Por Jorge Ángel Hernández
De su investigación Suite para Juan Francisco Manzano, tengo dos ejemplares, llenos de notas, señalamientos, subrayados… Casi ilegibles de tanto recorrerlos. A través de amigos comunes, intenté encontrarme con él alguna vez, pero, siempre por razones de insólita cotidianeidad, las posibilidades se esfumaron. Su carácter no es fácil, te lo advierto, me advertían, mientras yo sonreía torpemente, queriendo enmascarar mi inconfesada esperanza de, pasión por el tema mediante, comunicarnos de inmediato, concertar nuevas citas y complementar objetivos de trabajo. Si bien me dije: Un día lo consigo, la vida se enfrascó en otros concursos. Y hoy llega de pronto la noticia de su fallecimiento. Supongo que en sus archivos personales se revuelvan más datos, pistas, documentos, acerca de Manzano, ese poeta esclavo a quien seguimos dejando en la trastienda de la repostería, a la sombra de la tertulia de Domingo del Monte. Con excesiva modestia, considera Friol que si algo de valioso hay en el libro, por lo que a su aporte concierne, radica en “el alerta que atraviesa sus páginas llamando sin cesar la atención sobre lo mucho que aún nos falta por conocer de la obra y la vida de Manzano”.
Ese libro, que presentó como “incompleto y fatalmente desigual en la calidad de sus hallazgos”, aunque “con levadura y en ignición”, espera aún los resultados posteriores que lo complementen. No obstante, y gracias a esa obra, ese poeta a quien considera “el más misterioso” conocido, ha alcanzado su dosis de justicia histórica. Así, hemos podido ver con claridad hasta qué punto la actitud de Ramón de Palma, quien corrigió, de acuerdo con lo que consideraba el buen estilo, los dos volúmenes febrilmente redactados por el esclavo, perdiendo descuidadamente el segundo de ellos, supedita al poeta a un instrumento de sus intereses políticos. Y, cómo no, asombrarnos de las correcciones de Calcagno, tan lejos de las posibilidades intrínsecas que el talento de Manzano muestra entre sus páginas. Y aún más: descubrir que esos rejuegos de pugna interclasista han creado, para nuestra historia literaria, el perenne el espectáculo mediante el cual contienden Plácido y Manzano. Apasionado, aunque sin fanatismos, Roberto Friol elevó a justos reconocimientos la vida y la obra de Manzano.
En 1988, la editorial Letras Cubanas publicó su poemario Turbión, en medio de un panorama poético que cada vez cerraba más las posibilidades del estilo, al tiempo que juzgaba en vistas del estilo mismo. Es un libro inquietante, que convoca a las cosas, los sucesos y, sobre todo, a las personas, por su necesaria identidad, no siempre segura ni constante. Una profusa galería de instantáneas lo recorre, siempre desde una palabra que no teme al riesgo de sentencia. Su primer texto anuncia:
Cuantos retratos para antes de morir.
Cuánta ciudad de hombre en cada gesto.
Cuánta ráfaga sorda de trasmundos.
Todo en la inocencia y la culpa del mirar.
Todo al quedar inmóvil
en otra gradación de la esperanza.
Vendrá a reconocerse cada quien
en esta turbamulta de facciones;
tan ciego cada uno a su propia historia
y tan verdadero, y tan hijo del abismo.
Así ha quedado entonces, como hijo del abismo que anunciaba a un poeta al que tampoco se acude según su merecido, como si concederle el Premio Nacional de Literatura lo curase en justicia. Si es cierto, como se dice en predios especializados, que el siglo XXI anuncia centuria para ensayo, madurez de los juicios y evaluaciones libres de insano sectarismo, también lo es que las deudas que hereda son, al mismo tiempo, urgentes y abundantes. También de Turbión, los versos con que cierra el cuaderno, del poema “Mar, noche”, remarcan su advertencia:
Transcurre entre palabras el clamor de abandono
y una muerte de palabras clausura el tiempo.
Soy parte, a fin de cuentas, de ese mar y esa noche de palabras que nunca nos dijimos.
De su investigación Suite para Juan Francisco Manzano, tengo dos ejemplares, llenos de notas, señalamientos, subrayados… Casi ilegibles de tanto recorrerlos. A través de amigos comunes, intenté encontrarme con él alguna vez, pero, siempre por razones de insólita cotidianeidad, las posibilidades se esfumaron. Su carácter no es fácil, te lo advierto, me advertían, mientras yo sonreía torpemente, queriendo enmascarar mi inconfesada esperanza de, pasión por el tema mediante, comunicarnos de inmediato, concertar nuevas citas y complementar objetivos de trabajo. Si bien me dije: Un día lo consigo, la vida se enfrascó en otros concursos. Y hoy llega de pronto la noticia de su fallecimiento. Supongo que en sus archivos personales se revuelvan más datos, pistas, documentos, acerca de Manzano, ese poeta esclavo a quien seguimos dejando en la trastienda de la repostería, a la sombra de la tertulia de Domingo del Monte. Con excesiva modestia, considera Friol que si algo de valioso hay en el libro, por lo que a su aporte concierne, radica en “el alerta que atraviesa sus páginas llamando sin cesar la atención sobre lo mucho que aún nos falta por conocer de la obra y la vida de Manzano”.
Ese libro, que presentó como “incompleto y fatalmente desigual en la calidad de sus hallazgos”, aunque “con levadura y en ignición”, espera aún los resultados posteriores que lo complementen. No obstante, y gracias a esa obra, ese poeta a quien considera “el más misterioso” conocido, ha alcanzado su dosis de justicia histórica. Así, hemos podido ver con claridad hasta qué punto la actitud de Ramón de Palma, quien corrigió, de acuerdo con lo que consideraba el buen estilo, los dos volúmenes febrilmente redactados por el esclavo, perdiendo descuidadamente el segundo de ellos, supedita al poeta a un instrumento de sus intereses políticos. Y, cómo no, asombrarnos de las correcciones de Calcagno, tan lejos de las posibilidades intrínsecas que el talento de Manzano muestra entre sus páginas. Y aún más: descubrir que esos rejuegos de pugna interclasista han creado, para nuestra historia literaria, el perenne el espectáculo mediante el cual contienden Plácido y Manzano. Apasionado, aunque sin fanatismos, Roberto Friol elevó a justos reconocimientos la vida y la obra de Manzano.
En 1988, la editorial Letras Cubanas publicó su poemario Turbión, en medio de un panorama poético que cada vez cerraba más las posibilidades del estilo, al tiempo que juzgaba en vistas del estilo mismo. Es un libro inquietante, que convoca a las cosas, los sucesos y, sobre todo, a las personas, por su necesaria identidad, no siempre segura ni constante. Una profusa galería de instantáneas lo recorre, siempre desde una palabra que no teme al riesgo de sentencia. Su primer texto anuncia:
Cuantos retratos para antes de morir.
Cuánta ciudad de hombre en cada gesto.
Cuánta ráfaga sorda de trasmundos.
Todo en la inocencia y la culpa del mirar.
Todo al quedar inmóvil
en otra gradación de la esperanza.
Vendrá a reconocerse cada quien
en esta turbamulta de facciones;
tan ciego cada uno a su propia historia
y tan verdadero, y tan hijo del abismo.
Así ha quedado entonces, como hijo del abismo que anunciaba a un poeta al que tampoco se acude según su merecido, como si concederle el Premio Nacional de Literatura lo curase en justicia. Si es cierto, como se dice en predios especializados, que el siglo XXI anuncia centuria para ensayo, madurez de los juicios y evaluaciones libres de insano sectarismo, también lo es que las deudas que hereda son, al mismo tiempo, urgentes y abundantes. También de Turbión, los versos con que cierra el cuaderno, del poema “Mar, noche”, remarcan su advertencia:
Transcurre entre palabras el clamor de abandono
y una muerte de palabras clausura el tiempo.
Soy parte, a fin de cuentas, de ese mar y esa noche de palabras que nunca nos dijimos.
De verdad que lamentaremos la perdida de este gran poeta, es una pena que tu no hayas podido hacer tu entrevista porque estoy segura de que nos enteraríamos de cosas interesantes que hizo este personaje
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