Por M. H. Lagarde
Además de quién será el vencedor en las próximas elecciones de Estados Unidos, otra de las grandes incógnitas del suceso que tendrá lugar el próximo 3 de noviembre es si los partidarios de un bando o de otro aceptarán tranquila y democráticamente los resultados.
Hace solo unos días, una encuesta de la agencia Reuters determinó que "más de cuatro de cada diez partidarios del presidente Donald Trump y de su rival demócrata Joe Biden dijeron que no aceptarían el resultado de las elecciones de noviembre si su candidato pierde".
Según el sondeo, un 43% de los partidarios de Biden no aceptaría una victoria del mandatario republicano, mientras que un 41% de quienes quieren reelegir a Trump no aceptarían una victoria del exvicepresidente demócrata.
Para dar a conocer su descontento, el 22% de los partidarios de Biden y el 16% de los partidarios de Trump aseguraron que participarían en protestas callejeras o, incluso, en actos de violencia, si su candidato pierde.
La incertidumbre de lo que pudiera pasar una vez dados a conocer los resultados ha sido provocada por las reiteradas advertencias de los funcionarios de seguridad que afirman que Rusia e Irán han intentado vulnerar los sistemas de votación de Estados Unidos y han buscado formas de socavar las elecciones y, sobre todo, por las reiteradas alarmas lanzadas por el actual presidente de que el proceso está “arreglado” y de que una mayor votación por correo este año aumentará la probabilidad de fraude electoral.
Mientras algunos analistas aseguran que la polarización actual de la sociedad norteamericana, debido a temas como el tratamiento que el gobierno le ha dado a la epidemia de COVID-19 y el persistente racismo, puede desembocar en una situación explosiva, otros se muestran menos pesimistas.
Tal es el caso de Donald Green, cientista político de la Universidad de Columbia, quien, basado en la encuesta de Reuters, dijo que los resultados del sondeo alivian sus preocupaciones sobre hechos de violencia después de las elecciones, aunque no descartó: "que si las elecciones son reñidas, o si un candidato puede presentar una denuncia creíble de fraude electoral, podría provocar un mayor descontento y protestas de lo que sugiere la encuesta".
UN POCO DE HISTORIA
Otro de los optimistas es Alexander Cohen, profesor asociado de Ciencia Política de la Universidad de Clarkson, Nueva York, quien acaba de publicar un artículo en The Conversation sobre las seis veces que las elecciones han sido impugnadas en ese país.
Según el artículo del experto Cohen:
-“En 1800, Thomas Jefferson y Aaron Burr recibieron el mismo número de votos del Colegio Electoral. Debido a que ningún candidato ganó una clara mayoría del voto electoral, la Cámara de Representantes se adhirió a la Constitución y convocó una sesión especial para resolver el empate por votación. Tuvieron que realizar 36 encuestas para otorgarle a Jefferson la victoria, que fue ampliamente aceptada.
-“En 1824, Andrew Jackson ganó la votación popular contra John Quincy Adams y otros dos candidatos, pero no obtuvo la mayoría necesaria del Colegio Electoral. Una vez más, la Cámara Baja, aplicando un procedimiento en la Constitución, seleccionó a Adams como ganador sobre Jackson.
-“La elección de 1876 entre Rutherford B. Hayes y Samuel Tilden fue impugnada porque varios de los estados del Sur no pudieron certificar claramente un ganador. Esto se resolvió a través de negociaciones interpartidistas conducidas por una comisión electoral establecida por el Congreso. Mientras Hayes llegó a la presidencia, se le hicieron concesiones a los estados del Sur que, efectivamente, pusieron fin al período de Reconstrucción.
-“La contienda entre el demócrata John F. Kennedy y el republicano Richard Nixon en 1960 estuvo plagada de denuncias de fraude, y los simpatizantes de Nixon presionaron agresivamente para que muchos estados hicieran recuentos. Al final, Nixon aceptó la decisión a regañadientes, en lugar de arrastrar el país a un malestar civil durante las intensas tensiones de la Guerra Fría entre EE.UU. y la Unión Soviética.
-“En 2000, el candidato republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore se vieron envueltos en una disputada votación en Florida. La Corte Suprema puso fin a un recuento y Gore concedió la derrota públicamente, reconociendo la legitimidad de la victoria de Bush diciendo: "Mientras estoy firmemente en desacuerdo con la decisión de la Corte, la acepto".
Y solo, aclara el académico, la impugnación de la elección de 1860 culminó en una guerra.
"Después de que Abraham Lincoln derrotara a otros tres candidatos, los estados del Sur simplemente rehusaron reconocer los resultados. Consideraron ilegítima la elección de un presidente que no protegiera la esclavitud e ignoraron los resultados de la elección".
"Solo fue a través de la profundamente sangrienta Guerra Civil que Estados Unidos se mantuvo intacto. La disputa por la legitimidad de esta elección, basada en las diferencias fundamentales entre el Sur y el Norte, costó 600 000 vidas estadounidenses".
ELECCIONES 2020
La preocupación de lo que pudiera pasar después de este tres de noviembre, además de la reiterada denuncia del actual presidente sobre un posible fraude y sus declaraciones de que no aceptará una derrota, se fundamenta también en el antecedente de que, durante la campaña presidencial de 2016, el entonces candidato Donald Trump rehusó comprometerse a aceptar los resultados adversos de las elecciones.
Vale recordar que en ese entonces su asesor de campaña era Roger Stone, quien, además de haber sido el personaje más joven implicado en el caso Watergate y exasesor de la campaña de Ronald Reagan, fue, según se vanagloria en un documental de Netflix, Get Met Roger Stone, el principal protagonista del "asalto" al voto demócrata en las elecciones de la Florida del año 2000.
Roger Stone
De acuerdo con Stone, fue él quien, desde finales de los años 80, le insistió a Trump para que se postulara como presidente y, desde entonces hasta ahora, ha sido uno de sus partidarios más fervientes, aun cuando el consultor político conservador y cabildero abandonó abruptamente la campaña en 2015 en circunstancias turbias: Trump dijo que despidió a Stone y Stone dijo que renunció.
No obstante, la huella del inescrupuloso Stone en Trump es indiscutible, especialmente en la proyección política del magnate. Trump da la impresión de seguir al pie de la letra algunas de las reglas de su instructor: “la de que es mejor ser infame que nunca ser famoso”, la de creer que “los votantes, los que carecen de cultura, no pueden diferenciar entre el entretenimiento y la política”, y la de que “para comunicarse en política es necesario ser escandaloso”. Para Stone, simplemente, no importa “lo que se dice, sino el cómo se dice”.
En noviembre de 2019, Roger Stone fue acusado bajo la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre los tratos de la campaña de Trump con Rusia, y sentenciado a 14 meses en una prisión federal, pero Trump intervino y conmutó su sentencia a última hora en julio pasado.
Según una nota publicada hace solo unos días en el sitio Mailonline, no obstante: "Stone sigue siendo un miembro destacado del círculo íntimo de Trump, sirviendo como asesor informal del presidente".
Otra referencia reciente lo sitúa en el documental 537 votos, dirigido por Billy Corben, quien se convirtió en noticia al afirmar que teme que su obra sobre el caos vivido en Florida durante el recuento de votos en las elecciones de 2000, que llevaron a George W. Bush a la Casa Blanca, sea un "prólogo" de lo que puede pasar en las presidenciales del 3 de noviembre.
En el documental de HBO, estrenado el pasado viernes, se oye al duro de Roger Stone decir: "Se hacen elecciones para ganarlas".
¿Reaparecerá, 20 años después, el "fantasma" de Roger Stone en el conteo de los votos en Florida? Y si es así, ¿qué pasará en EE.UU. después de este 3 de noviembre?
Nadie sabe. Lo que sí es seguro es que de lo que ocurra depende, en buena medida, lo que resta de credibilidad de la muy impugnada democracia americana.
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