domingo, 16 de febrero de 2020

Parasite: Una triste comedia humana



Por M. H. Lagarde

Varias son las razones por las que la película Parasite hizo historia al conquistar varios premios, entre ellos, el de mejor largometraje, en la pasada edición de los Oscar.

Además de ser la primera película en romper la barrera del idioma —la primera no hablada en inglés en ganar el premio mayor de los Oscar—, hecho que puso fin a más de nueve décadas de monopolio del inglés en el más importante evento del séptimo arte, de acuerdo con la crítica, Parasite, una tragicomedia sobre la historia de una familia de estafadores que pretende vivir de una familia rica, dirigida por el coreano Bong Joon Ho, destacó por una ingeniosa construcción desde el punto de vista cinematográfico ante la que los votantes de la Academia difícilmente pudieron resistirse.

Parasite llegó a Hollywood después de pasar por el Festival de Cine de Cannes en mayo pasado, donde, según se dice, la respuesta fue tan apabullante, que el jurado presidido por el mexicano Alejandro González Iñárritu votó de forma unánime para otorgarle la Palma de Oro.

De igual forma, entre las claves de su éxito otros cuentan el papel jugado por la distribuidora independiente Neon, encabezada por Tom Quinn, que hizo que la película ganara en los premios SAG y la preparó para una campaña triunfadora rumbo a los Oscar.

Pero, sin dudas, lo que hará que Parasite rompa todas las barreras y se convierta en el último gran éxito de la cinematografía mundial es su tema: las enormes desigualdades existentes en el capitalismo moderno.

No por gusto gran parte de la película transcurre en sótanos como el del hogar de la familia Kim o el de la mansión de la adinerada familia Park.

Y es que el filme de Bong retrata a muchos surcoreanos que se identifican como «cucarachas sucias», aquellos nacidos de familias de bajos ingresos que casi han renunciado a tener una casa decente o escalar socialmente como las «cucarachas doradas», en una Corea del Sur donde, en los últimos años, los precios desenfrenados de la vivienda y una economía estancada han socavado el apoyo al presidente Moon Jae-in.

La aguda crítica a la sociedad moderna surcoreana realizada por Bong Joon Ho deja al desnudo las penurias de muchas familias de Seúl. Durante 132 minutos, este thriller tragicómico evidencia el contraste entre algunos de los ruinosos barrios marginales y la glamorosa vida de los lugares más elegantes de la capital, así como las relaciones parásitas que existen entre ricos y pobres. Ahyeon-dong, uno de los barrios marginales que representa en varias escenas del filme el humilde barrio de la familia Kim, parece existir en el subsuelo de Seongbuk-dong, un vecindario conocido como el Beverly Hills de Corea del Sur.

Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la inequidad en la economía surcoreana, a la par de países como Reino Unido y Letonia, es de las más altas y ha empeorado en los últimos años.

Una encuesta en 2019 realizada por el Instituto para la Salud y Asuntos Sociales de la península demostró que «más del 85% de los nacionales sentían que había brechas salariales "muy grandes" en la sociedad y que las personas debían pertenecer a una familia adinerada para tener éxito».

No obstante, la distribución uniforme de los ingresos entre la población surcoreana es mejor que la de otros países, como es el caso de Estados Unidos, donde la desigualdad entre ricos y pobres ocupa, después de la universalización de la salud y la inmigración, uno de los primeros lugares entre los temas de la campaña demócrata con vistas a las elecciones de 2020.

Para todo el mundo resulta cada vez más escandaloso que con toda la riqueza que genera Estados Unidos, aún existan más de 40 millones de personas viviendo en la pobreza, y que la desigualdad no baje, incluso cuando a la economía le vaya cada vez mejor.

Según Mark Price, investigador del Economic Policy Institute, con sede en Washington DC: «Los ingresos del 1% más rico se han duplicado en las últimas tres décadas y media».


De acuerdo con la BBC, el relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, Philip G. Alston, publicó de 2018 un informe bastante lapidario en el que afirma que Estados Unidos es el país rico con mayores niveles de desigualdad de ingreso y de riqueza.


«Lo que la desigualdad extrema significa es la transferencia de poder económico y político a un puñado selecto de personas, quienes inevitablemente lo usarán para avanzar en sus propios intereses», dijo Alston.


Si ello ocurre en la economía más próspera del mundo capitalista, ¿qué diferencias no generará dicho sistema para los estratos más profundos de las naciones subdesarrolladas? La lujosa casa de los Park, construida por un famoso arquitecto, y los parásitos que tratan de sobrevivir en su sótano, son también una imagen de un mundo donde los sunamis migratorios, del Sur hacia el Norte, suelen ser cada vez más frecuentes. El desprecio que sienten, por oler a pobres, los Kim, es casi el mismo que perciben las decenas de miles de emigrantes que esperan en México, al pie del muro racista de Trump, poder algún día cruzar la frontera.


Más allá de sus indiscutibles cualidades cinematográficas y de hacer realidad una vez más que en el verdadero arte lo local resulta muchas veces universal, la triste comedia Parasite tiene asegurado el aplauso en una época donde, según un informe anual de la organización internacional Oxfam, publicado en vísperas del Foro Económico Mundial Davos 2020, 2 153 millonarios tienen más riqueza que 4 600 millones de individuos (el 60% de la población mundial).

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