Por Max Lesnik
¿Quien lo podría imaginar? Que fuera el gobierno de los Estados Unidos el que pondría en peligro de muerte a la Organización de Estados Americanos, la OEA, un dócil instrumento de la diplomacia norteamericana que desde su formación en 1948 bien que le ha servido a Washington para imponer su voluntad en todo el continente americano.
El golpe de Estado en Honduras contra el Presidente Manuel Zelaya, condenado por todos los gobiernos del continente, incluyendo el de Estados Unidos, pudo haber servido como agente catalizador de una política continental, que incluyendo a Washington, le diera una nueva imagen a la OEA, dado su inicial protagonismo en contra de la asonada militar que se había producido en la pobre y pequeña República Centroamericana.
El secretario General de la Organización de Estados Americanos, el chileno Miguel Insulza parecía haber logrado su propósito de restaurar el prestigio de un organismo que por años venía languideciendo, con tan poca credibilidad que su muerte no era muy difícil de predecir.
Pero la zancadilla contra la OEA y su Secretario General no vino de Cuba ni de Venezuela ni de la izquierda latinoamericana, sino de Washington, cuando la señora Hilary Clinton desde el, Departamento de Estado tiró a un lado el discurso solidario del Presidente Barack Obama, para implementar una forma dilatoria, que con el protagonismo del Presidente costarricense Oscar Arias, le ha quitado el rol negociador que hasta ese momento venía ejerciendo Insulza a nombre de la Organización de Estados Americanos.
La muerte de la OEA está sobre el tapete, y solo se salva de una muerte segura, si el Presidente Zelaya regresa a la presidencia de Honduras de mano del Secretario General de la OEA, el chileno Miguel Insulza. Si no es así, adiós a la OEA y que descanse en paz.
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