Por Rigoberto Díaz (AFP)
LA HABANA — A sus 36 años, tras escalar la cima del ballet clásico mundial, el cubano Carlos Acosta se enfrenta a dos retos: preservar la pasión y el nivel artístico, así como no perder su identidad, pues se reconoce aún en "el mulatico" al que le gustan los mangos y las guayabas.
"El desafío es seguir preservando la pasión y el nivel", tras 20 años de una carrera en la cual, considera, ha "hecho todo y con todo el mundo, con la Ópera de París, con el (Ballet) Kirov, el Bolshoi, en Alemania, Japón y Estados Unidos", dijo Acosta en una entrevista con la AFP.
Mestizo, de hablar pausado y un encanto que ya ha hecho diana en más de una bailarina, Acosta es la negación de los que en Cuba sostienen que "el ballet es cosa de blancos".
La conversación transcurre en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, donde estudió, al concluir uno de los ensayos para las cinco presentaciones que el Royal Ballet de Londres realiza en Cuba, un viejo anhelo suyo que cristalizó.
"Cuando haces por primera vez 'El lago de los cisnes' es una cosa novedosa, pero cuando lo haces 170 veces te puede aburrir, entonces ya te quedan pocos desafíos" y además "el cuerpo humano va perdiendo facultades y flexibilidad", afirma.
Nacido en Los Pinos, un barrio popular de La Habana, Acosta no reniega de su origen, sino que trata de volver constantemente a él. "No perderse" es su meta y seguir siendo el "mulatico" que adora casi con gula los mangos y guayabas. "Queda mucho de ese mulatico", añade.
"La añoranza y la soledad han sido quizás mis mejores amigas, y la clave de mi éxito, porque toda esa añoranza por Cuba y esa soledad es lo que yo imprimo en mi arte, y por eso es que a la gente le llega", sostiene.
En 1991, primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba, Acosta trabajó de 1993 a 1998 con el Houston Ballet de Estados Unidos, y de ahí saltó al Royal, al parecer su última escala en la escena.
En su autobiografía 'Sin mirar atrás', próxima a editarse en Cuba tras publicarse en el Reino Unido, cuenta que es el undécimo hijo de un hombre que vendía frutas en un camión para alimentar a su familia y quien lo obligó a entrar a la escuela de ballet.
Su objetivo personal con la presentación del Royal en La Habana "es que la gente vea lo que se está haciendo, que se puede hacer más y que debemos esforzarnos en llegar a otro nivel", porque "el arte sigue evolucionando" y "Cuba tiene que ser parte de esa vorágine", dijo. Está convencido que el Ballet de Cuba debe renovar su repertorio e incorporar nuevas tendencias.
En el debut del Royal en La Habana, Acosta bailó 'El Corsario' con la española Tamara Rojo, lo que considera "un regreso (artístico) a casa".
En el pináculo de la fama y de su carrera, Acosta ya comienza a pensar en su retirada como bailarín y en permanecer en la danza como maestro. Quiere hacer además lo que la dedicación al arte no le ha permitido. "Quiero tener mi familia, y quiero tener la oportunidad de hacer turismo, ir a Egipto, conocer las pirámides, los edificios insignias, la cultura de otra gente y seguir ayudando a Cuba y seguir aportando, a mí lo que más me inspira es mi pueblo, mi gente", asegura.
Toda su vida cubana transcurrió en la revolución que guió Fidel Castro durante 48 años y ahora su hermano Raúl, tras la retirada del líder por problemas de salud.
Interrogado sobre la realidad de la isla, Acosta responde con mesura: "el individuo cambia, va cambiando con la edad, y bueno los países también, y yo creo que estamos en un buen momento".
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