martes, 28 de abril de 2009

Prohibido viajar

Por Santiago Alba Rico

En la tradición occidental, Ulises fija para siempre la experiencia radical del viajero que, contra todos los obstáculos y todas las tentaciones, afrontando tormentas, monstruos y amenazas de muerte, después de travesías sin fin y contratiempos en cadena, alcanza finalmente su destino. Porque Ulises ha viajado, su país ha cambiado; porque Ulises ha viajado, él mismo ha cambiado tanto que se ha vuelto irreconocible. Llamamos viaje a la mutación simultánea del espacio y del sujeto; es decir a la imposibilidad de volver al mismo sitio y de volver a ser el mismo o, valga también decir, a la imposibilidad misma del regreso.
Unos 175 millones de personas en todo el mundo hacen o han hecho el viaje de Ulises. Han luchado durante años contra el mar y contra el desierto, se han jugado e incluso perdido la vida, se han visto empujados, rechazados, apaleados, encarcelados, antes de alcanzar su destino. Cuando lo han conseguido, nadie les estaba esperando para celebrar su hazaña ni para recoger el testimonio de sus aventuras. ¿Por qué? ¿Qué es lo que quiere esta gente? ¿Para qué todo este esfuerzo? ¿Por qué todo este rechazo? Porque quieren ser albañiles en Europa y mandar un poco de dinero a sus familias.
Unos 700 millones de personas –las mismas todos los años-- pasan de un avión a un hotel a un museo a un restaurante a una tienda de souvenirs, sin salir jamás del angosto pasillo de la experiencia estándar, y exigen por eso, y obtienen, sonrisas, aplausos, reconocimiento y protección. ¿Por qué? ¿Qué es lo que quiere esta gente? ¿Por qué los amamos tanto? Porque quieren hacerse una fotografía.
Al contrario de lo que puede parecer, al capitalismo no le gustan los viajeros. Una íntima paradoja le obliga a vender a todo el mundo –y lleva a todo el mundo a consumir-- la misma experiencia exclusiva; una íntima paradoja le lleva a vender a todo el mundo –y lleva a todo el mundo a consumir-- la misma aventura inmovilizadora. El viaje de Ulises está prohibido. Pero hay que transportar mercancías y consumidores ininterrumpidamente; hay que transportar mercancías y consumidores sin que ocurra nada, sin que nada se mueva. La única manera de volver siempre al mismo sitio y de ser siempre la misma persona es no haber estado nunca en ninguna parte. Este “ninguna parte” se llama televisión; este “ninguna parte” se llama también turismo.
El capitalismo ha dispuesto una enorme, sofisticada, poderosísima maquinaria para impedir los viajes. Ha convertido de hecho la prohibición del viaje en uno de los negocios más rentables del planeta. En medio de la crisis rampante, los ingresos por turismo internacional aumentaron un 5,6% en el año 2008 hasta alcanzar los 850.000 millones de dólares; es decir, el 30% de las exportaciones internacionales de servicios. La Organización Mundial del Turismo prevé para el año 2020 1.600 millones de desplazamientos turísticos internacionales por todo el mundo. Quizás debemos alegrarnos, aunque la imagen resulta menos esperanzadora y optimista si nos imaginamos 1.600 millones de langostas voraces o 1.600 millones de marines fotógrafos –como estampidas de animales fagoscópicos-- reclamando a los nativos, e imponiéndoles, su verdadero país.
En 1867, el escritor francés Teophile Gautier visitó Egipto y quedó muy decepcionado: no se parecía en nada al “auténtico” Egipto, el de la Exposición Universal de París de 1855. Desde entonces la industria de la prohibición del viaje se ocupa de que los destinos turísticos se parezcan a sí mismos, de que las ciudades, los paisajes y los souvenirs consumidos se ajusten a la realidad establecida –como por el eidos platónico-- en los catálogos de viajes. En 1888, la casa Kodak inventó el carrete de papel y democratizó por tanto la fotografía con un eslogan publicitario que resume muy bien la contribución del turista-consumidor a la cultura universal: "Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto". Durante siglos, militares, sacerdotes y empresarios han destruido y reconstruido sin parar los países del llamado Tercer Mundo para que sus prolongaciones pacíficas puedan hoy fotografiar el verdadero Egipto, el auténtico Senegal, la India genuina, el Marruecos original. La paradoja del colonialismo es que ha impuesto no sólo la modernidad a sus colonias; les ha impuesto también sus tradiciones autóctonas y sus costumbres milenarias.
El coste económico y ecológico del turismo de masas es altísimo: el capitalismo no puede inmovilizar al viajero sin trasladarlo de un lado a otro en medios de transporte dependientes del petróleo; no puede producir la “verdadera copia” de los países visitados sin desplazar poblaciones, destruir manglares y selvas, alterar los paisajes, estimular la especulación y acelerar la construcción de hoteles e instalaciones casi siempre incompatibles con los recursos y necesidades de los nativos. Pero más grave que todo esto –porque es también su condición-- es el coste antropológico, cultural, humano del turismo. “Usted aprieta el botón y nosotros hacemos el resto” es una frase que expone muy bien la continuidad consumista entre el espectador de televisión, el turista y el piloto de un bombardero. Nuestra vida discurre en “ninguna parte” y nunca nos ocurre “nada”. Turismo y guerra se confunden de tal modo en esta negación radical del mundo que los torturadores de Abu Ghraib creen estar haciendo turismo en Iraq y se fotografían por eso con sus víctimas asesinadas mientras que los turistas occidentales en Egipto o Senegal son al mismo tiempo marines invasores y prisioneros consumidores. Marines porque prolongan, alimentan y confirman relaciones de dependencia neocolonial; prisioneros porque (al contrario que Ulises y los inmigrantes, los verdaderos viajeros) son pasivamente trasladados, apriscados, alimentados, a veces incluso tatuados, y en cualquier caso encerrados en campos de concentración de lujo desde donde se comen el mundo sin mirarlo ni entenderlo; sin ni siquiera rozarlo.
Un amigo –lo he contado otras veces-- ha propuesto la firma del Protocolo de Quieto, un acuerdo internacional en virtud del cual todos los hombres al nacer recibirían un cupo limitado de kilómetros para desplazarse por el mundo. En esa “otra sociedad posible”, agotado ese cupo, sólo se permitirían los viajes de aprendizaje y de solidaridad (y, claro, los de amor auténtico y amistad verdadera). Ese es el modelo vigente en Cuba desde hace cincuenta años, como lo demuestran los soldados en Angola y los médicos en todos los puntos del planeta. Puede que bajo el capitalismo resulte muy apetecible ser inmovilizado en aviones, hoteles, tiendas y restaurantes extranjeros, pero no llamemos a eso “viajar”. Digamos al menos la verdad. Y la verdad es que los cubanos, a veces justificadamente insatisfechos, han viajado y siguen viajando mucho más que todos los otros pueblos del mundo. Los españoles, que estamos en todas partes, en realidad no hemos salido todavía de nuestras casas. Y desde ellas fotografiamos ruinas antiguas y ruinas frescas.

Tomado de La Calle del Medio

7 comentarios:

  1. Esto es lo mas sin sentido que he leido en mucho tiempo. Quiza halla que fumarse un porro pa cogerle el hilo. Lagarde quieres justificar en voz de un Español Marxista de Primer mundo que no hace falta viajar. Me gustaria verte a ti y a Santiago Alba Rico en las oficinas del MININT mendigando un derecho que tienen todos los ciudadanos de la tierra menos los cubanos, viajar libremente. Hombre vamos ya! Si quieres ser serio pon algo que tenga sentido aqui.

    ResponderEliminar
  2. Vivo en Miami. Sali de Cuba creyendo que aqui podia viajar por el mundo entero, pero nada de eso. En realidad no he podido ir ni a New York, como mismo le pasa a muchos cubanos de aqui que se hacenlos viajeros. Algunos pueden pero cundo lo hacen se endeudan hasta el fondillo. Yo no puedo hacerlo porque me quedo sin trabajo. Cubanos, no le crean el cuento a todos estos blogueros que no saben donde posar su miseria

    ResponderEliminar
  3. Y que me dicen de los americanos que hace 50 años que no los dejan pisar Cuba. Tremenda libertad y tremendo miedo a quitar el bloqueo. ?por que sera?

    ResponderEliminar
  4. La verdad que este articulo se ve que ha sido escrito por alguien que no conoce mucho de capitalismo. ¿Como puede decir que al capitalista no le conviene que la gente viaje? !!Si eso es lo que mueve miles de miles de millones de dolares en todo el mundo!!. Hay paises cuyas economia depende exclusivamente de los turistas. Veo el articulo como un intento de justificacion de por que al cubano de cuba no se le permite viajar.

    ResponderEliminar
  5. y SI A LOS CUBANOS NO SE LES PERMITE VIAJAR COMO ES POSIBLE QUE HAYA TANTO GUSANO DISPERSO POR AHI?

    ResponderEliminar
  6. Lagarde dale suave con el canabis. Este articulo lo sacaste de High Times?

    ResponderEliminar
  7. La prohibición desata el deseo. Salir de la isla se ha convertido para algunos (muchos) cubanos en una meta. Para otros, los que han salido y entrado, o los que han salido y nunca mas han vuelto a entrar, no es mas que un suceso que marca un antes y un despues en sus vidas. Y despues de salir qué sucede? Se es libre de hacer lo que uno quiere? En efecto si, pero existe un pequeño inconveniente: si no tienes dinero suficiente no puedes hacer lo que quieras. Entonces caemos en la segunda trampa mortal del "poderoso caballero". Para los latinoamericanos viajar es privilegio de los acaudalados o de los que se endeudan. Al no "poder salir", pues no hay nada que lo impida, la juventud y otros que han envejecido intentandolo, orientan hacia el viaje el Norte cardinal. Una vez alcanzado, habra otro punto a donde ir? Me temo que nos dejamos endulzar por cantos de sirenas y cuando llegamos al mas allá nos sorprende una dura y cruda realidad. Agravada porque no pertenecemos y nunca perteneceremos. Los que salen dejan de pertenecer en cuerpo para entregarse en alma a la patria lejana. Los que quieren salir, liberan su espíritu y dejan vagar sus cuerpos vacíos. Donde esta la prohibicion tangible? Donde queda el viaje perfecto, el traslado liberador? Muchos de los que salen añoran el regreso. Los que permanecen anclados añoran la salida, porque desconocen que del lado de alla la sal tambien es salada y no hay nada mas dulce que la patria.

    ResponderEliminar