Por Atilio A. Boron
Había transcurrido una hora y cuarenta minutos de conversación y era preciso poner fin a este diálogo. Le pregunté si no sería posible que alguien nos sacara una foto porque de lo contrario no serían pocos los que me considerarían un impostor. Fidel accedió de buen grado a mi pedido quejándose burlonamente de que todos le dicen lo mismo y lo obligan a retratarse. Entonces se volvió hacia uno de sus colaboradores y dijo: “A ver. Traigan un espejo”. Se lo traen, se mira y dice: “Humm, ¡se ve bien!”, y es cierto. Estimulado por su buen humor aprovecho para felicitarlo por su recuperación y decirle que lo veo muy bien, con un aspecto tan bueno como el que lucía Ingrid Betancourt cuando se produjo su misteriosa liberación por el ejército colombiano. Una estruendosa carcajada selló la humorada. Nos preparamos para la foto y allí, transportado por el clima relajado, me atreví a decirle que con el logo de Adidas del uniforme de los atletas cubanos sus detractores ahora lo criticarían por hacerle publicidad a una transnacional. Nueva carcajada y, rápido como un rayo, y con su dedo índice repetidamente hundiéndose en mi pecho me dijo, masticando cada sílaba, “es-que-yo-soy-una-víctima-de-tu-burguesía-imperial”. Nuevas risotadas, foto, y un fuerte abrazo de despedida que permite comprobar el buen tono muscular de su físico y, con alivio, que tenemos Comandante para rato. › Leer más
Había transcurrido una hora y cuarenta minutos de conversación y era preciso poner fin a este diálogo. Le pregunté si no sería posible que alguien nos sacara una foto porque de lo contrario no serían pocos los que me considerarían un impostor. Fidel accedió de buen grado a mi pedido quejándose burlonamente de que todos le dicen lo mismo y lo obligan a retratarse. Entonces se volvió hacia uno de sus colaboradores y dijo: “A ver. Traigan un espejo”. Se lo traen, se mira y dice: “Humm, ¡se ve bien!”, y es cierto. Estimulado por su buen humor aprovecho para felicitarlo por su recuperación y decirle que lo veo muy bien, con un aspecto tan bueno como el que lucía Ingrid Betancourt cuando se produjo su misteriosa liberación por el ejército colombiano. Una estruendosa carcajada selló la humorada. Nos preparamos para la foto y allí, transportado por el clima relajado, me atreví a decirle que con el logo de Adidas del uniforme de los atletas cubanos sus detractores ahora lo criticarían por hacerle publicidad a una transnacional. Nueva carcajada y, rápido como un rayo, y con su dedo índice repetidamente hundiéndose en mi pecho me dijo, masticando cada sílaba, “es-que-yo-soy-una-víctima-de-tu-burguesía-imperial”. Nuevas risotadas, foto, y un fuerte abrazo de despedida que permite comprobar el buen tono muscular de su físico y, con alivio, que tenemos Comandante para rato. › Leer más
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