Por Fernando García
Miami ya no es lo que era desde el punto de vista cubano. Para bien y para mal. La parte negativa es conocida: la crisis se ha cebado en Florida, con obvios efectos para el trabajo y los ingresos de los inmigrantes. La buena noticia es que el odio del viejo exilio anticastrista, aún vivo y muy presente en rabiosos canales de radio y televisión bajo su control, languidece de puro viejo y de inútil para ceder paso al pragmatismo de la vida y el futuro. A los deseos de una reconciliación que las familias materializan cada día, vía aérea, por cuenta propia. El maniqueísmo y los clichés pierden adeptos.
"El sueño americano es lo que le entra a uno a eso de las nueve de la noche después de mil horas trabajando como un perro". El autor de la sentencia es Franz Sotto, productor audiovisual en Cuba y maestro instalador de ventanas en Cuba ("Para el emigrante es difícil ejercer su profesión"). Su discurso, sin ser apolítico, no es castrista ni anticastrista. Al igual que el de su mujer, la actriz Zulema Cruz, y una pareja amiga residente en Nueva York con la que celebran reencuentro en una terraza de South Beach, el de Sotto es más bien un discurso insumiso de las consignas de guerra civil imperantes -cada vez menos- en la vieja y resentida comunidad cubana. "No se puede estar cabalmente ni con los líderes de la derecha ni con los de la izquierda", le secundan los amigos, Inti e Ingrid Martínez. "Unos y otros son unos oportunistas. Los de la derecha dan una muy mala imagen cuando (en octubre de 1999) se lían a pedradas contra los Van Van (la orquesta acusada de actuar como "embajadora" de los Castro) o destruyen discos de Juanes (septiembre de 2009)".
Hay que precisar que los que apisonaron algunos CD de Juanes antes de su Concierto por la Paz en La Habana fueron increpados por otras decenas de cubanoamericanos que pasaban por allí. Y que los Van Van regresarán a finales de este mes a Miami con el alentador precedente de los conciertos que la Charanga Habanera –también acusada de procastrista- acaba de dar allí con gran éxito y sin problemas.
A los amigos reunidos en South Beach tampoco les convence la actitud del Gobierno cubano y sus partidarios. "Cuando los de aquí aflojan, los de allí aprietan", señalan en alusión a ciertas reacciones políticas de Cuba tras algunos gestos de acercamiento de Washington.
Pese a la fuerte politización de la sociedad miamense, atizada por los cubanólogos y castrólogos que los cubanoamericanos ven por la tele en casa y escuchan por la radio en las largas horas que allí se pasan al volante, las inquietudes prioritarias de la inmigración son hoy más primarias. Carlos, un camarero de 29 años residente en el barrio de Coral Gables, es un ejemplo. Nos atiende encantado porque le preguntamos sobre el imponente 4X4 Nissan Titan, casi una tanqueta, que acaba de aparcar tras un último y orgulloso acelerón atronador en la elegante calle Ocean Road, paraíso del Art Déco floridiano, del glamour y del turismo carísimo.
"¿Qué, le gusta?", responde a nuestra pregunta de si el carro es suyo. Aunque "no, no he acabado de pagarlo", aclara enfadado. Entre otras cosas por lo mal que le pagan, asegura, sus cuarenta horas semanales como bartender (barman). ¿Y del tema cubano? Las únicas noticias que Carlos quiere tener de la isla son las que de vez en cuando recibe de su mamá, a quien sueña con traerse pronto de su casa en Las Tunas.
Arturo Ruiz, cubano de origen pero neoyorquino de nacimiento, tampoco se muestra demasiado interesado por las guerras y batallas de sus padres. Arturo nació en la Gran Manzana y allí estudió música para, a los veintipico, instalarse en la capital de los exiliados de su tierra. Durante largos años compatibilizó los bolos que aún sigue haciendo en salas nocturnas de la ciudad –toca el trombón en orquestas de salsa- con clases de solfeo a niños de entre 10 y 18 años. "Pero este año ha sido negro para todos los maestros de música", se queja. "Sólo en las escuelas de Miami-Dade (condado) han echado a 380". Así que ahora Arturo trabaja en una tienda de recuerdos.
La evolución mental de la comunidad cubanoamericana está medida. Los sondeos de la empresa Bendixen, reconocida en esto por tirios y troyanos, vienen evidenciando un declive constante, tal vez inexorable, del maximalismo anticastrista. La última encuesta, de agosto de 2009, acreditó por primera vez un rechazo mayoritario de esos ciudadanos al embargo estadounidense contra Cuba: el 41% en contra frente al 40%, porcentajes impensables hace unos pocos años. El índice de apoyos ya se había desplomado en el 2008, cuando bajó hasta el 45% desde el 57,5% del año anterior. El estudio de 2009 mostró además que sólo el 35% de los encuestado de entre 18 y 44 años defendían dicho embargo, frente a un 68% entre los mayores de 65 años, siempre dentro de la comunidad.
El mundo también gira al margen de los maniqueísmos y clichés tradicionales para muchos mayores. Un cubano de cincuenta y muchos años nos llevó en su taxi desde nuestro hotel hasta el aeropuerto de Miami, y otro cubano de similar edad nos condujo desde el aeropuerto de La Habana hasta nuestra casa en esta ciudad. El primero nos contó que salió de Cuba tras cumplir tres años de cárcel por negarse a cumplir el servicio militar. Y comentó: "Hay muchas cosas de Castro que no me gustan, pero Estados Unidos se está aproximando al fascismo". Su colega y compatriota en la isla nos confirmó que "la gente llora menos ahora" en la terminal 2 (la de los vuelos de Miami) cuando se reencuentra con la familia: el levantamiento de las restricciones a los viajes de los cubanoamericanos a la isla, decidido por Obama en 2009 después de que Bush impusiera en 2002 el límite de un solo viaje cada tres años, ha hecho más normales y tranquilas esas visitas. El taxista habanero dijo también: "Todavía queda mucho odio tanto allí como aquí. La diferencia es que allí el odio cambia de cara cada cuatro años".
Tomado de la Vanguardia
› Se enfrían las expectativas de diálogo entre Castro y Obama
› La disidencia de la disidencia
Miami ya no es lo que era desde el punto de vista cubano. Para bien y para mal. La parte negativa es conocida: la crisis se ha cebado en Florida, con obvios efectos para el trabajo y los ingresos de los inmigrantes. La buena noticia es que el odio del viejo exilio anticastrista, aún vivo y muy presente en rabiosos canales de radio y televisión bajo su control, languidece de puro viejo y de inútil para ceder paso al pragmatismo de la vida y el futuro. A los deseos de una reconciliación que las familias materializan cada día, vía aérea, por cuenta propia. El maniqueísmo y los clichés pierden adeptos.
"El sueño americano es lo que le entra a uno a eso de las nueve de la noche después de mil horas trabajando como un perro". El autor de la sentencia es Franz Sotto, productor audiovisual en Cuba y maestro instalador de ventanas en Cuba ("Para el emigrante es difícil ejercer su profesión"). Su discurso, sin ser apolítico, no es castrista ni anticastrista. Al igual que el de su mujer, la actriz Zulema Cruz, y una pareja amiga residente en Nueva York con la que celebran reencuentro en una terraza de South Beach, el de Sotto es más bien un discurso insumiso de las consignas de guerra civil imperantes -cada vez menos- en la vieja y resentida comunidad cubana. "No se puede estar cabalmente ni con los líderes de la derecha ni con los de la izquierda", le secundan los amigos, Inti e Ingrid Martínez. "Unos y otros son unos oportunistas. Los de la derecha dan una muy mala imagen cuando (en octubre de 1999) se lían a pedradas contra los Van Van (la orquesta acusada de actuar como "embajadora" de los Castro) o destruyen discos de Juanes (septiembre de 2009)".
Hay que precisar que los que apisonaron algunos CD de Juanes antes de su Concierto por la Paz en La Habana fueron increpados por otras decenas de cubanoamericanos que pasaban por allí. Y que los Van Van regresarán a finales de este mes a Miami con el alentador precedente de los conciertos que la Charanga Habanera –también acusada de procastrista- acaba de dar allí con gran éxito y sin problemas.
A los amigos reunidos en South Beach tampoco les convence la actitud del Gobierno cubano y sus partidarios. "Cuando los de aquí aflojan, los de allí aprietan", señalan en alusión a ciertas reacciones políticas de Cuba tras algunos gestos de acercamiento de Washington.
Pese a la fuerte politización de la sociedad miamense, atizada por los cubanólogos y castrólogos que los cubanoamericanos ven por la tele en casa y escuchan por la radio en las largas horas que allí se pasan al volante, las inquietudes prioritarias de la inmigración son hoy más primarias. Carlos, un camarero de 29 años residente en el barrio de Coral Gables, es un ejemplo. Nos atiende encantado porque le preguntamos sobre el imponente 4X4 Nissan Titan, casi una tanqueta, que acaba de aparcar tras un último y orgulloso acelerón atronador en la elegante calle Ocean Road, paraíso del Art Déco floridiano, del glamour y del turismo carísimo.
"¿Qué, le gusta?", responde a nuestra pregunta de si el carro es suyo. Aunque "no, no he acabado de pagarlo", aclara enfadado. Entre otras cosas por lo mal que le pagan, asegura, sus cuarenta horas semanales como bartender (barman). ¿Y del tema cubano? Las únicas noticias que Carlos quiere tener de la isla son las que de vez en cuando recibe de su mamá, a quien sueña con traerse pronto de su casa en Las Tunas.
Arturo Ruiz, cubano de origen pero neoyorquino de nacimiento, tampoco se muestra demasiado interesado por las guerras y batallas de sus padres. Arturo nació en la Gran Manzana y allí estudió música para, a los veintipico, instalarse en la capital de los exiliados de su tierra. Durante largos años compatibilizó los bolos que aún sigue haciendo en salas nocturnas de la ciudad –toca el trombón en orquestas de salsa- con clases de solfeo a niños de entre 10 y 18 años. "Pero este año ha sido negro para todos los maestros de música", se queja. "Sólo en las escuelas de Miami-Dade (condado) han echado a 380". Así que ahora Arturo trabaja en una tienda de recuerdos.
La evolución mental de la comunidad cubanoamericana está medida. Los sondeos de la empresa Bendixen, reconocida en esto por tirios y troyanos, vienen evidenciando un declive constante, tal vez inexorable, del maximalismo anticastrista. La última encuesta, de agosto de 2009, acreditó por primera vez un rechazo mayoritario de esos ciudadanos al embargo estadounidense contra Cuba: el 41% en contra frente al 40%, porcentajes impensables hace unos pocos años. El índice de apoyos ya se había desplomado en el 2008, cuando bajó hasta el 45% desde el 57,5% del año anterior. El estudio de 2009 mostró además que sólo el 35% de los encuestado de entre 18 y 44 años defendían dicho embargo, frente a un 68% entre los mayores de 65 años, siempre dentro de la comunidad.
El mundo también gira al margen de los maniqueísmos y clichés tradicionales para muchos mayores. Un cubano de cincuenta y muchos años nos llevó en su taxi desde nuestro hotel hasta el aeropuerto de Miami, y otro cubano de similar edad nos condujo desde el aeropuerto de La Habana hasta nuestra casa en esta ciudad. El primero nos contó que salió de Cuba tras cumplir tres años de cárcel por negarse a cumplir el servicio militar. Y comentó: "Hay muchas cosas de Castro que no me gustan, pero Estados Unidos se está aproximando al fascismo". Su colega y compatriota en la isla nos confirmó que "la gente llora menos ahora" en la terminal 2 (la de los vuelos de Miami) cuando se reencuentra con la familia: el levantamiento de las restricciones a los viajes de los cubanoamericanos a la isla, decidido por Obama en 2009 después de que Bush impusiera en 2002 el límite de un solo viaje cada tres años, ha hecho más normales y tranquilas esas visitas. El taxista habanero dijo también: "Todavía queda mucho odio tanto allí como aquí. La diferencia es que allí el odio cambia de cara cada cuatro años".
Tomado de la Vanguardia
› Se enfrían las expectativas de diálogo entre Castro y Obama
› La disidencia de la disidencia
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