sábado, 21 de febrero de 2009
El oportunismo político
Por Enrique Ubieta Gómez
Mi comentario de hoy tiene que ver con el oportunismo político. La retórica de la industria de la desinformación es enfática y machacona: los revolucionarios –que en la jerga de la contrarrevolución son “oficialistas”--, apoyan al “régimen” porque están acomodados y viven de prebendas. Pero cualquier conocedor profundo y actualizado sabe que el oportunismo de los años setenta –cuando ser funcionario o simplemente militante del Partido otorgaba ciertos privilegios o abría algunas puertas, que eran ciertamente mínimas vistas a la luz de otras sociedades, pero que podían resultar apetecibles--, se transformó en el oportunismo de los noventa, asociado a una conveniente lejanía de la esfera estatal y a un calculado apoliticismo que aligera el equipaje y deja las manos “libres” para el ojo tuerto (que no ve la propia mano derecha hipertrofiada) y aún para el posible salto de fronteras.
En algunos textos he mostrado cómo la expresión “hijos de papá” ha cambiado de color en Cuba: no suelen ser estos (aunque algunos queden) hijos de funcionarios, sino de “empresarios” de pacotilla y de macetas filo-marginales. No fue casual que algunos de los intelectuales de aparente mayor compromiso en los setenta –para solo mencionar dos casos: Jesús Díaz y Raúl Rivero--, saltaran en los noventa a la otra orilla, que “descubrieran” que el capitalismo era “maravilloso”, precisamente cuando todos tuvimos que apretarnos el cinturón más allá del último hoyito. Y que algunos hijitos de papá de los setenta dejaran el barco, cuando los camarotes de primera desaparecieron o se deterioraron. Pero esa retórica contrarrevolucionaria insiste en soslayar el cambio, en pasarlo por debajo de la mesa, porque el maceta filo-marginal o el empresario tapiñado son en última instancia sus principales aliados. Y porque el oportunismo real de nuestros días ocurre en las filas de los saltadores con percha: nuevos adeptos de religiones apenas conocidas, repentinos y fervorosos patriotas de naciones extranjeras, súbitos cruzados de una disidencia esencialmente mediática (recompensada con generosidad) y antiheroica. Todo por razones de bolsillo y de malos cálculos.
No son equívocos del lenguaje, sino estrategias de comunicación, las que invierten el significado. La contrarrevolución necesita endilgar a los revolucionarios la mala conducta que practica con júbilo, que emana de su visión del mundo: el oportunismo de nuestros días (siempre han existido y siempre existirán oportunistas: es parte de la naturaleza humana), se asocia a un tipo de pragmatismo cínico que prioriza el bienestar personal, que es la esencia del capitalismo y subordina sin escrúpulos los medios a ese fin. Ocupar responsabilidades estatales, militar en el Partido, significa hoy –mucho más que ayer--, enfrentar problemas y asumir una ética cotidiana de sacrificios sin beneficios materiales. Lo reconocen diariamente los oportunistas que rechazan las mismas responsabilidades por las que quizás ayer habrían peleado. Y que dicen distanciarse de una doble moral que suponen en los otros, cuando en realidad era atributo propio. Contra esa doble moral por supuesto nos pronunciamos todos, porque sus inventores de ayer son los defensores del capitalismo de hoy. O siempre lo fueron, aunque aparentaran otra cosa. No confundo ni catalogo de oportunistas a quienes durante los años más difíciles del Período Especial buscaron estrategias honorables de sobrevivencia, sin abandonar sus principios. Hablo de los que acusan a los revolucionarios de ostentar inexistentes prebendas para ocultar las propias, de los que critican la corrupción y la estimulan a la vez –porque además la practican--, para corromper el socialismo. Los corruptos, los simuladores, los vendepatrias, los cambiacasacas, son orgánicos del capitalismo, son piezas esenciales de su engranaje social; acusar al socialismo de engendrar esas conductas es crear una cortina de humo: el oportunismo se disfraza en el socialismo porque es ajeno a su esencia, y se muestra sonriente y libre en el capitalismo, porque se corresponde con él.
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Ubieta: Has puesto el dedo en la llaga y el asunto justo en su centro, pues durante todo el tiempo del trauma de carencia extrema los oportunistas han gozado de impunidad y han ido tomando, como es característica en todos los tiempos y lugares, los espacios de opinión, sobre todo después de haber saltado el charco. Y han ejercido el terrorismo, la amenaza y el boicot. Censuran descaradamente bajo la tapadera de acusar de censura y oficialismo a cualquiera que opine diferente. La verdad es que los paladines del pensamiento único se sentirían minimizados ante el nivel de estrechez con que se manifiestan. Y los oportunistas de dentro también pescan en esas aguas, por eso mismo aquellos ni los rozan.
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