Por M. H. Lagarde
Las constantes irregularidades en la entrega del dinero que financia la contrarrevolución cubana por parte del gobierno de Estados Unidos deja cada día más al descubierto la subordinación al gobierno de Washington de la llamada “disidencia” cubana.
Los “disidentes”, que hasta hace poco negaban una y otra vez el haber sido engendrados y mantenidos por el gobierno estadounidense, ahora no guardan la forma para reclamar, casi a gritos, el salario que les corresponde por servir como mercenarios de una potencia extranjera.
El último caso es el de tres organizaciones de “disidentes” que acaban de pedirle en una misiva al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, “que garantice la llegada de la ayuda de Washington a la oposición interna en la isla o, si no, que destine los fondos a otros objetivos”.
"Si el Gobierno de EE.UU. no puede garantizar en lo adelante que la ayuda para la promoción de la democracia en Cuba llegue realmente, de manera prioritaria, al principal escenario, es decir, al interior de nuestro país, entonces será mejor retirar esos fondos y emplearlos en otros objetivos", dice una carta que le será entregada a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, centro que hasta ahora ha fungido como el puesto de mando del reclutamiento y entrenamiento de los llamados “disidentes”.
La reciente misiva está firmada por los grupos Todos Unidos, Unidad Liberal de la República de Cuba y Agenda para la Transición, pero no es esta la primera vez que problemas con la distribución del dinero generan este tipo de protestas. Hace poco sucedió otro tanto con parte del dinero que debía llegar a la Isla para financiar las actividades de los llamados bibliotecarios independientes.
Según un estudio de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), organización terrorista de Miami, menos del 17 por ciento de los 70 millones de dólares distribuidos desde 1996 por la administración estadounidense para impulsar la democracia en Cuba "fueron usados para asistencia directa a la isla".
De igual forma, un informe de la Oficina de Supervisión del Gobierno norteamericano confirmó en 2006 irregularidades en el uso de parte de esos fondos enviados a grupos de la oposición cubana entre 1996 y 2005 por la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) y el Departamento de Estado.
El desespero por la plata es tal, que los mercenarios hasta se han olvidado su otrora muy pregonada condición de independientes: "La asistencia al pueblo de Cuba por parte de las naciones democráticas es un propósito totalmente legítimo", aseguran en la misiva.
La carta no está exenta de cinismo. Además de cuestionar con el mayor desacato al gobierno por su mala administración de los fondos: "Funcionarios en Washington no han sido capaces de asegurar una utilización eficiente y adecuadamente supervisada de esa asistencia", develan, con total desvergüenza, el hecho que: "Resulta escandaloso y fraudulento que la mayor parte de dichos recursos, que provienen del contribuyente norteamericano, salvo honrosas excepciones, se ha gastado o malgastado de manera caprichosa e irresponsable".
Es precisamente el ciudadano de a pie norteamericano el que durante medio siglo ha financiado, y a veces hasta enriquecido, a pequeños sectores inescrupulosos de la sociedad cubana para quienes la industria de la contrarrevolución, montada y financiada y mantenida por sucesivas administraciones del gobierno de Estados Unidos, ha resultado ser una suerte de gallina de los huevos de oro.
El actual presidente Barack Obama no debería prestar oídos sordos al reclamo de los llamados disidentes cubanos. En sus manos está destinar “esos fondos a otros objetivos”. La mejor manera de hacerlo sería la de devolvérselos a su legítimo dueño. El pueblo norteamericano que, víctima de sucesivas estafas, hoy sufre por el azote de la crisis financiera.
Robo en la CIA
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