Por Miguel Urbano Rodrigues
Los Estados Unidos y sus aliados repiten en Libia crímenes contra la humanidad similares a los cometidos en Irak y Afganistán. La agresión al pueblo libio difiere de las otras apenas porque el discurso que pretende justificarla, respecto a la hipocresía excede lo imaginable. Por la mentira y perfidia, el montaje previo trae a la memoria los concebidos por Hitler en la preparación de la anexión de Austria y de las campañas que precedieron a la invasión a Checoslovaquia y a Polonia.
Michel Chossudovsky, James Petras y otros escritores progresistas -citando fuentes confiables- revelaron en sucesivos artículos que la rebelión de Benghazi fue concebida con mucha antelación, muy minuciosamente, y alertaron sobre el papel decisivo desempeñado en ella por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y del Reino Unido.
La supuesta duda de los Estados Unidos en apoyar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que creó la llamada «zona de exclusión aérea», y posteriormente en asumir la «coordinación de las operaciones militares» fue también una grosera mentira. Farsa idéntica caracterizó el debate en torno a la transferencia hacia la OTAN del comando de operación llamado «Amanecer de Odisea», título que ofende el nombre y la epopeya del héroe de Homero.
El Pentágono tenía elaborado planes de intervención militar en Libia mucho antes de las primeras manifestaciones en Benghazi, cuando allí aparecieron las banderas de la monarquía fantoche inventada por los ingleses después de la expulsión de los italianos. Todo eso se estima está descrito en documentos (algunos contenidos en correspondencia diplomática divulgada por Wikileaks) que ahora comienzan a hacerse públicos por webs alternativas.
LOS CRÍMENES ENCUBIERTOS
Los discursos de los responsables de la agresión al pueblo libio y la torrencial y ominosa campaña de desinformación montada por los grandes media occidentales, empeñados en la defensa y apología de la intervención militar, son diariamente desmentidos por la tragedia que se abate sobre Tripolitania, o sea el occidente del país controlado por el gobierno. Hoy ya no es posible desmentir más que el texto de la resolución del Consejo de Seguridad -que no hubiera sido aprobada sin la cómplice abstención de Rusia y China– fue violado desafiantemente por los estados agresores.
Los ataques aéreos no estaban previstos. Pero fueron inmediatamente desencadenados por la fuerza aérea francesa y por los buques de guerra de los Estados Unidos y del Reino Unido que, en un tiempo mínimo, dispararon más de una centena de misiles Tomahwac sobre blancos muy diferenciados.
Repetidamente los gobernantes de los Estados Unidos y del Reino Unido, de Francia y de Italia han afirmado que la «intervención es humanitaria» para proteger a la población, y que los «daños colaterales» por ella provocados son mínimos. Mienten consciente y descaradamente.
Las «bombas inteligentes» no son ciegas. Con gran precisión han alcanzado depósitos de combustibles y de productos tóxicos, puentes, puertos, edificios públicos, cuarteles, fábricas, centrales eléctricas, sedes de televisoras y de periódicos. Redujeron a escombros la residencia principal de Muamar El Gadafi.
Un objetivo transparente fue la destrucción de la infraestructura productiva de Libia y de su red de comunicaciones. Otro objetivo prioritario fue sembrar el terror entre la población civil de las áreas bombardeadas. Repetidas veces el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, y el de Asuntos Exteriores del Reino Unido, William Haggue, han afirmado que las fuerzas de aquello que llaman la «coligación» mandatada por el Consejo de Seguridad, no se desviará de las metas humanitarias de «Odisea». Garantizan que el número de víctimas civiles ha sido mínimo y, en la mayoría de los bombardeos quirúrgicos, inexistente.
No es lo que informan los corresponsales de algunos influyentes media occidentales y árabes. Según Al Jazeera y periodistas italianos, el «bombardeo humanitario» de Adhjedabya fue en realidad una matanza sanguinaria, ejecutada con crueldad.
Otros reporteros utilizan la palabra tragedia para definir los cuadros dantescos que presenciaron en barrios residenciales de Trípoli.
Generales y almirantes norteamericanos y británicos insisten en negar que hayan sido alcanzadas instalaciones no militares o afines. Es otra mentira. Las ruinas de un hospital de Trípoli y de dos clínicas de Ain Zara, que apuntan al cielo azul del desierto libio, expresan mejor que cualquier palabra la praxis de los «bombardeos humanitarios». Periodistas que los contemplaron y hablaron con sobrevivientes de la masacre afirman que en Ain Zara no había un solo militar, ni blindados. Y ni siquiera armas. En una tirada de humor negro, el primer día de la agresión, un oficial de los Estados Unidos declaró que la artillería antiaérea libia, al abrir fuego contra los aviones aliados que bombardeaban Trípoli, estaba «violando el cese al fuego» declarado por Gadafi.
Cito el episodio por ser expresivo del desvarío, del fariseísmo, del primarismo de los que ejecutan la abyecta agresión al pueblo libio, definida por Berlusconi, el clown neofascista de la coligación occidental, como «nueva cruzada».
Gadafi es el sucesor de Ben Laden como enemigo número uno de los Estados Unidos y de los gobernantes que hace pocos meses lo abrazaban fraternalmente.
El dirigente libio no me inspira hoy respeto. Creo que muchos de sus compatriotas que participan en la rebelión de Cirenaica y exigen el fin de su régimen despótico actúan movidos por objetivos loables. Sin embargo, invocar la personalidad y los desmanes de Muamar El Gadafi en el esfuerzo por presentar la criminal agresión al pueblo de un país soberano como exigencia de principios y valores de la humanidad es el objectivo repugnante de una ambiciosa estrategia imperialista.
El subsuelo libio encierra las mayores reservas de petróleo (el doble de las norteamericanas) y de gas de África. Tomar posesión de ellas es el objetivo inconfesado de la falsa intervención humanitaria.
Es deber de todas las fuerzas progresistas que luchan contra la barbarie imperialista desenmascarar el engranaje que, en el mundo, califica de salvadora y democrática la monstruosa agresión a Libia.
Siria puede ser el próximo blanco. Eso, mientras no hay una palabra de crítica a las monarquías teocráticas de Arabia Saudita, de Bahrein, de los Emiratos.
Una nota personal para terminar. Los líderes de la derecha europea, de Sarkozy y Cameron a la canciller Merkel, cultivan en estos días –repito- el discurso de la hipocresía. Ninguno consigue, no obstante, igualar en la mentira y la desfachatez la oratoria de Barack Obama, que, por sus actos, responderá ante la historia por la criminal política externa de su país, cuyo pueblo merecía otro presidente.
Tomado de Tercera Información
Michel Chossudovsky, James Petras y otros escritores progresistas -citando fuentes confiables- revelaron en sucesivos artículos que la rebelión de Benghazi fue concebida con mucha antelación, muy minuciosamente, y alertaron sobre el papel decisivo desempeñado en ella por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y del Reino Unido.
La supuesta duda de los Estados Unidos en apoyar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que creó la llamada «zona de exclusión aérea», y posteriormente en asumir la «coordinación de las operaciones militares» fue también una grosera mentira. Farsa idéntica caracterizó el debate en torno a la transferencia hacia la OTAN del comando de operación llamado «Amanecer de Odisea», título que ofende el nombre y la epopeya del héroe de Homero.
El Pentágono tenía elaborado planes de intervención militar en Libia mucho antes de las primeras manifestaciones en Benghazi, cuando allí aparecieron las banderas de la monarquía fantoche inventada por los ingleses después de la expulsión de los italianos. Todo eso se estima está descrito en documentos (algunos contenidos en correspondencia diplomática divulgada por Wikileaks) que ahora comienzan a hacerse públicos por webs alternativas.
LOS CRÍMENES ENCUBIERTOS
Los discursos de los responsables de la agresión al pueblo libio y la torrencial y ominosa campaña de desinformación montada por los grandes media occidentales, empeñados en la defensa y apología de la intervención militar, son diariamente desmentidos por la tragedia que se abate sobre Tripolitania, o sea el occidente del país controlado por el gobierno. Hoy ya no es posible desmentir más que el texto de la resolución del Consejo de Seguridad -que no hubiera sido aprobada sin la cómplice abstención de Rusia y China– fue violado desafiantemente por los estados agresores.
Los ataques aéreos no estaban previstos. Pero fueron inmediatamente desencadenados por la fuerza aérea francesa y por los buques de guerra de los Estados Unidos y del Reino Unido que, en un tiempo mínimo, dispararon más de una centena de misiles Tomahwac sobre blancos muy diferenciados.
Repetidamente los gobernantes de los Estados Unidos y del Reino Unido, de Francia y de Italia han afirmado que la «intervención es humanitaria» para proteger a la población, y que los «daños colaterales» por ella provocados son mínimos. Mienten consciente y descaradamente.
Las «bombas inteligentes» no son ciegas. Con gran precisión han alcanzado depósitos de combustibles y de productos tóxicos, puentes, puertos, edificios públicos, cuarteles, fábricas, centrales eléctricas, sedes de televisoras y de periódicos. Redujeron a escombros la residencia principal de Muamar El Gadafi.
Un objetivo transparente fue la destrucción de la infraestructura productiva de Libia y de su red de comunicaciones. Otro objetivo prioritario fue sembrar el terror entre la población civil de las áreas bombardeadas. Repetidas veces el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, y el de Asuntos Exteriores del Reino Unido, William Haggue, han afirmado que las fuerzas de aquello que llaman la «coligación» mandatada por el Consejo de Seguridad, no se desviará de las metas humanitarias de «Odisea». Garantizan que el número de víctimas civiles ha sido mínimo y, en la mayoría de los bombardeos quirúrgicos, inexistente.
No es lo que informan los corresponsales de algunos influyentes media occidentales y árabes. Según Al Jazeera y periodistas italianos, el «bombardeo humanitario» de Adhjedabya fue en realidad una matanza sanguinaria, ejecutada con crueldad.
Otros reporteros utilizan la palabra tragedia para definir los cuadros dantescos que presenciaron en barrios residenciales de Trípoli.
Generales y almirantes norteamericanos y británicos insisten en negar que hayan sido alcanzadas instalaciones no militares o afines. Es otra mentira. Las ruinas de un hospital de Trípoli y de dos clínicas de Ain Zara, que apuntan al cielo azul del desierto libio, expresan mejor que cualquier palabra la praxis de los «bombardeos humanitarios». Periodistas que los contemplaron y hablaron con sobrevivientes de la masacre afirman que en Ain Zara no había un solo militar, ni blindados. Y ni siquiera armas. En una tirada de humor negro, el primer día de la agresión, un oficial de los Estados Unidos declaró que la artillería antiaérea libia, al abrir fuego contra los aviones aliados que bombardeaban Trípoli, estaba «violando el cese al fuego» declarado por Gadafi.
Cito el episodio por ser expresivo del desvarío, del fariseísmo, del primarismo de los que ejecutan la abyecta agresión al pueblo libio, definida por Berlusconi, el clown neofascista de la coligación occidental, como «nueva cruzada».
Gadafi es el sucesor de Ben Laden como enemigo número uno de los Estados Unidos y de los gobernantes que hace pocos meses lo abrazaban fraternalmente.
El dirigente libio no me inspira hoy respeto. Creo que muchos de sus compatriotas que participan en la rebelión de Cirenaica y exigen el fin de su régimen despótico actúan movidos por objetivos loables. Sin embargo, invocar la personalidad y los desmanes de Muamar El Gadafi en el esfuerzo por presentar la criminal agresión al pueblo de un país soberano como exigencia de principios y valores de la humanidad es el objectivo repugnante de una ambiciosa estrategia imperialista.
El subsuelo libio encierra las mayores reservas de petróleo (el doble de las norteamericanas) y de gas de África. Tomar posesión de ellas es el objetivo inconfesado de la falsa intervención humanitaria.
Es deber de todas las fuerzas progresistas que luchan contra la barbarie imperialista desenmascarar el engranaje que, en el mundo, califica de salvadora y democrática la monstruosa agresión a Libia.
Siria puede ser el próximo blanco. Eso, mientras no hay una palabra de crítica a las monarquías teocráticas de Arabia Saudita, de Bahrein, de los Emiratos.
Una nota personal para terminar. Los líderes de la derecha europea, de Sarkozy y Cameron a la canciller Merkel, cultivan en estos días –repito- el discurso de la hipocresía. Ninguno consigue, no obstante, igualar en la mentira y la desfachatez la oratoria de Barack Obama, que, por sus actos, responderá ante la historia por la criminal política externa de su país, cuyo pueblo merecía otro presidente.
Tomado de Tercera Información
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