Por Miguel Angel Ferrer
Luego de ser excarcelado y apenas llegado a Madrid, el cubano Julio César Gálvez declaró ante la prensa: "Habíamos firmado (él y otros de los exconvictos) delante de un funcionario de la Embajada española en La Habana unos compromisos, dos minutos antes de subir al avión, en los cuales el Gobierno español ofrecía información y orientación social y asesoramiento legal, así como la ayuda económica necesaria para la manutención y el alquiler de vivienda".
Así, con información, orientación social, asesoría legal y la ayuda necesaria para la manutención (de cada exconvicto y de su familia) y el alquiler de la vivienda, cualquiera emigra. De no importa qué país, desarrollado o subdesarrollado, a no importa qué otro, industrializado o del Tercer Mundo.
Porque en la propia tierra o en la ajena, lo central es tener ingresos para pagar alimentos, vestido, vivienda, médico y medicinas, y aunque sea de vez en cuando, algo de esparcimiento. Pero para eso hay que trabajar. Trabajar de veras y no sólo simular que se trabaja.
Y este señor, don Julio César Gálvez, y sus compañeros de andanzas no trabajaban en Cuba. Sólo simulaban que trabajaban. Y este trabajo simulado consistía en decir de sí mismos que eran periodistas independientes. ¿Y de dónde, entonces, recibían los ingresos monetarios para pagar comida, energía eléctrica, teléfono, ropa y calzado, algunos tragos, cigarrillos, golosinas y algo de esparcimiento de vez en cuando?
¡Ah!, pues esos ingresos se los proveía la Oficina de Intereses de EU en La Habana. Ellos fingían ser periodistas opositores al régimen y aquella Oficina les pagaba un sueldo. En dólares, desde luego. De modo que así, sin trabajar en una oficina, una fábrica, un taller, un mercado, una estación de gasolina o conduciendo una guagua, esos señores tenían ingresos en moneda dura para vivir y disfrutar los privilegios que permite el dinero contante, sonante y abundante.
Por eso este tipo de personas son mal vistas en Cuba. Pero también en España. Y ya hay protestas de españoles que se indignan porque se entrega dinero y vivienda a personas que no trabajan y que no quieren trabajar. Bien que se les haya recibido si de verdad son perseguidos y no impostores. Pero que trabajen como cualquier hijo de vecino para llevarse el pan a la boca.
Claro que obtener empleo en España no es fácil. Suman millones los parados. Y muchos de ellos son personas calificadas, con profesión, con experiencia laboral, con dominio de algún idioma extranjero. En España y en todo el mundo capitalista está muy competida la colocación laboral. Hay que aceptar salarios bajos, horarios extenuantes, largas horas de transporte de casa al trabajo y viceversa. Nada de poseer automóvil propio, piso propio, chalet propio en la playa. Todo eso se consigue, si se consigue, luego de muchos años de estudio y trabajo.
No, no, esto no es vida. Los exconvictos vivían mejor en Cuba. Cobraban dólares sin trabajar, sólo simulando ser parte de una oposición interna inexistente. Y así iban bien las cosas hasta que se les acusó de servir de coartada para las sucesivas e interminables agresiones del Gobierno de EU. Y ya en la cárcel no hay paga. Y hasta hay que trabajar.
Pero la prisión fue temporal. Y ahora en España (o en Miami, adonde finalmente quieren dirigirse) podrán de nuevo cobrar sin trabajar. Y hasta tendrán vivienda gratuita. Y sólo tendrán que dar, de vez en cuando, entrevistas donde hablen de la dura pero digna vida diaria de los cubanos. Esa vida que dejaron atrás cuando decidieron ponerse al servicio del enemigo histórico de su patria. Y si para Enrique IV, París bien valía una misa, se ve que, para el señor Gálvez, Madrid bien vale ser traidor, mercenario, farsante, impostor, parásito.
Así, con información, orientación social, asesoría legal y la ayuda necesaria para la manutención (de cada exconvicto y de su familia) y el alquiler de la vivienda, cualquiera emigra. De no importa qué país, desarrollado o subdesarrollado, a no importa qué otro, industrializado o del Tercer Mundo.
Porque en la propia tierra o en la ajena, lo central es tener ingresos para pagar alimentos, vestido, vivienda, médico y medicinas, y aunque sea de vez en cuando, algo de esparcimiento. Pero para eso hay que trabajar. Trabajar de veras y no sólo simular que se trabaja.
Y este señor, don Julio César Gálvez, y sus compañeros de andanzas no trabajaban en Cuba. Sólo simulaban que trabajaban. Y este trabajo simulado consistía en decir de sí mismos que eran periodistas independientes. ¿Y de dónde, entonces, recibían los ingresos monetarios para pagar comida, energía eléctrica, teléfono, ropa y calzado, algunos tragos, cigarrillos, golosinas y algo de esparcimiento de vez en cuando?
¡Ah!, pues esos ingresos se los proveía la Oficina de Intereses de EU en La Habana. Ellos fingían ser periodistas opositores al régimen y aquella Oficina les pagaba un sueldo. En dólares, desde luego. De modo que así, sin trabajar en una oficina, una fábrica, un taller, un mercado, una estación de gasolina o conduciendo una guagua, esos señores tenían ingresos en moneda dura para vivir y disfrutar los privilegios que permite el dinero contante, sonante y abundante.
Por eso este tipo de personas son mal vistas en Cuba. Pero también en España. Y ya hay protestas de españoles que se indignan porque se entrega dinero y vivienda a personas que no trabajan y que no quieren trabajar. Bien que se les haya recibido si de verdad son perseguidos y no impostores. Pero que trabajen como cualquier hijo de vecino para llevarse el pan a la boca.
Claro que obtener empleo en España no es fácil. Suman millones los parados. Y muchos de ellos son personas calificadas, con profesión, con experiencia laboral, con dominio de algún idioma extranjero. En España y en todo el mundo capitalista está muy competida la colocación laboral. Hay que aceptar salarios bajos, horarios extenuantes, largas horas de transporte de casa al trabajo y viceversa. Nada de poseer automóvil propio, piso propio, chalet propio en la playa. Todo eso se consigue, si se consigue, luego de muchos años de estudio y trabajo.
No, no, esto no es vida. Los exconvictos vivían mejor en Cuba. Cobraban dólares sin trabajar, sólo simulando ser parte de una oposición interna inexistente. Y así iban bien las cosas hasta que se les acusó de servir de coartada para las sucesivas e interminables agresiones del Gobierno de EU. Y ya en la cárcel no hay paga. Y hasta hay que trabajar.
Pero la prisión fue temporal. Y ahora en España (o en Miami, adonde finalmente quieren dirigirse) podrán de nuevo cobrar sin trabajar. Y hasta tendrán vivienda gratuita. Y sólo tendrán que dar, de vez en cuando, entrevistas donde hablen de la dura pero digna vida diaria de los cubanos. Esa vida que dejaron atrás cuando decidieron ponerse al servicio del enemigo histórico de su patria. Y si para Enrique IV, París bien valía una misa, se ve que, para el señor Gálvez, Madrid bien vale ser traidor, mercenario, farsante, impostor, parásito.
Tomado de El Sol de México
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