ntre la salida al aire de Radio Martí y la puesta en marcha de la televisora del mismo nombre, transcurrieron casi cinco años. Para Estados Unidos fue una escalada que llevó a un fracaso sobre otro, para Cuba una especie de "ensayo general". La experiencia y el entrenamiento acumulados en la lucha contra la radio permitieron silenciar a la televisión desde los primeros segundos hasta hoy.
─ Cuénteme, le pedí al ahora veterano que antes fue un protagonista.
─ En los primeros momentos la idea de transmitir una programación de televisión hacía Cuba parecía un farolazo, entre otras cosas porque era una acción tan desmesurada e ilegal que parecía irracional e imposible que Estados Unidos se embarcara en una aventura semejante; por otra parte, tratándose de señales de televisión convencionales, no satelitales, era técnicamente improbable.
─ ¿Por qué? Tengo entendido que existían antecedentes.
─ Antecedentes existían. En 1954 un avión DC3 volando en círculos a tres mil metros de altura a mitad de camino entre la Florida y La Habana transmitió en vivo los juegos de la Serie Mundial de Béisbol. Entonces se trataba de una operación amiga, concertada con las autoridades cubanas, no de un acto de piratería.
─ ¿Hace falta tanta altura?
─ Tal vez pueda ser menos pero hay que subir. Ten en cuenta que a diferencia de las señales de radio, las de televisión viajan del transmisor al receptor de modo rectilíneo, cosa que exige de visibilidad entre uno y otro. Para lograr ese efecto las antenas de los transmisores se elevan. De esa necesidad surgieron las torres de televisión. Como quiera que entre La Florida y Cuba hay una distancia de alrededor de 150 kilómetros, a alturas razonables es imposible trazar una línea recta.
─ Por qué.
─ Por el horizonte. La tierra es una esfera y a esa distancia entre un punto y otro su curvatura se transforma en un obstáculo. Descartado el uso de satélites, que entonces requerían de estaciones terrenas y asumiendo como inviable la construcción de una torre varias veces más alta que la de Eiffel, con capacidad para soportar los vientos de La Florida y de sobrevivir a los huracanes, aquella amenaza me parecía pura palabrería o ciencia ficción. Me equivoqué.
─ Comencé a creer en la seriedad del asunto cuando en 1987, mediante una Resolución Concurrente, el Congreso norteamericano aprobó un crédito para realizar "Estudios de Factibilidad". Poco después con más dinero fueron contratadas varias compañías ingenieras que arribaron a la conclusión de que la mejor opción era utilizar un aeróstato cautivo a diez mil pies de altura y lo más cerca posible a Cuba. Los especialistas norteamericanos habían encontrado una respuesta que, aunque requería de mucho dinero, era técnicamente viable. En 1988, Reagan dio luz verde y el Congreso aprobó siete millones y medio de dólares para realizar pruebas.
Cuba que no había perdido un solo minuto, había estudiado todos los aspectos de la operación y disponía de una amplia gama de opciones.
─ Entre ellas seguramente derribar el globo ─ afirmé. No porque supiera del asunto sino para provocar a mi interlocutor ─.
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