Por Enrique Ubieta Gómez
Durante casi una década, desde 1991, funcionó una sofisticada Aduana intelectual que requisaba las pertenencias emotivas y racionales, con las que cada ciudadano del planeta intentaba pasar de un siglo al otro. Nombres y sueños declarados malditos, eran denigrados para que nadie se atreviese a usarlos de bufanda en aquel invierno de desesperanzas. De alguna inexplicable manera, sin embargo, el Che, vestido de verde olivo y con el brazo en cabestrillo, como en los días de la toma de Santa Clara, cruzó la frontera. Parecía no sentir frío, ni soledad.
Entonces, se disparó la “chemanía”, porque el mercado es un regulador instintivo de ganancias y valores: aprovechar la veta de oro y vaciarla de contenido. Pero nada. Su vida limpia, recta, en perfecta armonía con sus ideas, se transformó en paradigma de la dignidad humana. Su rostro noble y rebelde, en permanente vigilia; sus ojos, abiertos aún en la muerte, acompañaron todas las causas de los humildes. El Che resultó imbatible, y hablar contra él sigue siendo un suicidio intelectual y político. A pesar de ello, los más comprometidos en la cruzada contrarrevolucionaria se arriesgan a calumniarlo, mientras proclaman y alientan una imposible victoria del mercado sobre el símbolo. En realidad le temen.
Hace casi dos meses, en los días del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, se exhibieron en La Habana las dos partes del film de Steven Soderberg (director) y Benicio del Toro (productor y actor principal) sobre el Che Guevara. Del Toro, que al interpretar al Che supo calar su hondura humana, recibió en Cannes el Premio de Actuación Masculina y en España el Goya a la mejor interpretación protagónica. En Hollywood, sin embargo, pasó por debajo de la mesa. “Encuentro raro que no se le considere”, declaró Benicio en tono lacónico, al ser interrogado. Pocos días antes de que se hiciera público el listado de las películas nominadas al Oscar, Benicio se mostró escéptico ante esa posibilidad, pues ya previamente había sido excluida de los Globos de Oro: “Es raro por la película, no por mí; como producción creo que es de las mejores del año. He visto algunas que se citan como las mejores y lo veo un poco raro…” No tenía que decir más. He leído comentarios sobre la película que se centran en los millones recaudados, para destacar su supuesto perfil mercantil, pero la verdad es que el imperio le teme.
Se ha reanimado la “chemanía”, pero en América Latina la izquierda vuelve a enarbolarlo como símbolo revolucionario. Los jóvenes la portan en la piel y en el alma (como tatuaje físico o espiritual), en la vestimenta, en afiches y fotos que presiden –otra vez, como en los sesenta--, sus reuniones informales. Y eso es muy, pero muy peligroso.
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