Palabras de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, en la despedida de duelo del escritor cubano Cintio Vitier, quien falleció el 1 de octubre de 2009 en la capital cubana.
Querida Fina, queridos Sergio, José María, sus esposas, sus hijos, sus nietos y bisnietos, sus familiares todos:
Queridas personalidades y público que nos acompaña:
Niños de las escuelas:
Sería imposible y no sería justo mencionar a uno solo de nosotros, porque toda la nación, la intelectualidad y el sentimiento cubano, comparten hoy el duelo que nos embarga. Sin embargo, desde anoche flota en nuestro espíritu la esperanza que animó en vida a estos dos seres, a Cintio y a Fina.
Cuando ya enfermo un médico preguntaba en el hospital, un médico que no conocía a su enfermo, datos generales, Fina respondía por él: “Abogado, sí, y ejerció. Defendió a Juan Clemente Zenea”.
En esas palabras estaba contenido el sentido de intemporalidad y de justicia de la obra de este maestro cubano que hoy depositamos. Por unas horas el paramento de la cultura cubana ha perdido una de sus columnas, pero no temamos, la sostendrá su obra. Una obra imperecedera, que nace de una vocación enraizada a lo largo del tiempo por varias generaciones. Cuando nos acercábamos a este panteón, leíamos un nombre escueto: General José María Bolaños. Era su orgullo haber descendido de la sangre de uno y de numerosos libertadores que se formaron en Matanzas, la Atenas de Cuba, cuna de tantos cetros poéticos y de tanta grandeza para nuestra patria. Y ahora, en este último viaje y en el último reposo, está junto al General, que vuelve por los caminos de Cuba, con la cabeza descubierta, para saludar a uno más de los Vitieres, a un Vitier Bolaños.
Y es que vienen ahora a la memoria Don Medardo, cuyo pensamiento y filosofía ayudó a formar el espíritu de la patria; viene a nuestra memoria el diputado a la Asamblea Nacional por Bayamo, de tantas glorias, por tantas razones históricas y heroicas, aquel que defendió el reconstruir su catedral porque allí, templo parroquial mayor de una de las siete villas, se cantó el 20 de Octubre de 1868 el Himno Nacional, día de la Cultura cubana, admirable coincidencia entre la poesía, la música y el alma de Cuba.
Él percibió en aquellas alocuciones, en aquellos discursos en el seno del Parlamento —al cual se honró en pertenecer— la necesidad de profundizar en lo histórico; y como el padre Varela y como José Agustín Caballero, o como José de la Luz, que dio título a una de sus obras más importantes Ese sol del mundo moral, que debía ser texto en nuestras escuelas, traza una parábola que identifica el sueño de la nación, de sus orígenes hasta hoy. Su espiritualidad, su sentimiento, su pureza de miras, no esconde los defectos, al contrario, los toma como ejemplo, y ve, como pocos, con la atinada visión de los poetas, la luz en la sombra. Y solamente los que la buscan como él podrán encontrar algo más importante que él buscó siempre: la verdad de todas las cosas.
“Cuando un ángel cae, todo se pone oscuro”, dijo un poeta que está entre nosotros. Gran verdad. Por un tiempo, este sol fulgurante de Cuba, que hoy lo cubre, se verá eclipsado por la tristeza pasajera que nos embarga, mas luego, aparecerá de nuevo, radiante, la visión perfecta de su destino.
Hace horas, amada Fina, se ha producido un encuentro por largo tiempo esperado. Si esto no fuese así, si no fuese cierto, la muerte —como está escrito con letras de oro en la base del monumento a José Martí— sería una mascarada bárbara. Se ha producido un encuentro y han salido ante él sus padres, sus abuelos, los origenistas, sus amigos. Todos le abrazan ahora, porque llega con laureles tan especiales: el laurel de la perseverancia y de la permanencia, el laurel que sobrevivió al agravio, y a veces, al desprecio de los que no entendieron su compromiso con la fe y con la patria. Él que supo defender todas las causas justas, que no le fue ajeno nada humano, él cuya bondad y cuya paternidad fue más allá de ustedes, hermanos queridos, se extendió a cada uno de nosotros.
¿Dónde encontró la fuente de esa verdad, de ese camino, de esa vida realmente eterna? Dos figuras aparecen en el perfil de este hombre. Por orden de jerarquía necesariamente está su sincera, permanente vocación evangélica “yo soy el camino, la verdad y la vida”, dijo el maestro al que siguió devotamente y en cuya fe ha muerto; y José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba. Siempre se opuso a que se quitase de los hombros del maestro ese manto de estrellas que bordó la devoción de Cuba, la lealtad de Cuba. Él defendió de calumnia grave al ya mencionado poeta Zenea, usando para ello las leyes de la historia y analizando las circunstancias de su propia vida. Él sintió como propio el dolor descarnado de Heredia, el sufrimiento inmenso de Plácido, el exilio forzado de la Avellaneda. Él sintió como propio todo aquello que nutrió el alma de Cuba, pero particularmente entendió y comprendió la vocación de su maestro con título absoluto, Martí. Por ello, no podremos jamás leer su obra, ni sus discursos, ni su coloquio con cada uno de nosotros, ni su consejo a cada uno de nosotros, sin recordar que nacía de él, como de fuente pura, esa bondad que en última instancia, es determinante, porque como base de todas las ideas, de todas la fraternidades, de cualquier fe, está la condición humana, que él la tuvo en grado sumo.
No lloremos, pues, al que se ha ido. La patria hoy le recuerda inclinando su frente. Él, que luchó y levantó su voz por los Cinco que están prisioneros en cárceles distantes, él, que unió su corazón a los que sufren y padecen en cualquier rincón de la América o del mundo, él, que se convirtió, aún ya anciano venerable, sostenido en su bastón, en un caballero de las causas verdaderas, de los nobles empeños y de los sueños. Por eso, al despedir al poeta, al filósofo, al pensador y al maestro, las palabras son pocas y al mismo tiempo serían huecas, serían como dijo una vez otro gran Apóstol, como una campana cuyo clamor nadie escucha. No, sintamos la tristeza brevemente. Él nos ha dejado un ejemplo, y no es palabra circunstancial, y no es tampoco palabra del momento, no es tampoco recurso oratorio, es verdad profunda.
Cuba, qué hermoso legado te deja este hijo tuyo que para siempre está en la memoria de su pueblo. ¡Que se lean sus obras! ¡Que la intelectualidad se inspire en su ejemplo! ¡Que tengamos su rectitud, su valentía, su decencia personal, su valor para decir “creo”, su valor para decir “muero por Cuba”, su valor para decir, cuando muchos piensan que ya al ser alguien muy mayor las ideas comienzan a hacerse conservadoras, que en ti padre querido, se hicieron más radicales! Tu pensamiento fue cada día más radical, por eso en tus últimas horas están acompañándote en el sitio donde recibieron ambos, Fina y tú, un último homenaje, en el mismo lugar donde una vez fue velado, y salvado también en gran medida por ti de la calumnia, José Martí y Zayas-Bazán (Ismaelillo), allí en aquel espacio que tanto quisiste, el Centro de Estudios Martianos, la Sociedad Cultural José Martí, todo lo que animaste, aun queriendo vender tu propio patrimonio, para que se publicasen libros y obras para los niños que necesitaban de lecturas y de anécdotas, y de historia verdadera; de todo eso hoy podemos decirte, sencillamente, gracias, gracias por tu ejemplo.
Querida Fina, queridos Sergio, José María, sus esposas, sus hijos, sus nietos y bisnietos, sus familiares todos:
Queridas personalidades y público que nos acompaña:
Niños de las escuelas:
Sería imposible y no sería justo mencionar a uno solo de nosotros, porque toda la nación, la intelectualidad y el sentimiento cubano, comparten hoy el duelo que nos embarga. Sin embargo, desde anoche flota en nuestro espíritu la esperanza que animó en vida a estos dos seres, a Cintio y a Fina.
Cuando ya enfermo un médico preguntaba en el hospital, un médico que no conocía a su enfermo, datos generales, Fina respondía por él: “Abogado, sí, y ejerció. Defendió a Juan Clemente Zenea”.
En esas palabras estaba contenido el sentido de intemporalidad y de justicia de la obra de este maestro cubano que hoy depositamos. Por unas horas el paramento de la cultura cubana ha perdido una de sus columnas, pero no temamos, la sostendrá su obra. Una obra imperecedera, que nace de una vocación enraizada a lo largo del tiempo por varias generaciones. Cuando nos acercábamos a este panteón, leíamos un nombre escueto: General José María Bolaños. Era su orgullo haber descendido de la sangre de uno y de numerosos libertadores que se formaron en Matanzas, la Atenas de Cuba, cuna de tantos cetros poéticos y de tanta grandeza para nuestra patria. Y ahora, en este último viaje y en el último reposo, está junto al General, que vuelve por los caminos de Cuba, con la cabeza descubierta, para saludar a uno más de los Vitieres, a un Vitier Bolaños.
Y es que vienen ahora a la memoria Don Medardo, cuyo pensamiento y filosofía ayudó a formar el espíritu de la patria; viene a nuestra memoria el diputado a la Asamblea Nacional por Bayamo, de tantas glorias, por tantas razones históricas y heroicas, aquel que defendió el reconstruir su catedral porque allí, templo parroquial mayor de una de las siete villas, se cantó el 20 de Octubre de 1868 el Himno Nacional, día de la Cultura cubana, admirable coincidencia entre la poesía, la música y el alma de Cuba.
Él percibió en aquellas alocuciones, en aquellos discursos en el seno del Parlamento —al cual se honró en pertenecer— la necesidad de profundizar en lo histórico; y como el padre Varela y como José Agustín Caballero, o como José de la Luz, que dio título a una de sus obras más importantes Ese sol del mundo moral, que debía ser texto en nuestras escuelas, traza una parábola que identifica el sueño de la nación, de sus orígenes hasta hoy. Su espiritualidad, su sentimiento, su pureza de miras, no esconde los defectos, al contrario, los toma como ejemplo, y ve, como pocos, con la atinada visión de los poetas, la luz en la sombra. Y solamente los que la buscan como él podrán encontrar algo más importante que él buscó siempre: la verdad de todas las cosas.
“Cuando un ángel cae, todo se pone oscuro”, dijo un poeta que está entre nosotros. Gran verdad. Por un tiempo, este sol fulgurante de Cuba, que hoy lo cubre, se verá eclipsado por la tristeza pasajera que nos embarga, mas luego, aparecerá de nuevo, radiante, la visión perfecta de su destino.
Hace horas, amada Fina, se ha producido un encuentro por largo tiempo esperado. Si esto no fuese así, si no fuese cierto, la muerte —como está escrito con letras de oro en la base del monumento a José Martí— sería una mascarada bárbara. Se ha producido un encuentro y han salido ante él sus padres, sus abuelos, los origenistas, sus amigos. Todos le abrazan ahora, porque llega con laureles tan especiales: el laurel de la perseverancia y de la permanencia, el laurel que sobrevivió al agravio, y a veces, al desprecio de los que no entendieron su compromiso con la fe y con la patria. Él que supo defender todas las causas justas, que no le fue ajeno nada humano, él cuya bondad y cuya paternidad fue más allá de ustedes, hermanos queridos, se extendió a cada uno de nosotros.
¿Dónde encontró la fuente de esa verdad, de ese camino, de esa vida realmente eterna? Dos figuras aparecen en el perfil de este hombre. Por orden de jerarquía necesariamente está su sincera, permanente vocación evangélica “yo soy el camino, la verdad y la vida”, dijo el maestro al que siguió devotamente y en cuya fe ha muerto; y José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba. Siempre se opuso a que se quitase de los hombros del maestro ese manto de estrellas que bordó la devoción de Cuba, la lealtad de Cuba. Él defendió de calumnia grave al ya mencionado poeta Zenea, usando para ello las leyes de la historia y analizando las circunstancias de su propia vida. Él sintió como propio el dolor descarnado de Heredia, el sufrimiento inmenso de Plácido, el exilio forzado de la Avellaneda. Él sintió como propio todo aquello que nutrió el alma de Cuba, pero particularmente entendió y comprendió la vocación de su maestro con título absoluto, Martí. Por ello, no podremos jamás leer su obra, ni sus discursos, ni su coloquio con cada uno de nosotros, ni su consejo a cada uno de nosotros, sin recordar que nacía de él, como de fuente pura, esa bondad que en última instancia, es determinante, porque como base de todas las ideas, de todas la fraternidades, de cualquier fe, está la condición humana, que él la tuvo en grado sumo.
No lloremos, pues, al que se ha ido. La patria hoy le recuerda inclinando su frente. Él, que luchó y levantó su voz por los Cinco que están prisioneros en cárceles distantes, él, que unió su corazón a los que sufren y padecen en cualquier rincón de la América o del mundo, él, que se convirtió, aún ya anciano venerable, sostenido en su bastón, en un caballero de las causas verdaderas, de los nobles empeños y de los sueños. Por eso, al despedir al poeta, al filósofo, al pensador y al maestro, las palabras son pocas y al mismo tiempo serían huecas, serían como dijo una vez otro gran Apóstol, como una campana cuyo clamor nadie escucha. No, sintamos la tristeza brevemente. Él nos ha dejado un ejemplo, y no es palabra circunstancial, y no es tampoco palabra del momento, no es tampoco recurso oratorio, es verdad profunda.
Cuba, qué hermoso legado te deja este hijo tuyo que para siempre está en la memoria de su pueblo. ¡Que se lean sus obras! ¡Que la intelectualidad se inspire en su ejemplo! ¡Que tengamos su rectitud, su valentía, su decencia personal, su valor para decir “creo”, su valor para decir “muero por Cuba”, su valor para decir, cuando muchos piensan que ya al ser alguien muy mayor las ideas comienzan a hacerse conservadoras, que en ti padre querido, se hicieron más radicales! Tu pensamiento fue cada día más radical, por eso en tus últimas horas están acompañándote en el sitio donde recibieron ambos, Fina y tú, un último homenaje, en el mismo lugar donde una vez fue velado, y salvado también en gran medida por ti de la calumnia, José Martí y Zayas-Bazán (Ismaelillo), allí en aquel espacio que tanto quisiste, el Centro de Estudios Martianos, la Sociedad Cultural José Martí, todo lo que animaste, aun queriendo vender tu propio patrimonio, para que se publicasen libros y obras para los niños que necesitaban de lecturas y de anécdotas, y de historia verdadera; de todo eso hoy podemos decirte, sencillamente, gracias, gracias por tu ejemplo.
Allí junto a tu féretro estaba la corona de Fidel, al que quisiste con entrañable sentimiento. Ya anoche, en las últimas horas, un amigo inesperado llegó para tener el último detalle, para cuidar, en el último momento, a nombre de la patria, el General Presidente. Por eso, con emoción profunda, estas flores que hoy te depositamos, las marchitará el sol, pero jamás se marchitará tu memoria.
(Tomado de La Jiribilla)
(Tomado de La Jiribilla)
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