En la foto: El pueblo revolucionario en las calles contra el hostigamiento mediático.
Por Isaac Rosa
Hagan la prueba, a modo de test de actualidad. Pregunten a familiares, vecinos y compañeros de trabajo: que les digan el nombre de un país que sea una dictadura. O que piensen en un país con presos políticos. O un lugar del mundo donde no haya libertad ni se respeten los derechos humanos. Tiene que ser una respuesta rápida, sin pensar, lo primero que les venga a la cabeza. La respuesta a cualquiera de esas preguntas, en la casi totalidad de los casos, será la misma: Cuba.
Ni Cuba es el único país tildado de dictadura, ni el que más disidentes encarcelados tiene, ni el lugar del mundo con menos libertad o más amenazas para los derechos humanos, más bien al contrario. Sin embargo, recibe atención como ninguno, y para buena parte de los medios es La Dictadura por antonomasia.
De los Balcanes siempre se dijo que soportaban más peso histórico del que podían aguantar, demasiada historia en tan poco territorio. Algo así podría decirse de la atención mediática a Cuba: cómo es posible que un país tan pequeño tenga tantos corresponsales extranjeros por metro cuadrado, y protagonice tantas horas televisivas.
Fíjense en la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, retransmitida en directo a todo el mundo. La dictadura será todo lo feroz que quieran, pero Fariñas habla a diario desde el hospital con radios de medio planeta, lanzando durísimas acusaciones. Además de las evidentes intenciones políticas de quienes lo han tomado como bandera, vemos cómo la disidencia se convierte en espectáculo, a lo que ayuda el propio Fariñas, que se dice decidido a morir a toda costa, se prodiga en declaraciones altisonantes, y posee una fotogenia (negro, calvo, desnudo, con expresión doliente) que facilita el trabajo a quienes quieren convertirlo en icono.
No creo que la hipervisibilidad de Cuba ayude a ningún tipo de apertura. Más bien al contrario, la sobreexposición mediática conseguirá que los gobernantes cubanos se sientan más hostigados. Sería ingenuo no pensar que eso es lo que pretenden algunos, partidarios del “cuanto peor, mejor.”
Hagan la prueba, a modo de test de actualidad. Pregunten a familiares, vecinos y compañeros de trabajo: que les digan el nombre de un país que sea una dictadura. O que piensen en un país con presos políticos. O un lugar del mundo donde no haya libertad ni se respeten los derechos humanos. Tiene que ser una respuesta rápida, sin pensar, lo primero que les venga a la cabeza. La respuesta a cualquiera de esas preguntas, en la casi totalidad de los casos, será la misma: Cuba.
Ni Cuba es el único país tildado de dictadura, ni el que más disidentes encarcelados tiene, ni el lugar del mundo con menos libertad o más amenazas para los derechos humanos, más bien al contrario. Sin embargo, recibe atención como ninguno, y para buena parte de los medios es La Dictadura por antonomasia.
De los Balcanes siempre se dijo que soportaban más peso histórico del que podían aguantar, demasiada historia en tan poco territorio. Algo así podría decirse de la atención mediática a Cuba: cómo es posible que un país tan pequeño tenga tantos corresponsales extranjeros por metro cuadrado, y protagonice tantas horas televisivas.
Fíjense en la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, retransmitida en directo a todo el mundo. La dictadura será todo lo feroz que quieran, pero Fariñas habla a diario desde el hospital con radios de medio planeta, lanzando durísimas acusaciones. Además de las evidentes intenciones políticas de quienes lo han tomado como bandera, vemos cómo la disidencia se convierte en espectáculo, a lo que ayuda el propio Fariñas, que se dice decidido a morir a toda costa, se prodiga en declaraciones altisonantes, y posee una fotogenia (negro, calvo, desnudo, con expresión doliente) que facilita el trabajo a quienes quieren convertirlo en icono.
No creo que la hipervisibilidad de Cuba ayude a ningún tipo de apertura. Más bien al contrario, la sobreexposición mediática conseguirá que los gobernantes cubanos se sientan más hostigados. Sería ingenuo no pensar que eso es lo que pretenden algunos, partidarios del “cuanto peor, mejor.”
Tomado de El Público
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