Por M. H. Lagarde
Tras 200 días de mandato que se cumplen este jueves, la popularidad del mandatario estadounidense amenaza con descender del 50 por ciento, según reveló la encuestadora Rasmussen Reports.
Semejante resultado contrasta con la aprobación recibida por Obama al comienzo de su gestión, cuando al menos seis de cada 10 entrevistados telefónicamente por Rasmussen daban su visto bueno al primer negro sentado en la oficina oval. Solo un 30 por ciento de los norteamericanos aseguran respaldar fuertemente a Obama, criterio que hasta junio rondó un 40.
La alicaída economía y la polémica reforma de salud promovida por el presidente parecen lastrar su aceptación entre los votantes. El mes pasado, la tasa de desempleo llegó al 9,5 por ciento de la fuerza laboral activa, la peor de los últimos 26 años.
La imagen de Obama se ha deteriorado igualmente en el exterior y cada vez son más los comentaristas internacionales que aseguran que el “lanzamiento” del presidente norteamericano no pasa de ser otra estrategia de marketing imperial. El mismo producto en otro envase.
Además del color de su piel, su sonrisa a la Michael Jackson, sus pasos a los Fred Astaire y sus corbatas de mil dólares, la esperanza que al inicio de su mandato generó en todo el mundo parece haberse desvanecido. Entre las razones de esa decepción se encuentra, entre otras, el doble discurso que el presidente a mantenido respecto al golpe militar en Honduras. Como ha dicho alguien con acierto, su posición respecto al caso hondureño ha sido la del perro que ladra pero no muerde.
Igual de ambivalente ha sido su proceder respecto a Cuba. Obama, como su antecesor, ha preferido prolongar el encierro en prisiones norteamericanas de los Cinco héroes antiterroristas cubanos mientras por las calles de Miami se pasean impunemente terroristas como Posada Carriles y Orlando Bosch.
En cuanto al pregonado diálogo entre La Habana y Washington, salvo las recién concluidas conversaciones migratorias entre los dos países, el presidente, de boca para afuera, pregona la “apertura”, al tiempo que condiciona el entendimiento con Cuba a gestos unilaterales por parte de la Isla.
Obama, definitivamente – ya sea por temor a las represalias de la mafia de Miami o por convicción-, no quiere escuchar las razones del otro lado. Como afirmó el presidente cubano Raúl Castro el pasado 29 de abril, durante la reunión de los países No Alineados que tuvo lugar en La Habana: “Cuba no ha impuesto sanción alguna contra Estados Unidos ni contra sus ciudadanos. No es Cuba la que impide a empresarios de ese país hacer negocios con el nuestro. No es Cuba la que persigue las transacciones financieras realizadas por los bancos norteamericanos. No es Cuba la que tiene una base militar en territorio de Estados Unidos contra la voluntad de su pueblo, etcetera, etcetera, etcetera, para no hacer interminable la lista, y por lo tanto, no es Cuba la que tiene que hacer gestos”.
Tras 200 días de mandato que se cumplen este jueves, la popularidad del mandatario estadounidense amenaza con descender del 50 por ciento, según reveló la encuestadora Rasmussen Reports.
Semejante resultado contrasta con la aprobación recibida por Obama al comienzo de su gestión, cuando al menos seis de cada 10 entrevistados telefónicamente por Rasmussen daban su visto bueno al primer negro sentado en la oficina oval. Solo un 30 por ciento de los norteamericanos aseguran respaldar fuertemente a Obama, criterio que hasta junio rondó un 40.
La alicaída economía y la polémica reforma de salud promovida por el presidente parecen lastrar su aceptación entre los votantes. El mes pasado, la tasa de desempleo llegó al 9,5 por ciento de la fuerza laboral activa, la peor de los últimos 26 años.
La imagen de Obama se ha deteriorado igualmente en el exterior y cada vez son más los comentaristas internacionales que aseguran que el “lanzamiento” del presidente norteamericano no pasa de ser otra estrategia de marketing imperial. El mismo producto en otro envase.
Además del color de su piel, su sonrisa a la Michael Jackson, sus pasos a los Fred Astaire y sus corbatas de mil dólares, la esperanza que al inicio de su mandato generó en todo el mundo parece haberse desvanecido. Entre las razones de esa decepción se encuentra, entre otras, el doble discurso que el presidente a mantenido respecto al golpe militar en Honduras. Como ha dicho alguien con acierto, su posición respecto al caso hondureño ha sido la del perro que ladra pero no muerde.
Igual de ambivalente ha sido su proceder respecto a Cuba. Obama, como su antecesor, ha preferido prolongar el encierro en prisiones norteamericanas de los Cinco héroes antiterroristas cubanos mientras por las calles de Miami se pasean impunemente terroristas como Posada Carriles y Orlando Bosch.
En cuanto al pregonado diálogo entre La Habana y Washington, salvo las recién concluidas conversaciones migratorias entre los dos países, el presidente, de boca para afuera, pregona la “apertura”, al tiempo que condiciona el entendimiento con Cuba a gestos unilaterales por parte de la Isla.
Obama, definitivamente – ya sea por temor a las represalias de la mafia de Miami o por convicción-, no quiere escuchar las razones del otro lado. Como afirmó el presidente cubano Raúl Castro el pasado 29 de abril, durante la reunión de los países No Alineados que tuvo lugar en La Habana: “Cuba no ha impuesto sanción alguna contra Estados Unidos ni contra sus ciudadanos. No es Cuba la que impide a empresarios de ese país hacer negocios con el nuestro. No es Cuba la que persigue las transacciones financieras realizadas por los bancos norteamericanos. No es Cuba la que tiene una base militar en territorio de Estados Unidos contra la voluntad de su pueblo, etcetera, etcetera, etcetera, para no hacer interminable la lista, y por lo tanto, no es Cuba la que tiene que hacer gestos”.
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