Por Yuris Nórido
Los cálculos de los organizadores eran conservadores, bastanteconservadores si se tiene en cuenta la expectativa de los habanerospor el espectáculo. Así y todo, la cifra parecía impresionante: algomás de medio millón de personas para asistir al segundo concierto Pazsin fronteras, organizado por el colombiano Juanes.
Se quedaron cortos por mucho, porque la asistencia real prácticamenteduplicó el estimado. Y lo más singular: nadie pareció demasiadosorprendido por la circunstancia. Bueno, nadie del público, porque losartistas, particularmente los extranjeros, sí se quedaron con la bocaabierta.
La Plaza de la Revolución resultó pequeña para los centenares de milesde personas que la colmaron, algo significativo para una ciudad que nollega a los tres millones de habitantes.
En definitiva, media Habana fue a la Plaza. Y la otra media, muyprobablemente, se quedó mirando el concierto por televisión.
Desde horas muy tempranas del domingo podían verse los grupos queavanzaban rumbo a la Plaza, la mayoría de la gente, como pidieron losorganizadores, vestían de blanco.
Desde los repartos de la periferia, desde otras ciudades de la Isla,llegaron miles de personas, que esperaron pacientemente a que, a lasdoce en punto abrieran los accesos a la Plaza, entraron por fin,trataron de conseguir un buen lugar y después lo mantuvieron a fuerzade pura voluntad.
¿Por qué tanta gente decide asistir a un concierto multitudinario sial final la mayoría solo va a poder ver a los artistas desde lejos,desde muy lejos? ¿No era preferible verlo por televisión, cómodamenteinstalados en las butacas?
La respuesta es simple: los convoca el acontecimiento, el saberseparte de una experiencia singular, el poder contarlo: yo estuve allí,yo era uno en un millón, pero estaba allí, sintiendo la misma energía,tarareando las mismas canciones, viviendo la misma emoción...
Los cubanos que se reunieron este domingo en la Plaza de la Revoluciónhan sido protagonistas de un hecho histórico: el abrazo fraterno entreartistas de diversas nacionalidades, unidos por el anhelo deconcordia; el encuentro con un público cálido, agradecido, que hizosuyo el mensaje de amor y paz.
Había que estar allí, a pesar de las altas temperaturas, de un sol deverano que castigaba sin contemplaciones, a pesar de la incomodidad ydel cansancio... Había que estar allí para convencerse de que la buenamúsica siempre hace el milagro.
La gente estuvo hasta el final; ovacionó a los artistas; coreó lasletras más populares; se movió al ritmo trepidante del merengue, de lasalsa, del rap; se conmovió con la poesía hecha música...
La gente respondió con fuerza y alegría al llamado de los artistas,ondeó banderas, cantó hasta quedarse sin voz.
Si alguien tuviera todavía alguna duda del extraordinario poder deconvocatoria del arte, de su capacidad de unir a los seres humanos, elsegundo concierto Paz sin Fronteras ha sido una demostración más.
Cuando sonaron los acordes finales del concierto, cuando todos losartistas se despidieron emocionados (no todos los días se canta paraun auditorio tan numeroso), la gente abandonó el lugar con elcansancio de estar siete u ocho horas de pie, con la piel curtida porel sol, con la garganta seca...
Pero se llevaron a sus casas una experiencia única. Todos y cada unofueron los grandes protagonistas de un gran concierto.
Los cálculos de los organizadores eran conservadores, bastanteconservadores si se tiene en cuenta la expectativa de los habanerospor el espectáculo. Así y todo, la cifra parecía impresionante: algomás de medio millón de personas para asistir al segundo concierto Pazsin fronteras, organizado por el colombiano Juanes.
Se quedaron cortos por mucho, porque la asistencia real prácticamenteduplicó el estimado. Y lo más singular: nadie pareció demasiadosorprendido por la circunstancia. Bueno, nadie del público, porque losartistas, particularmente los extranjeros, sí se quedaron con la bocaabierta.
La Plaza de la Revolución resultó pequeña para los centenares de milesde personas que la colmaron, algo significativo para una ciudad que nollega a los tres millones de habitantes.
En definitiva, media Habana fue a la Plaza. Y la otra media, muyprobablemente, se quedó mirando el concierto por televisión.
Desde horas muy tempranas del domingo podían verse los grupos queavanzaban rumbo a la Plaza, la mayoría de la gente, como pidieron losorganizadores, vestían de blanco.
Desde los repartos de la periferia, desde otras ciudades de la Isla,llegaron miles de personas, que esperaron pacientemente a que, a lasdoce en punto abrieran los accesos a la Plaza, entraron por fin,trataron de conseguir un buen lugar y después lo mantuvieron a fuerzade pura voluntad.
¿Por qué tanta gente decide asistir a un concierto multitudinario sial final la mayoría solo va a poder ver a los artistas desde lejos,desde muy lejos? ¿No era preferible verlo por televisión, cómodamenteinstalados en las butacas?
La respuesta es simple: los convoca el acontecimiento, el saberseparte de una experiencia singular, el poder contarlo: yo estuve allí,yo era uno en un millón, pero estaba allí, sintiendo la misma energía,tarareando las mismas canciones, viviendo la misma emoción...
Los cubanos que se reunieron este domingo en la Plaza de la Revoluciónhan sido protagonistas de un hecho histórico: el abrazo fraterno entreartistas de diversas nacionalidades, unidos por el anhelo deconcordia; el encuentro con un público cálido, agradecido, que hizosuyo el mensaje de amor y paz.
Había que estar allí, a pesar de las altas temperaturas, de un sol deverano que castigaba sin contemplaciones, a pesar de la incomodidad ydel cansancio... Había que estar allí para convencerse de que la buenamúsica siempre hace el milagro.
La gente estuvo hasta el final; ovacionó a los artistas; coreó lasletras más populares; se movió al ritmo trepidante del merengue, de lasalsa, del rap; se conmovió con la poesía hecha música...
La gente respondió con fuerza y alegría al llamado de los artistas,ondeó banderas, cantó hasta quedarse sin voz.
Si alguien tuviera todavía alguna duda del extraordinario poder deconvocatoria del arte, de su capacidad de unir a los seres humanos, elsegundo concierto Paz sin Fronteras ha sido una demostración más.
Cuando sonaron los acordes finales del concierto, cuando todos losartistas se despidieron emocionados (no todos los días se canta paraun auditorio tan numeroso), la gente abandonó el lugar con elcansancio de estar siete u ocho horas de pie, con la piel curtida porel sol, con la garganta seca...
Pero se llevaron a sus casas una experiencia única. Todos y cada unofueron los grandes protagonistas de un gran concierto.
Tomado de Cubasí
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