Por M. H. Lagarde
La gran contribución de Julian Assange no fue sacar a la luz miles de cables de informes y conversaciones secretas del Departamento de Estado norteamericano entre las cuales, como se ha dicho, había muy poco realmente novedoso, sino poner al descubierto que la llamada libertad de expresión, de información o de prensa, no es más que un cuento para ingenuos.
Si la libertad de “como se llame” realmente existiera, a Assange nunca lo hubieran convertido, de la noche a la mañana y con el concurso de personas relacionadas con la contrarrevolución cubana, en un galán “Violador de Suecas” que debe ser de extraditado, cueste lo que cueste, a Suecia; ni los “grandes” medios a los que Wikileaks le entregó en primicia sus “descubrimientos” hubieran omitido la publicación de aquellos cables en desacuerdo con su política editorial.
De hecho, si el eufemismo al que nos referimos encerrara un ápice de verdad, todos esos periódicos deberían haber protestado al unísono cuando el gobierno inglés condenó al “violador” australiano, por publicar lo que todo el mundo sabe pero nadie se atreve a decir, a un prolongado arresto domiciliario en víspera de su extradición a Suecia.
Pero, por lo visto, los aportes de Assange no terminan en develar el engaño de la llamada libertad de prensa, de empresa, o como quiera llamarsele. La reciente negativa del gobierno británico a no concederle, bajo amenaza del uso de la fuerza, el asilo que le ofrece al fundador de Wikileaks el gobierno de Ecuador, pone en entredicho otro sacrosanto derecho que los medios, que ahora se limitan a informar, suelen defender a capa y espada cuando los "asilados" benefician la causa de sus intereses ideológicos.
Assange ahora puede recibir asilo en Ecuador o ser sacado por la fuerza de la embajada de ese país suramericano en Londres. En cualquiera de las dos variantes su contribución al periodismo ya es invaluable. El australiano, con la colaboración de las autoridades suecas y británicas, ha demostrado, con hechos y acciones de las que todos hemos sido testigos, algo que todo el mundo también sabía: la inescrupulosa falta de libertad que sufre la verdad.
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