Porque según fue revelado hace dos años el FBI de Puerto Rico reconoció poseer pruebas documentales que podrían esclarecer tu caso. Y desde entonces tu familia y tus amigos le han reclamado al FBI que entregue esas evidencias a los tribunales puertorriqueños.
Porque, respondiendo al clamor generalizado, quien entonces era el Gobernador de Puerto Rico, Aníbal Acevedo Vilá, escribió a Barack Obama, el 15 de diciembre de 2008 cuando el joven negro acababa de ganar las elecciones, pidiéndole que una vez Presidente permitiera que el FBI entregara a la justicia las pruebas que esconde hace ya más de treinta años sobre tu caso y sobre el de Santiago Mari Pesquera, el hijo de Juan Mari Bras, nuestro noble y querido hermano, asesinado en 1976.
No sé si el señor Presidente respondió, ni que fue lo que dijo, si algo dijo. En Río Piedras, tus familiares, tus amigos, insistieron en un reclamo elemental: que se permita conocer las pruebas que mantienen ocultas y que finalmente sean juzgados tus asesinos. Hay que multiplicar esa demanda. Exigirlo día y noche, en todas partes.
Quiero que sepas, Carlos, que tienes una hermosa familia. Allá en Puerto Rico y acá en Cuba, tus dos islas. Una familia que seguirá creciendo y que jamás olvidará.
Hasta Siempre
La Habana, 28 de abril de 2010
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