Pese a que durante más de cuarenta años solo para Cuba ha existido una política especial, expresada en la Ley de Ajuste, y promovida por diversos medios, para provocar las salidas del país y que solo contra el pueblo cubano se lleva a cabo una guerra económica genocida que, entre otras cosas, impone condiciones que fomentan la tendencia a emigrar, Cuba no está entre los principales emisores de emigrantes. En nuestro continente hay varios países que, contando con menos población, tienen cifras de emigrantes mucho más altas que las de Cuba. Si se pudiese calcular con precisión los que en Estados Unidos permanecen indocumentados, el contraste sería aún más notable: allá hay incontables millones de latinoamericanos en esa condición, mientras que, debido a la infame Ley, ningún cubano es ilegal.
Durante todos esos años, y en forma creciente hasta hoy, fueron numerosos los emigrantes de otras nacionalidades que también intentaron llegar hasta las costas norteamericanas procedentes de territorios más distantes sin recibir la protección y ayuda de los guardacostas que invariablemente, si los encuentran, los expulsan hacia sus países de origen. Teniendo que evadir a los norteamericanos, esos emigrantes han enfrentado siempre mayores riesgos y han sufrido más pérdidas humanas. Pero de ellos poco se habla, su tragedia es ignorada. Los que han logrado penetrar en Estados Unidos van a sumarse a los millones de indocumentados víctimas de constante persecución por el Servicio de Inmigración de aquel país.
Estados Unidos ha incitado criminalmente a los cubanos a arriesgar la vida en travesías peligrosas con el único, innoble y repugnante fin de calumniar a Cuba y distorsionar groseramente su imagen. Para quienes estén dispuestos a arriesgar la propia vida y la de otras personas, incluyendo niños, mujeres y ancianos, abre sus puertas sin obligarlos a cumplir requisito alguno. Así ha admitido allá a miles de individuos a los que les habían o hubieran negado la visa, entre ellos, no pocos con pésimos antecedentes penales. Así ha permitido que florezca el vil negocio del contrabando de personas, asociado al del narcotráfico, frente al que no toma ninguna medida efectiva.
Editorial de Granma
La Proclama adoptada por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 12 de julio del 2000, denunció la criminalidad de la Ley de Ajuste Cubano refrendada por el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Jonhson, el 2 de noviembre de 1966, hace 45 años.
En aquella oportunidad, los parlamentarios cubanos, recordaron cómo esta política migratoria criminal, inmoral y discriminatoria que aplica el imperialismo contra Cuba desde el triunfo de la Revolución y que se expresa en la Ley de Ajuste Cubano, es una política perversa, deliberadamente concebida para desestabilizar y socavar a la sociedad cubana, cínicamente calculada para provocar muertes y sufrimientos, manipulando desvergonzadamente las tragedias que esa Ley ocasiona.
Tal engendro legislativo, adoptado en 1966, tenía, ante todo, un carácter batistiano. Su texto, explícitamente, subraya que se aprobó para beneficiar a quienes habían escapado de Cuba el primero de enero de 1959 excluyendo a los no pocos cubanos que habían emigrado a Estados Unidos, precisamente, antes o durante el periodo de la tiranía.
Por eso, en su origen mismo, la Ley nació con un sentido discriminatorio, inmoral, contra los cubanos. Los que allá llegaron en aquella fecha o en el período inmediato posterior, en los primeros años de la década del sesenta, no lo hicieron en rústicas y endebles embarcaciones sino que viajaron en yates lujosos, en sus aviones privados o en vuelos regulares, que existieron directamente desde Cuba hasta que fueron prohibidos por las autoridades yanquis a finales de 1962, como parte de su guerra económica contra nuestro país.
Al extender la vigencia de la Ley sin límite hacia el futuro, después de haber roto las relaciones diplomáticas y suspendido el otorgamiento de visas y cancelado las posibilidades de viajar normalmente entre ambos países, su único propósito era alentar a ciudadanos cubanos a intentar la emigración mediante procedimientos clandestinos y con los riesgos de la vía marítima. Quienes lo hicieron durante muchos años, contaron con la activa cooperación de las autoridades y del servicio de la guardia costera norteamericana, que sistemáticamente y como norma, recogieron a los viajeros en aguas cercanas a Cuba y los trasladaron hasta el territorio norteamericano. Otros, lamentablemente, perdieron la vida cuando no tuvieron la suerte de encontrar en su ruta a las unidades navales de Estados Unidos. Unos y otros han sido utilizados de modo cínico por la propaganda del imperio contra Cuba, a la que han destinado miles de millones de dólares en cuatro décadas.
En una colosal operación de falsificación de los hechos y promoción de la mentira, han tratado de presentar a los cubanos como gente que desea "escapar" a Norteamérica, y a Estados Unidos como a la nación "generosa" que los acoge. Ni lo uno ni lo otro tiene un átomo de verdad. Ahí están las estadísticas oficiales norteamericanas para probarlo.
Pese a que durante más de cuarenta años solo para Cuba ha existido una política especial, expresada en la Ley de Ajuste, y promovida por diversos medios, para provocar las salidas del país y que solo contra el pueblo cubano se lleva a cabo una guerra económica genocida que, entre otras cosas, impone condiciones que fomentan la tendencia a emigrar, Cuba no está entre los principales emisores de emigrantes. En nuestro continente hay varios países que, contando con menos población, tienen cifras de emigrantes mucho más altas que las de Cuba. Si se pudiese calcular con precisión los que en Estados Unidos permanecen indocumentados, el contraste sería aún más notable: allá hay incontables millones de latinoamericanos en esa condición, mientras que, debido a la infame Ley, ningún cubano es ilegal.
Durante todos esos años, y en forma creciente hasta hoy, fueron numerosos los emigrantes de otras nacionalidades que también intentaron llegar hasta las costas norteamericanas procedentes de territorios más distantes sin recibir la protección y ayuda de los guardacostas que invariablemente, si los encuentran, los expulsan hacia sus países de origen. Teniendo que evadir a los norteamericanos, esos emigrantes han enfrentado siempre mayores riesgos y han sufrido más pérdidas humanas. Pero de ellos poco se habla, su tragedia es ignorada. Los que han logrado penetrar en Estados Unidos van a sumarse a los millones de indocumentados víctimas de constante persecución por el Servicio de Inmigración de aquel país.
Estados Unidos ha incitado criminalmente a los cubanos a arriesgar la vida en travesías peligrosas con el único, innoble y repugnante fin de calumniar a Cuba y distorsionar groseramente su imagen. Para quienes estén dispuestos a arriesgar la propia vida y la de otras personas, incluyendo niños, mujeres y ancianos, abre sus puertas sin obligarlos a cumplir requisito alguno. Así ha admitido allá a miles de individuos a los que les habían o hubieran negado la visa, entre ellos, no pocos con pésimos antecedentes penales. Así ha permitido que florezca el vil negocio del contrabando de personas, asociado al del narcotráfico, frente al que no toma ninguna medida efectiva.
Son muchos los cubanos, o sus descendientes, que habiendo sufrido la experiencia real de vivir en aquella sociedad corrupta, violenta, racista y profundamente injusta, padeciendo, ellos también, la explotación y la discriminación, añoran con tristeza la Patria que abandonaron.
En 1994 y 1995 Washington firmó con Cuba acuerdos migratorios por los que se comprometía a no continuar con esa irresponsable política y a esforzarse por encauzar la emigración solo mediante procedimientos legales, seguros y ordenados. Estos acuerdos han facilitado que un número apreciable de quienes lo quisieron hacer, emigrasen de manera apropiada. Pero no han conducido a una normalización en esta materia porque su aplicación ha estado viciada por el propósito, nunca abandonado, de usar el tema de la emigración como parte de su arsenal contra la Revolución cubana. En la práctica, las disposiciones sobre la política de "pies secos y pies mojados", como parte de la Ley de Ajuste y su aplicación, constituyen una permanente violación de esos acuerdos, como los violan también la constante incitación a la emigración ilegal que realizan las transmisiones radiales dirigidas hacia Cuba desde Estados Unidos, incluso con el patrocinio oficial.
Estados Unidos debe poner fin a su política criminal, irresponsable y demagógica, concebida y practicada contra los cubanos, pero que perjudica también a los pueblos latinoamericanos y es dañina para los intereses de los propios norteamericanos. La asesina Ley de Ajuste cubano debe ser abrogada.
Si Estados Unidos está dispuesto a conceder la residencia legal a cualquier cubano que entre a su territorio, como efectivamente hace con los que arriesgan innecesariamente la vida, debería darle la visa a todos los que deseen emigrar de forma legal y normal sin pedirle documentación o requisito alguno, tal como hacen con los que ignoran sus leyes y las nuestras.
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