Por Mumía Abú-Jamal
Hace unos años, un nuevo Presidente de los Estados Unidos encantó a las multitudes en el Cairo con su elocuencia, con su amigable serenidad, y, lo más importante, con su personalidad.
Este Presidente era el primer jefe de estado norteamericano de piel caramelo morena, y su nombre, Barack Husseín Obama, reflejaba, por lo menos en parte, una ascendencia islámica y africana que elicitó susurros de placer en la audience norafricana.
Varios años después, las Embajadas de los Estados Unidos en varios países árabes son atacadas, y lo que es peor, una oficina consular en Bengazi, Libia, donde un embajador norteamericano joven es acreditado al nuevo gobierno post-Qadafi, es atacada con fuego RPG --y quemada, totalmente destruída, matando por lo menos a cuatro norteamericanos, incluyendo al nuevo embajador
de los Estados Unidos en ese país.
Los periodistas acusan como responsable a una película contra Islám, insultante e inflamatoria, que groseramente ataca al Profeta Mahoma.
Pero, una vez que se ha dicho éso, amigos no queman o bombardean a sus amigos.
A pesar de todas las promesas del discurso de Obama en el Cairo, sus guerras con aviones no tripulados, los drones, contra supuestos extremistas islámicos, sin hablar de su continua aprobación del extremismo israelí y sus ataques contra Palestina, han destruído toda la buena voluntad que existía en
la conciencia árabe-musulmana, que finalmente ha explotado en verdaderos incendios --y en bombas reales.
Tampoco se debe pasar por alto que estos ataques ocurrieron el 11 de setiembre.
En el Cairo, esa inmensa, cosmopolita y antigua ciudad, donde alguna vez el nombre Obama elicitó susurros de esperanza, ahora la embajada es atacada, y la bandera de los Estados Unidos es hechas pedazos.
Y, como siempre en la vida, alli hay ironia, porque la embajada de los Estados Unidos en Libia fue sin lugar a dudas la fuente que pertrechó con armas la resistencia contra-Qadafi –y quizás fue también la fuente del ataque contra el consulado norteamericano en Bengazi, que totalmente quemó ese
consulado, dejándolo en cenizas.
Dicho en otras palabras, los Estados Unidos está saboreando los frutos amargos de su imperialista política exterior.
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