viernes, 8 de octubre de 2010

El Premio Nobel se vuelve "disidente"

Por M. H. Lagarde

Entre una lista de más de 200 candidatos entre los que se encontraba la Asociación Civil argentina Abuelas de Plaza de Mayo o el presidente boliviano Evo Morales, entre otros, el Comité Nobel, que sesiona en Oslo, ha preferido entregarle el Nóbel de la Paz al disidente chino, actualmente encarcelado, Liu Xiaobo.
Según quienes otorgan el premio, Liu Xiaobo se hizo merecedor del mismo "por su larga y no violenta lucha por los derechos fundamentales" en su país.
El curriculum vitae de Liu Xiaobo, por cierto, no se diferencia para nada del tipo de “disidente” que Estados Unidos lleva décadas diseñando para usar, con mayor o menor éxito, como quintas columnas en aquellos países que no resultan de su agrado por el simple hecho de disentir de su hegemonía.
En el caso de Liu Xiaobo las coincidencias son significativas. Presidente del PEN club de escritores independiente de China, categoría esta que lo dignifica como intelectual -recuérdese a los “periodistas” al servicio de EEUU liberados en Cuba recientemente- Xiaobo, fue condenado en su país por suscribir la llamada Carta O8, inspirada en la Carta de los 77, redactada por los artistas y escritores checos en 1968.
El otro disidente premiado ha sido el escritor peruano, nacionalizado español, Mario Vargas Llosa, uno de los grandes autores de la literatura latinoamericana quien, desde mi punto de vista, debió recibir el galardón muchos años antes, cuando el autor de Confesión en la Catedral era mucho más escritor que político.
De ese modo, se habría evitado que el propio Vargas Llosa dijera, al ser entrevistado por la prensa tras recibir la noticia, que “esperaba que el premio no se le haya otorgado por sus posiciones políticas”.
Exactamente lo mismo pienso yo, porque el Nobel, en ese caso, en vez de hacerle justicia como literato a uno de los grandes del boom latinoamericano, sería un espaldarazo a uno de los ideólogos más reaccionarios de la época.
Aunque el apostata de la izquierda Vargas Llosa se declara ahora un “liberal laico defensor de la democracia y crítico contumaz de las dictaduras”, -las de Cuba y Venezuela en primer lugar, por supuesto-, su imparcialidad con lo más reaccionario de la derecha internacional es tan incuestionable como sus silencios sobre la injusta guerra desencadenada por Estados Unidos contra Irak o las torturas en el Campo de Concentración de Guantánamo.
De hecho, para sembrar más la incertidumbre de cuáles son los motivos por lo que se premió al peruano, las agencias de prensa se debaten entre celebrar sus dotes literarias o levantar en sus primeras planas las declaraciones que el escritor hiciera, en la conferencia ofrecida a propósito de ganar el Premio, sobre “el retroceso que significa para América Latina la falta de democracia en Cuba y Venezuela”.
Los ambivalentes enfoques de los titulares sin dudas dan qué pensar. ¿Será este un premio para reconocer al autor de La Casa Verde o un Nobel para atacar a Cuba y Venezuela?
Ya se sabe que la firma de Vargas Llosa no falta nunca en las cartas de condena a Cuba que, más o menos cada seis meses, organiza el Partido Proyanqui español (PP). ¿Con una obra tan incuestionable detrás, será necesario tan fútil e inútil motivo para investir de Nobel a ese “disidente” vocero del imperio?
Asegurarlo probablemente sea otra futilidad.
Lo que sí esta claro es que, con tales elegidos, el poco prestigio que le quedaba al Nóbel se diluye cada vez más en el desconcierto.
Ojalá solo se trate de uno de esos bandazos ideológicos que el otrora prestigioso galardón ha dado a lo largo de su historia y no una nueva regla.
¿Se imaginan qué pasaría si en octubre del 2011 nos enteráramos que resultó elegido, como nuevo premio Nobel de Literatura, el terrorista Carlos Alberto Montaner?

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