Por Ernesto Pérez Castillo
Lo más terrible del desastre haitiano esta por venir, y viene a toda velocidad. Ya relucen los colmillos de quienes ven en la tragedia su filón. El nuevo objetivo: los niños.
El gobierno holandés dio la señal de arrancada: envió un vuelo charter para llevarse lo antes posible más de cien niños, sin tener en cuenta que, apenas el domingo anterior al terremoto, deportó seis niños hacia Haití.
Al tiempo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España no se queda atrás –pese a que las adopciones desde Haití siguen suspendidas– y declaró estar “dando todos los pasos” para el traslado de menores a la península. En todo caso han tenido el “cuidado” de clasificarlos como “adopciones simples”, con lo cual obligan a los niños a conservar su nacionalidad haitiana y se les impide obtener la ciudadanía española.
Francia anda en las mismas. Siendo el país con récord de adopciones desde la media isla caribeña, cada año más de 600 menores haitianos van a parar allí. Ahora la cifra podría elevarse con mucho, pues el subsecretario de Cooperación, Alain Joyandet, prometió que todos los niños que tienen sus papeles podrán partir "lo antes posible".
Todo ese teje y maneje ha llamado la atención del Comité de los Derechos del Niño de la ONU, y emitió una alerta sobre la inminencia de secuestros disfrazados de “adopción”.
Lo más alarmante sucede en Florida, donde Randolph McGrorty, director de Servicios Legales Católicos de la Arquidiócesis de Miami está montando una nueva Operación Peter Pan –bajo ese apelativo, en 1960, sacaron de Cuba a 14 mil niños, muchos de ellos separados de sus familias para siempre.
“Vamos a usar el modelo que empleamos hace 50 años con Peter Pan”, confesó McGrorty. Por su parte, el director de Caridades Católicas, Richard Turcotte, dejó claro que irían no solo a por los niños huérfanos, sino también están interesados en aquellos que no hayan podido reunirse con sus padres.
Detrás de un proyecto así no podían faltar Ileana Ros y los hermanos Mario y Lincoln Díaz Balart, los representantes de la mafia miamense en el Congreso de los EE.UU., quienes han ofrecido sus “buenos oficios” para convencer al gobierno. Interesante que, al momento del terremoto, Washington suspendió la deportación de miles de Haitianos, para guardar las formas.
Si los niños ahora “elegibles” para la adopción, vivían igual de mal antes del desastre… entonces, ¿por qué el repentino interés en ellos? Pues, es que una campaña de tales dimensiones necesitaría la luz verde del gobierno, junto con el dinero de los contribuyentes para financiarla, y ese y solo ese –el billete que se puede pescar en este río revuelto– es el pollo de este arroz con pollo.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia intenta tomar cartas en el asunto. Su vocera, Veronique Taveau, ha puesto en claro que la política de UNICEF es “tratar a toda costa de encontrar familiares del niño y lograr la reunificación. Las adopciones las vemos como la última opción (…) cuando decimos familia, nos referimos a la familia amplia, es decir, tíos, primos, abuelos u otros parientes”.
René Hoksbergen, experto en derecho de Familia de la Universidad de Utrecht, criticó estas adopciones Express: “occidente no debería comportarse de manera arrogante y pensar que esos niños sólo pueden estar bien si se van a Europa”.
El asunto está claro: hoy Haití no tiene presente. Si le roban a sus niños, tampoco tendrá futuro.
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