martes, 7 de septiembre de 2010

Tomy, sembrado en Barajagua


Por Félix López

Se apagó el corazón de Tomy, ese amigo y caricaturista que repartió alegrías como latidos entre los cubanos. Se murió y ninguno de sus amigos cercanos se atreve a creérselo, porque hasta ayer andaba lleno de optimismo, de humor, de ideas, de planes…
Así era Tomy (al que poco conocían como Tomás Rafael Rodríguez Zayas), ese auténtico guajiro cubano, que llegó al mundo en 1949, en la lejana, pero tan entrañable Barajagua, su pueblo del oriental Holguín. Para allá se escapaba cada vez que podía y allí quería que sus hijos lo sembraran cuando llegara la hora… Confieso que no lo esperábamos, pero ya está por cumplirse ese humano deseo. Lo que no imaginó Tomy es que sus raíces se aferrarían a toda nuestra Isla, por su cubanía, por su ética, por su transparencia y por su militancia a toda prueba. Sí, porque Tomy era un militante de la causa revolucionaria, de la ecología, del latinoamericanismo y de la vida.
Cuando Ares avisó a todos los amigos, guardé mi minuto de silencio, repasando mentalmente todo lo que nos ha legado el Tomy. El único Che Guevara que cuelga de una pared en casa es una memorable obra de Tomy. Hace 20 años, cuando yo era un pichón de periodista, pasaba horas en el pequeño apartamento de Tomy y su esposa de entonces, justo frente a la Universidad de La Habana, hablando del periodismo y de la vida, entre rones, chistes y caricaturas…; y en 1992, cuando el período especial arreció en nuestra vida, nos fuimos juntos a recorrer Cuba en bicicleta, escribiendo crónicas para Juventud Rebelde, que Tomy ilustraba con total desenfado, mientras hacía de mecánico, entrenador y guía de cuatro ciclistas locos, que nos hicimos hermanos para toda la vida.
Con Lagarde, el otro ciclista de los ’90, nos unimos luego en El Caimán Barbudo, donde Tomy dejó sus trazos, sus alegrías y una que otra portada memorable.
Paso por alto que este gran amigo, se había ganado los más importantes premios de caricatura del mundo, desde Asia hasta América Latina; que expuso y publicó sus obras en Bulgaria, México o Brasil; que hizo periódicos en Cuba o en Angola, bajo las balas; que fundó el DDT y fue maestro de varias generaciones de jóvenes caricaturistas. Pero todo ese currículo profesional, envidiable, palidece ante la obra humana que es el Tomy; el hombre sencillo, sin dobleces, sin misterios, padre a toda prueba y un jodedor inigualable… ¿Sin defectos? Claro que sí los tenía, porque era un ser humano y no una de sus caricaturas. Era un perfecto cabeza dura, que cuando se proponía inventar una máquina de hacer serigrafías no paraba hasta conseguirla.
Hace tres años, nos reencontramos en Caracas y celebramos que volvíamos a estar en la nómina del mismo periódico: esta vez en Granma; y cargados con sus caricaturas nos fuimos a recorrer Venezuela, mientras Tomy, como el más anónimo de los genios, enseñaba a los jóvenes a pintar murales y a llenar de humor la obra revolucionaria. Con esas imágenes me quedo. Con el recuerdo de aquellas noches en que Mario Jorge y yo llegábamos a visitarlo, y el custodio del edificio nos preguntaba quiénes éramos para avisarle a Tomy por el intercomunicador: “Tomy, aquí están dos señores que vienen a visitarlo, uno de ellos dice que es Serguei Budka. ¿Pueden pasar?”. Y Tomy le respondía con solemnidad: “Déjelo subir, que ese es un amigo, caricaturista ruso”.
De estás y decenas de historias más nos reímos a lo largo de la vida. Por eso, en este triste momento para Ana, su esposa; Tomito y la familia toda, nos unimos al dolor, pero sin sepultar la alegría con que Tomy nos contagió a todos. A fin de cuentas, no se ha ido. Lo están sembrando para toda la vida en Barajagua.

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