jueves, 1 de abril de 2010

Cartas amarillas

Por Ernesto Pérez Castillo

Sobre Cuba, contra Cuba, se firman cartas, y las firman aquí y allá, y más las firman allá que aquí. Hoy mismo, en la cartica de turno, la lista de los de allá la encabeza el terrorista Carlos Alberto Montaner, y ese solo hecho debería poner en sobre aviso a cualquiera que vaya a estampar su rúbrica. Pero, seguramente, la gente ni mira lo que firma, ni sabe lo que firma —o no le dicen nada cuando le llaman y le invitan a sumarse— y mucho menos se fija en quiénes le antecedieron al firmar.
Resulta que un recluso decidió dejar de alimentarse, y se mantuvo en sus treces hasta dejarse la vida en ello. Una vez muerto, fue noticia, y fue noticia solo porque sucedió en Cuba, una isla rodeada de prensa por todas partes, una isla sobre la que pesa una lupa enorme, y una lupa que solo ve y magnifica lo que quieren ver los que pagan, y que no se tragan a Cuba, y que nunca quieren ver —ni quieren que se vea— la verdad.
Dos sucesos acaban de ocurrir a la vista del mundo: en Miami, el asesino Luis Posada Carriles apareció en la comparsa de apoyo a las “damas de blanco”. Eso debió alertar a la gente de buena fe… ¿cómo es que un terrorista, prófugo y confeso, puede servir de aliento a “dama” alguna? Ello, por sí solo, deja en claro que algo apesta en el asunto.
Y más cuando se lee en El Nuevo Herald que John Kerry —el jefazo de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado Imperial—, acaba de vetar la subvención de actividades de la “oposición cubana”, hasta que el Departamento de Estado revise en qué se están gastando la plata. La líder de las “damas de blanco”, Laura Pollán, al enterarse, declaró: “Es cierto que la disidencia necesita alguna ayuda, pero también creo que es muy importante que se revise, que se haga una auditoría”. Cuando ella dice “alguna ayuda” se refiere a esa “subvención”, que sobrepasa los 40 millones anuales, y esos 40 millones del gobierno norteamericano explican la energía que lleva a la Pollán a caminarse cada domingo las calles de La Habana.
Muchos de los firmantes, españoles y no, viven en Madrid, y allí mismo, cerquitica, en Pozuelo de Alarcón, y desde hace más de un mes, varios obreros se exponen, a temperaturas de hasta diez grados centígrados bajo cero, a más de cuarenta metros de altura, sobre los fríos hierros de una grúa, en protesta porque les paguen lo que se les debe. ¿Y dónde esta la carta que nadie firma en defensa de la vida de estos hombres? ¿Quién por ellos alza la voz? ¿Cuál prensa han tenido? Ninguna carta, ninguna voz, prensa ninguna.
¿Por qué? Pues porque eso a nadie le importa, y porque una protesta, del lado de allá, donde siempre las hay, no es noticia y no se quiere que lo sea, sobre todo eso.Una protesta es noticia si es en Cuba, y solo sí es en la Cuba del lado de acá de las cercas de la Base Naval de Guantánamo. Porque si ocurren maltratos del lado de allá, en el campo de concentración que el gobierno estadounidense mantiene allí, donde sí se tortura, donde los presos se han negado a comer, donde han muerto y donde los han matado, sin ser acusados formalmente de nada, sin ser presentados jamás ante un juez, entonces no hay noticia, entonces no hay cartas, entonces no hay firmantes ni nadie que se atreva a meter en el asunto siquiera la punta de la nariz.
Ah, pero contra Cuba sí, con Cuba es otra cosa. Hablar de Cuba, hablar mal de Cuba, vociferar contra Cuba, eso viste —y calza y alimenta—, eso da cierto look, cierto brillo y cierta imagen cuando tus valores en la bolsa apuntan a la baja. El caso es que ya hubo otras cartas. Esta, que no es la primera, tampoco será la última. Los que ya antes firmaron, y ahora firman, volverán a hacerlo, las más de las veces sin saber lo que han firmado, sin saber con quiénes se codean al firmar. Todas esas cartas tienen un destino desde siempre: la papelera de reciclaje de la historia. Cuba seguirá dando de qué hablar, y todo por una sola razón, monda y lironda: habrán miles y miles de cartas, pero habrá por siempre, y por encima de cuantas cartas quieran, una sola Cuba, esta Cuba, una sola y la misma, parecida solo a sí.

Tomado de La Jiribilla

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