Por M. H. Lagarde
Efectivamente, como dice la bloguera mercenaria, no faltan quienes se han atomizado por el mundo desde hace 50 años a la fecha. Es algo que desde siempre ha ocurrido, en cualquier parte del mundo. Pero en el caso de Cuba es bueno recordar que primero lo hicieron aquellos batistianos que cargaban, sobre su conciencia y espaldas, la culpa de 20 mil asesinatos. Junto a ellos, se marcharon los serviles gerentes que se robaron el erario público. Después, los plattistas de alma y clase mediana, aquellos convencidos que los americanos resolverían el problema en seis meses. Más tarde, se sumaron a la marcha las primeras víctimas del férreo bloqueo impuesto, entre otras cosas, para intentar desperdigar a un pueblo, para que luego, cualquier mercenario, inflado a la fuerza mediáticamente, contara, por twitter y de prisa, la historia del fracaso de un sistema.
Dice la bloguera, también, -recordando quizás sus tiempos de jinetera-, que siente el llanto de una joven en un consulado porque no la dejan regresar a su país. Lo que no siente –y alguien de más edad, como su esposo, debería contárselo, a ver si logra conmocionarla-, es el dolor de las más de tres mil víctimas del terrorismo protagonizado por aquellos desperdigados, ya sea por batistianos, medianos de mente o bloqueados, que para sobrevivir, no vacilaron a atentar con invasiones, actos terroristas y epidemias, contra su propio pueblo. Lo que no le conviene entender a la bloguera es el robo de cerebros o la manipulación mediática de cada “huida”.
Por lo visto, la mercenaria parece tener una pésima memoria. Algunas de esas muchachas, que un día se casaron con extranjeros para partir, y que lloran después por pasillos y oficinas diplomáticas, regresan, a veces, a ganarse el sustento en el degenerado empleo de la traición. No obstante, a algunas hasta las dejan entrar.
Otros muchos también pueden volver las veces que deseen y nadie les impide el paso. Son lo que saben que esta sigue, a pesar de errores y vicisitudes, siendo su patria y que algo, aunque mínimo, pueden hacer por ella, ofrecer un gesto, una idea, una palabra, o la sola presencia, para que la tierra donde nacieron, aunque estén ahora lejos, siga siendo de ellos y de sus familiares y de los hermanos que la pueblan y no de los extranjeros que la mancillan y la agreden.
A estas alturas, los que le dictan (¿por sms?) los párrafos a la mercenaria deberían saber que lo que nunca ocurrirá en ningún encuentro en que se hable de nación, y se celebre en Cuba, es contar con los mercenarios anexionistas. Ni los menos de dentro, ni los pocos de fuera.
Efectivamente, como dice la bloguera mercenaria, no faltan quienes se han atomizado por el mundo desde hace 50 años a la fecha. Es algo que desde siempre ha ocurrido, en cualquier parte del mundo. Pero en el caso de Cuba es bueno recordar que primero lo hicieron aquellos batistianos que cargaban, sobre su conciencia y espaldas, la culpa de 20 mil asesinatos. Junto a ellos, se marcharon los serviles gerentes que se robaron el erario público. Después, los plattistas de alma y clase mediana, aquellos convencidos que los americanos resolverían el problema en seis meses. Más tarde, se sumaron a la marcha las primeras víctimas del férreo bloqueo impuesto, entre otras cosas, para intentar desperdigar a un pueblo, para que luego, cualquier mercenario, inflado a la fuerza mediáticamente, contara, por twitter y de prisa, la historia del fracaso de un sistema.
Dice la bloguera, también, -recordando quizás sus tiempos de jinetera-, que siente el llanto de una joven en un consulado porque no la dejan regresar a su país. Lo que no siente –y alguien de más edad, como su esposo, debería contárselo, a ver si logra conmocionarla-, es el dolor de las más de tres mil víctimas del terrorismo protagonizado por aquellos desperdigados, ya sea por batistianos, medianos de mente o bloqueados, que para sobrevivir, no vacilaron a atentar con invasiones, actos terroristas y epidemias, contra su propio pueblo. Lo que no le conviene entender a la bloguera es el robo de cerebros o la manipulación mediática de cada “huida”.
Por lo visto, la mercenaria parece tener una pésima memoria. Algunas de esas muchachas, que un día se casaron con extranjeros para partir, y que lloran después por pasillos y oficinas diplomáticas, regresan, a veces, a ganarse el sustento en el degenerado empleo de la traición. No obstante, a algunas hasta las dejan entrar.
Otros muchos también pueden volver las veces que deseen y nadie les impide el paso. Son lo que saben que esta sigue, a pesar de errores y vicisitudes, siendo su patria y que algo, aunque mínimo, pueden hacer por ella, ofrecer un gesto, una idea, una palabra, o la sola presencia, para que la tierra donde nacieron, aunque estén ahora lejos, siga siendo de ellos y de sus familiares y de los hermanos que la pueblan y no de los extranjeros que la mancillan y la agreden.
A estas alturas, los que le dictan (¿por sms?) los párrafos a la mercenaria deberían saber que lo que nunca ocurrirá en ningún encuentro en que se hable de nación, y se celebre en Cuba, es contar con los mercenarios anexionistas. Ni los menos de dentro, ni los pocos de fuera.
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