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Por M. H. Lagarde
El encuentro “El intelectual y el mercado de las ideas” que se inició ayer en la sala Fernando Ortiz reunió en su panel a destacadas figuras de la izquierda intelectual de todo el mundo. Escritores y ensayistas como el norteamericano James Petras, el venezolano Luis Britto García, el alemán radicado en México Heinz Dieterich y los españoles Carlo Fabretti y Andrés Sorel, quienes reflexionaron sobre el papel del intelectual en nuestros días y su relación con la tiranía impuesta por el mercado.
Entre los participantes, quienes cautivaron con sus intervenciones al público presente, La Jiribilla escogió al presidente de la Asociación de Escritores de España, Andrés Sorel, para prolongar en estas páginas un debate que quedó interrumpido por el tiempo.
Para quienes no lo conocen, Sorel es autor de más de cuarenta títulos, es además un hombre comprometido y luchador que se define a sí mismo primero como un pensador y después como un intelectual. Es un escritor en cuya obra literaria antepone siempre los valores estéticos. Al mismo tiempo, en su alter ego de pensador, no se mide para confesar su admiración sobre hombres como el Che Guevara y Carlos Marx. Su última novela, en proceso de edición, tiene como protagonista al poeta español Luis Cernuda. Uno de sus capítulos transcurre en Cuba.
En la mesa redonda "El intelectual y el mercado de las ideas", usted distinguió al intelectual del pensador. ¿Podría abundar sobre esa dicotomía?
Se confunden ambos términos. Una cosa es el intelectual creador que puede ser un extraordinario escritor, músico, pintor y, sin embargo, no estar interesado para nada por los problemas de su tiempo, lo cual no significa que nosotros no debamos tenerle en cuenta. En estos momentos, en la crisis que vive el mundo en el siglo XXI, pues estoy seguro que hay compañero que están escribiendo grandes libros de poesía, novelas, haciendo obras gráficas, películas, componiendo música, etc. y que, sin embargo, les pasa como a James Joyce o Samuel Beckett. Se puede estar cayendo el mundo y solo estar preocupados de cómo expresar con su lenguaje el tema de la caída de una hoja bajo el árbol que se cobija. Eso debemos separarlo. Ha sido un error, tanto del capitalismo como del comunismo, el pensar que lo más importante era tener a su lado a intelectuales muy prestigiosos, fueran premios nacionales, premios Nobel, grandes creadores, pero que estaban carentes de ideas. Les justificaban, les daban brillo, pero no aportaban nada al debate de las ideas y así ha acabado gran parte del mundo en el siglo XX, con un derrumbe absoluto y vemos cómo los que eran los eternos comunistas son ahora los mayores reaccionarios, los más corruptos desde el punto de vista ideológico.
En cambio, distingo mucho más al pensador. Un pensador sí es el que se preocupa con el que para mí es el gran problema y cáncer de nuestro tiempo que es la destrucción del pensamiento. Creo que el mundo capitalista e imperialista lo único que le interesa es, parte de conquistar los mercados, conquistar las conciencias. Es decir, destruir los focos de análisis críticos y de libertad y de diferencia que exista entre las distintas culturas y los distintos seres humanos. Quieren que el ser humano sea uno. Yo de hecho viajo por todo el mundo y lo compruebo. Da igual que vaya a un hotel de Nueva York o uno de Cuba como en el que estoy, que vaya a uno de Amsterdam, de Sudáfrica. Veo que en la televisión existen los mismos programas, el dominio de la CNN, del inglés, de lo que a veces definimos como telebasura, pero no es tal telebasura. Es algo muy bien planificado para incidir en el pensamiento, uniformar, que todos acepten la misma cultura, que nadie preserve su identidad propia, sus diferencias críticas, para que todos acaben coincidiendo de que el mejor de los mundos posibles es el que se les ofrece: el del escaparate del imperio.
Ese imperio que es el que decreta —y también en esto hay una confusión— guerras de exterminio sobre determinados pueblos. ¿Qué eran los cruzados cristianos? Los que buscaban los caminos de las especies, de los que intentaban apoderarse de las riquezas del otro mundo. ¿Qué son hoy en día las cruzadas del imperialismo norteamericano? No es un problema de guerra de religiones. Es un problema de conquista del petróleo y del dominio geoestratégico de una determinada región, aunque para llegar a la gente tienen que plantearlo como una cruzada del bien contra el mal.
¿Y Andrés Sorel cómo se definiría así mismo, como un intelectual o como un pensador?
Participo de ambas cosas, soy un pensador en cuanto a que desde niño y por haber vivido en el franquismo, al mirarme en el espejo no me veía a mí mismo, sino veía a lo que me rodeaba. Lo que me rodeaba era un mundo de silencio, un mundo de miedo, de hambre, de dictadura, de un poder omnímodo brutal y bestial. Y yo decía, yo soy el niño que está estudiando o la persona que está leyendo libros maravillosos que está viajando con su imaginación a todo el mundo, pero que está viendo la realidad, terrible, brutal y miserable que le circunda y que quiere incidir en esa realidad para, aunque sea utópica y soñadoramente, transformarla o ayudar a que salgan tantos millones de personas de la situación de esclavitud. Porque no deja de ser una esclavitud, mejor o peor pagada, según los países donde uno vive. Un ingeniero puede ser un esclavo porque como ser humano no es nada aunque tenga casas de lujos y viva opíparamente. Esa faceta de pensador creo que ha sido primordial en mí. ¿Qué ocurría? Para mí la literatura era la forma de viajar a los territorios no solamente desconocido, sino que me prohibían y la literatura enganchaba. La literatura para mí era la pasión de vivir. De hecho creo que en mi vida no he tenido otro oficio que escribir. Escribir y las cosas colaterales que conllevan escribir: escribir no solo novelas o libros de ensayos, sino también en los medios de comunicación, participar en conferencias, recorrer un poco el mundo en ese sentido. Pero separo mucho a la hora de escribir el pensar, porque aunque sea escribiendo comprometido, no creo que un libro pueda hacer una revolución ni cambiar el mundo. En eso discrepo de algunos de los compañeros con los que estoy aquí. Uno aspira a hacer el libro con un lenguaje lo más rico posible, lo más evolucionado, y el pueblo que no ha tenido una educación, no tiene el conocimiento para entender ese tipo de obra. Es decir, yo no puedo escribir para los trabajadores porque mi lenguaje es distinto. Puedo hablar y ponerme en lucha con ellos para otras cosas, pero como escritor hago esa distinción.
Aquello que decía mi amigo y bien intencionado Gabriel Celaya de que la poesía es un arma de combate, era mentira. La poesía ni es un arma de combate ni cambia el futuro. El futuro desgraciadamente nos lo están hipotecando los que controlan los medios de comunicación. En España yo puedo dar una conferencia donde haya 200 personas escuchando, pero yo no me engaño. Fuera de esa aula hay 2 millones que están viendo un lenguaje absolutamente basura, con un lenguaje escatológico absolutamente terrible y con una alienación bestial. A mí me patearían y dirían: es un loco que está diciendo cosas que no tienen nada que ver con la realidad, porque la realidad de ellos es la de un estadio de fútbol, de béisbol, la de un cantante o al de los concursos con los que sueñan que van a ganar dinero. ¿Cuál es esa realidad? Cuando en España o en todo el mundo se anuncia un automóvil, lo de menos es el automóvil, lo demás es la hermosísima mujer que le ponen junto al producto. Subliminalmente eso está provocando unos factores absolutamente machistas, a la mujer están haciéndole un flaco favor y están violentando la asunción del producto que vende. Da igual cuál sea el producto que vende.
¿Cuáles son hoy las catedrales del pueblo? No son las iglesias, son los grandes almacenes. Ahí es a donde va la gente diariamente, aunque no compre, a ver qué es lo que hay, y por esas catedrales pasan cada día miles y miles de personas. El consumo es el catecismo de nuestros días.
Sin duda, ser un pensador tiene un precio. En tiempos de Franco le prohibieron siete libros y en la España actual intelectuales como Sastre, o como usted, no son del todo aceptados...
Somos excusa de la democracia. ¿Qué es la democracia? La democracia es un sistema político en el que se pacta el reparto de poder entre los partidos de gobierno y lo que se llama alternancia que es la oposición, el socialismo, que en el fondo harían exactamente lo mismo que los partidos en el poder, cambian formas y métodos. El caso de Aznar ha sido un poco atípico porque es un heredero directo de Franco y es más franquista que Franco. Entonces estás llevando hasta sus últimos extremos esta situación. Pero la democracia lo que justifica es que yo y otros dos compañeros de izquierda podamos escribir una columna en un periódico absolutamente reaccionario de ultraderecha cada semana. Si el periódico se llama La razón, dicen, las otras razones. Si el 95 % del periódico habla de la guerra de Iraq o sobre Cuba, dicen, pero ojo aquí, les ofrecemos a los que tienen otra cosa que decir: solo una columna donde contradicen toda su línea editorial. El tonto sería yo si me engañara y diría, lo que estoy consiguiendo porque el 95 % de los lectores de ese periódico son absolutamente reaccionarios y solamente un 5 % es el que puede leerme y decir: no nos engañemos.
Ya que habló de Aznar, ¿qué opinión le merece su reciente intervención ante el Congreso norteamericano donde alentó la política agresiva contra Cuba?
El problema no es solo Aznar. Él, que es un neofascista absoluto, desde el punto de vista geopolítico y estratégico de EE.UU. no obtiene nada. No tiene contactos privilegiados en Iraq para que las empresas españolas puedan salir favorecidas en la explotación del petróleo o en la reconstrucción de industria. No recibe ni un trato preferencial militar porque hasta las tropas que envía tienen que ponerse bajo el mando militar de EE.UU. Y uno se pregunta por qué este criado acepta ser un lacayo de Bush si no obtiene nada. Aznar obtiene la referencia en España porque en este momento el partido en el poder, que seguramente volverá ganar las elecciones, solamente tiene dos temas. Uno: la unidad nacional y el otro, el terrorismo. El terrorismo es el arma que ellos utilizan en España donde cada mes o cada tres meses hay un grupúsculo de ETA que mata a un ciudadano. Cada día mueren por accidentes decenas de ciudadanos y no hablo de los diez mil muertos que van en los últimos años de emigrantes que intentan cruzar el estrecho para venir al paraíso prometido. Desde ese punto de vista, el terrorismo sería insignificante si no fuera un arma política muy bien utilizada por Aznar para desatar las más rancias esencias del pueblo español, que se siente imperialista, centralista y dice que hay que combatir el terrorismo porque esto atenta contra la unidad de España. Él no es tonto, utiliza esto como batalla política, como también utiliza decir que hay que acabar con Cuba, porque para ello eso es un ejemplo diferenciador de lo que puede ser otro tipo de sociedad. Además, consigue que los llamados intelectuales y los científicos y los pensadores digan: efectivamente el terrorismo existe y aunque no tengamos el lenguaje de Aznar, hay que defenderse.
Pero en el caso concreto de Cuba...
Es uno de los precios que paga Aznar por aceptar formar parte de la trilateral del crimen organizado que constituyen EE.UU., Gran Bretaña y España. Hoy en España, cuando hay intervenciones críticas contra la guerra de Iraq, se ha conseguido que se mezcle contra la situación que se vive en Cuba. Y lo mismo da que sean cineastas, escritores e intelectuales, les han convencido y les han metido en el mismo saco. Dentro de esas cuotas de libertad y democracia dicen: les dejamos decir esto pero tienen que estar contra esto otro. ¿Por qué? Porque es un precio que se paga y supongo porque están pensando, y ahí hasta se equivocan desde un punto económico y geoestratégico, que con una Cuba capitalista las empresas españolas tendrían mayores beneficios, lo cual, desde mi punto de vista es absolutamente falso. Al revés. Y en eso sí hay una reacción de algunos empresarios y medios económicos españoles que dicen: Cuidado porque nuestro próximo enemigo será EE.UU. Pero fíjate que es el mismo error de cuando el acorazado del Maine, que acabó dejando a los españoles en una de las mayores derrotas que han sufrido en los dos últimos siglos.
Tomado de http://epoca2.lajiribilla.cu/2004/n144_02/144_93.html
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