domingo, 24 de mayo de 2009

Con las mismas manos de Yeyé


Por Fidel Díaz Castro

Aunque fuimos invitados a un concierto homenaje a Haydee Santamaría, más bien salí de Casa de las Américas con la impresión de que fue Yeyé quien nos reunió, para —Retamar y Silvio mediante— halarnos las orejas del espíritu, sacudirnos la esperanza y devolvernos luego a la vida con renovada audacia y capacidad de fundar.
No me alberga el menor misticismo, no creo en otro más allá que en el de “la sobrevida”, el del rastro dejado en la tierra, como versos, por quienes no quieren más de lo que saben dar. De ahí que no necesite especular sobre alguna presencia fantasmagórica de Haydée para estar convencido de que estuvo paseándose por la sala Che Guevara en la tarde noche de este viernes 22 de mayo, velando silenciosa aquel encuentro, desde la compulsión hacia el acto poético colectivo, confluyente allí, desde la obra-ella de sus días.
Roberto Fernández Retamar y Silvio Rodríguez, salieron con toda la sencillez que los caracteriza, con el esplendor de la coherencia, sin un minúsculo artificio; se sentaron ante el árbol de la vida, a tejer una poética, mano a mano, ante una sala repleta de un público expectante que muy pronto entró a complementar aquella entrega cual si estuviéramos —o acaso estábamos— en una reunión clandestina, conspirando por el reino de todavía.
Silvio, en su más pura esencia trovadoresca, solo con su guitarra, como quien parte a un combate en que se juega la existencia. Algunas de esas antológicas canciones transportadas a un tono más bajo, ajustadas a su voz de hoy que, lógicamente, no alcanza aquella nota bien alta de antaño; ni le hace falta, su voz es ahora como canto rodado: es ancestral y dice más. Tiene el poeta esa rara virtud de haber surcado un largo tiempo sin sentarse al borde del camino, de ahí que en el punto donde otros muchos se acomodaron en su “madurez” o, peor, en el éxito, Silvio nos abrace con la sinceridad apasionada, con la vibración, incluso, de los amantes que se inician temblando en el amor.
Sus canciones llegan recreadas. A veces acorta, varía, una introducción o final; busca un modo de decir de mayor intimidad, más sosegado; una canción rebelde nos asalta ahora más serena, de un rasgado violento de sus cuerdas brota esta vez un arpegio mas pleno, como trino que llega de muy lejos, para insertarse totalmente en el aire del discurso de Fernández. De pronto, a la luz de aquel tejido, emergen canciones —que hemos escuchado hasta cientos de veces—, como de estreno, descubriéndoles dimensiones inesperadas.
Retamar hechizante hechizado, con piezas menos conocidas por la multitud (los aun primitivos medios masivos saben poco de cosas sustanciales) cantó sus versos, sacando los matices a cada palabra de las entrañas de su espíritu, de la intención que solo sabe dar la eticidad martiana, haciendo estallar asociaciones que por momentos fueron dolor intenso o sonrisa tierna; el público no se atrevía ni a respirar con tal de sumar su alma también.
Así se desató el vuelo del colibrí, múltiple, caótico, alado, en un sinfín de imágenes que surcando laberintos insospechados encontraban un eco común: el trabajo voluntario de un país levantándose ayer con botas enfangadas y una sonrisa ante la bala; la imagen de Abel, de Haydee, de los que vimos por ultima vez entre humo y metralla; la mujer amada hasta la sobrevida, incluso si estoy muerto y el día siguiente además; el padre que nos dejó su amor al trabajo honesto, con la felicidad de quien no tiene más que su paz interior, el hijo que le acompaña la ilusión, aun cuando ya no está, con su relevo creador; el ser feliz pese a las cicatrices de este mundo, y las miserias materiales y humanas; la hermosura real, la poética que emerge de lo aparentemente feo y enfrenta soberana a la belleza frívola y enlatada de ese Hollywood globalizado y formulario; la “buena vida” de revistas de modas, o sea la muerte viva, descerebrada con el alma en subasta perenne, vencida por el trote del unicornio; el continente levantándose ayer, los venenos del mundo de hoy, la naturaleza poética que hay que salvar como patria en peligro.
Silvio y Retamar tuvieron en el público un importante elemento concertista; la complicidad fue llevando monte adentro la energía desplegada en la sala mediante ese interactuar de sonoridades, intenciones, aliento. Hubo instantes en que se podía cortar el aire, el silencio no era absoluto porque unos susurraban, acompañando las cadencias sonoras, otros carraspeaban o buscaron en el suspiro profundo aliviar la intensidad que amenazaba con estallar en ese cosmos volcánicamente emotivo. Las manos se deslizaban sigilosas buscando en el ser contiguo —el amigo o la pareja— una señal dadora, algo así como un acento de los dedos puesto sobre un verso o el fragmento de una melodía, para decir “no sabría amarte más” desde ese gesto.
No pudo tener Haydee mejor manera de chequear su Casa, que reunirnos con Retamar y Silvio y desmentir tanta duda flotante sobre la esencia humana; cita urgente para regañarnos con un beso por cada pecado espiritual, por cada dejadez del altruismo, por cada segundo que hemos creído los cuentos imperiales para dormir, sobre jóvenes que ya no piensan más que en sí, sobre hoy “la gente es mala y no merece”, sobre el dinero es la utopía real. Hizo, como siempre, lo que más urgía, salir de donde nunca se ha ido, de su espacio natural, su Casa de las Américas, para decir mediante su obra-ella impregnada en dos de sus más nobles hijos: no importa que haya pasado el tiempo, nuestro sueño fundado para el bien de todos, y cada uno, sigue siendo el único posible; recuérdenle a todos los hermanos que no hay más reino vitalicio que el de la poesía, lo que se le enfrente, o tienda a rebajarlo, como decía Martí, está condenado al fracaso y morirá.
Gracias, Yeyé, por invitarnos a tu fiesta por los 50 años de la sobrevida, donde Retamar y Silvio nos han cantado, con tus mismas manos. Gracias por sacudirnos, como ayer, con la honradez poética, por esa especie de pacto de sangre con un credo martiano que campea por sus respetos en tu Casa de los pobres de la tierra: verso, o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos.

1 comentario:

  1. Estoy escuchando el disco y la verdad que me hubiera gustado estar ahi y verlos recitar y trovar.
    Saludos a los dos, espero que algún día nuestra música sea universal en audiencia, ya lo es en hermandad.

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