Por M. H. Lagarde
Yoani Sánchez publica un texto en El País en donde, como le corresponde a un engendro creado para difamar a Cuba, repite los mismos esquemas que desde hace décadas han usado los diseñadores de las campañas mediáticas contra Cuba.
En dichas informaciones la noticia no es que durante décadas Cuba cerró de un golpe el gran burdel en que Estados Unidos convirtió a la Isla, durante medio siglo, para apaciguar los deseos de los marines yanquis que custodiaban la neocolonia, sino que, después de la caida del muro de Berlín, cuando el gobierno de turno de Estados Unidos, con el cobarde oportunismo que lo caracteriza, acrecentó el bloqueo contra Cuba, algunas cubanas se vieron obligadas a vender su cuerpo, ya fuera por una fiesta nocturna con luces brillantes o por un pedazo de jabón.
Lo curioso, sin embargo, es que la bloguera mercenaria no haya dicho, en su texto de El País, una sola palabra sobre la prostitución política de la cual ella es sin duda hoy la figura paradigmática de la Isla.
Hablo, por supuesto, de los mercenarios que venden su alma por un puñado de dólares a las potencias enemigas del país donde nacieron y ejercen el oficio de voceros de demonizaciones que luego justificarán posiciones conjuntas, bloqueos y hasta invasiones "humanitarias" de exterminio masivo.
En Cuba, como en todas partes, -¿estaremos saliendo del subdesarrollo?- hay mujeres que por diversas razones venden su cuerpo. Estas, son casi unas santas si se les compara con las putas que, en busca de un beneficio personal, venden a su pueblo.
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