Por Enrique Ubieta Gómez
En un reciente artículo político, Rafael Rojas vuelve a emplear una oposición –es adicto a las oposiciones-, que oscurece y desvirtúa su mensaje, aún antes de entrar propiamente en materia: historiadores críticos versus historiadores oficiales. ¿Qué es ser oficial? Para Rojas, por supuesto, compartir una concepción revolucionaria del mundo, absolutamente en desventaja con respecto a la que sustentan los grandes medios de construcción del pensamiento global. El cartelito de oficial y de no oficial se endilga según la relación de apoyo o de enfrentamiento que se asuma frente a un gobierno alternativo que pelea solo (o casi solo) en un mundo totalitario. Se acusa a un escritor cubano de recibir un salario por trabajar en una institución del estado revolucionario de su país, y se pasa por alto que un escritor reciba un salario de una trasnacional, cuyas ganancias triplican la de ese pequeño estado o incluso, a veces, de un estado imperialista que ha sido –como puede leerse en libros de historia escritos por autores liberales como Emilio Roig o Ramiro Guerra y publicados mucho antes de que triunfara la Revolución-,enemigo histórico de su país. El poder de un pequeño estado que pelea a contracorriente es poder, mientras que el Poder de las grandes trasnacionales esté o no representando a estados nacionales, no es poder.
Quisiera detenerme en un tópico bastante manido: el nacionalismo cubano. Contrario a los esquemas con los que Rojas suele resolver cuestiones prácticas que se le tornan insolubles, Cuba es el país menos nacionalista del hemisferio. Si revisamos la obra de José Martí, veremos que el término de nación aparece poco, y en usos puntuales. Martí hablaba de Patria y añadía, que “es Humanidad”. Su periódico no se llamó La Nación, sino Patria. Y su Partido no fue Nacionalista, ni Independentista, sino Revolucionario, para libertar a Cuba y a Puerto Rico, e impedir que el Imperialismo de marras, “cayera con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”. El máximo Jefe del ejército independentista cubano fue, como todos saben, un dominicano, Máximo Gómez. Y uno de los comandantes guerrilleros más venerados, argentino. No tengo que decir su nombre. Según leyes mexicanas vigentes hasta hace poco, si uno de los padres de un mexicano era extranjero, éste no podía ocupar la Presidencia del país. Una ley que hubiese inhabilitado a José Martí y a Fidel Castro. Ningún cubano piensa que Alejo Carpentier era extranjero, a pesar de que su madre era rusa y su padre francés; ni que Fernando Ortiz era menorquín porque su padre lo fuera y él aprendiera primero esa lengua antes que el castellano.
Si arremete contra el supuesto nacionalismo cubano no es porque defienda una concepción internacionalista. Rafael Rojas habla, lamentablemente, desde el mirador de los poderosos. A pesar del humo academicista es un portavoz del Poder Global. ¿Eso no es ser oficialista? Por eso puede escribir, sin sonrojarse, estas líneas: “No es cierto que haya actores ''antinacionales'' en la historia de Cuba, como tampoco es cierto que haya ''anticubanos'' en la oposición y el exilio de hoy. Negar la pertenencia del autonomismo, el anexionismo o cualquier otra corriente política de la colonia o la república, al proceso plural de construcción de la nacionalidad, no es más que justificar el totalitarismo en el presente de la isla”. Con las que estoy de acuerdo. El nazismo y el marxismo liberador son corrientes que nacieron en Alemania, aunque expresan tendencias opuestas del espíritu humano. De alguna manera recibieron el influjo y se nutrieron de tradiciones germanas y universales. Sí, ambas pertenecen a la cultura alemana. Y a la cultura, sin apellidos. ¿Era más alemán Marx que Hitler? Pregunta absurda. Pero los alemanes –y todos los seres humanos--, tenemos que cuidarnos del nazismo, de los Hitleres que se incuban en la cultura contemporánea.
No es mi propósito –espero que ningún lector carente de verdaderos argumentos intente escapar por esa tangente-, comparar el autonomismo y el anexionismo decimonónicos con el nazismo. La comparación persigue solo descalificar la traquiñuela retórica de enarbolar como justificación la cubanía de unos y otros. ¿Y qué? Esas tendencias tuvieron su razón histórica y la perdieron. La Revolución defiende la integridad y la soberanía de la nación cubana frente al imperialismo norteamericano, porque tiene un proyecto alternativo de país (que es orgánico con su internacionalismo revolucionario). Rojas defiende el “nacionalismo suave”, incluso el autonomismo y el anexionismo “en la oposición y el exilio de hoy”, porque tiene otro proyecto de país (que es orgánico con los intereses trasnacionales). Nosotros queremos que desaparezcan algún día los estados nacionales –estamos convencidos de que eso sucederá-, para construir una federación humana más justa, más equitativa, más solidaria. Y apostamos por el ALBA. Ellos quieren que desaparezcan los estados nacionales –o como suelen decir para protegerse tras los cristales de la Academia: “no es que querramos, solo constatamos”-, para que los más pequeños, los más débiles, sirvan a los más grandes, a los más fuertes. Y apostaron por el ALCA o por los TLC. No sé si pueda decir que con ello traicionan “a la Nación” cubana, pero sí puedo decir que traicionan a los cubanos. ¿Y ellos, son o no son cubanos? Claro que son cubanos. Ese es el peligro que la Patria incuba dentro de sí. De eso se trata. Lo demás es pura retórica.
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