Por M. H. Lagarde
Entre los cambios que el presidente de Estados Unidos ha hecho en su despacho destaca la desaparición de la platería escogida por su antecesor George W. Bush. Los platos de Bush fueron suplantados por cerámicas de indígenas nativos y objetos históricos de metal.
Las cuatro cerámicas de artistas descendientes de los indígenas nativos, fueron prestadas por el Museo Nacional del Indígena Americano. Y los aparatos mecánicos, por el Museo Nacional de Historia. Estos últimos son un modelo del telégrafo de Samuel Morse de 1849, una fresadora de John Peer de 1874 y una rueda de palas para barcos a vapor de 1877.
De acuerdo con el conservador de la Casa Blanca, William Allman, “esos modelos patentados encajan bien con la personalidad de Obama, con su interés en la historia del país, en la tecnología y en el espíritu creativo''.
Otro cambio fue eliminar los paisajes tejanos que había colgado Bush en las paredes. En su lugar se ven ahora cuadros tradicionales de la Casa Blanca: “The Avenue in the Rain'' (La avenida con lluvia), de Childe Hassam, una visión impresionista de la Quinta Avenida de Nueva York repleta de banderas en un día de lluvia, y la “Estatua de la Libertad'' de Norman Rockwell.
Otro detalle: en la estantería con libros, de aspecto decorativo más que funcional, se destaca un programa enmarcado del acto de 1963 en Washington en el que Martin Luther King pronunció su famoso discurso “I have a dream''.
Por cierto, y a propósito de libros, por ninguna parte se divisa alguna edición similar a Las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, le regalara a Obama hace algún tiempo.
Sí en cambio puede verse, además de una cesta llena de manzanas, un busto de King. La efigie de Martin reemplazó, nada menos, que a una de Winston Churchill lo que ha puesto a pensar mal a algunos británicos en qué tipo de sangre será la del primer presidente negro que habita la Casa Blanca.
Otra novedad son las fotos familiares colocadas en la mesa, detrás del escritorio presidencial: retratos de su boda, de sus hijas cuando eran más chicas, del día en que lanzó su candidatura a la presidencia…
A diferencia que otros presidentes que lo han antecedido, Obama no ha querido hacer una gran redecoración de su oficina, entre otras razones, dice él, porque tales reformas no se corresponden con una época de recesión.
Pero hay cosas que nunca cambian en la oficina presidencial. El mármol encima de la chimenea sigue allí desde que William Howard Taft amplió el despacho y le dio su forma oval en 1909. También son intocables cuadros de George Washington (de Rembrandt Peale) y de Abraham Lincoln (de George Henry Story), lo mismo que el escritorio que la reina Victoria del Reino Unido le regaló al presidente Rutherford B. Hayes a fines del 1800.
Tampoco ha cambiado que es allí es donde Obama firma las cartas que envía a las familias de soldados caídos en combate. Allí fue donde, el hoy Premio Nobel de la Paz, le informó a su consejo de guerra que había decidido enviar más soldados a Afganistán y allí recibe los informes diarios de las amenazas que enfrenta la nación y los desalentadores partes sobre el estado de la economía.
La escenografía, evidentemente, no determina las esencias de las obras. Tampoco los actores. Sin platos, ni paisajes tejanos colgados en las paredes, sin Churchill y con King, con traje o en mangas de camisa, rimbombantes discursos y elegantes sonrisas, el último presidente del imperio sigue representando -en el elegante escenario del despacho Oval-, más o menos el mismo papel que sus antepasados blancos, aquellos figurines que, en otros tiempos, estuvieron al frente de la política imperial.
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