Eduardo Viloria Daboín
Caracas, 1/7/2009
No muere el Sol en Tegucigalpa
No muere aunque le muerdan esbirros de corbata la semilla
Es pábulo de lumbre roja la sangre
carne macerada con sudor y llamarada
Se arrastra purulenta la blanca piel de los magnates
y se hunden en su mierda de proclamas decretos sentencias noticias
Al aire limpio de la aurora vomitan su excremento de palabra traicionada
Y nada es transparente
sino el rostro ensangrentado del obrero
Y todo es reluciente salvo el sitio maloliente del verdugo
No muere el Sol en Tegucigalpa
No muere aunque lo matan por la espalda y lo sepultan
No muere aunque le extirpan la lumbre hecha de barro al campesino
No muere aunque le escupen saliva corrosiva de burgueses
No muere aunque le sellan con pólvora y silencio la alborada
No muere porque el verbo parturiento
aunque encerrado
traspasa las fronteras de la noche decretada
alumbra la osamenta del futuro
y fecunda la violencia enamorada
la paz encendida del que grita tras las rejas
y del magma contenido de la rabia entre las balas
Ni una lágrima por Honduras que no lleve dinamita y amor en la mirada
Ni un clamor que no incendie con su aliento lo que toque
Ningún quejido que no sea pólvora fecunda y machetes oxidados
Y la sed que no sea ya sino de sangre de gendarme
o capataz
o esbirro
y preferiblemente
que sea sangre de magnates la que llueva en Tegucigalpa
junto al Sol que no se muere y se hace hermano y es guerrero
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