Hace pocos días el disidente cubano Ángel Enrique Fernández inició una huelga de hambre pidiendo la libertad de Alain Gross, porque somos defensores de los DD.HH., da igual del país que sea quien está preso injustamente en Cuba, explicó.
Agregó que el único delito del estadounidense fue traer teléfonos celulares. Pensando así, los opositores cubanos bien podrían haber incluido entre sus reivindicaciones la libertad del anciano afgano y algunos de sus compañeros.
Al fin y al cabo están en Cuba, detenidos injustamente, por razones políticas, sin que se les celebre juicio y con sospechas de ser torturados. Es verdad que no son cubanos, pero a los disidentes les da igual del país que sean.
Operativamente no es un problema, las demandas se podrían entregar a los diplomáticos estadounidenses y las manifestaciones alternarlas, unos domingos en la Quinta Avenida y otros en el malecón, frente a la Oficina de Intereses de EE.UU.
La idea puede parecer extraña pero no por eso deja de ser justa. Hacer una campaña a favor de la libertad de seres humanos detenidos por casi una década sin causa y sin juicio, debería ser indiscutible para un activista pro Derechos Humanos.
Significaría un doble beneficio para el movimiento de DD.HH., les permitirá seguir activos después que Raúl Castro libere al último preso político y ganarán credibilidad desmintiendo a quienes los acusan de ser mercenarios del imperio.› Leer Más en blog de Fernando Ravsberg en BBC
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