lunes, 11 de noviembre de 2019
El mundo contra el bloqueo y la derrota de los nuevos acólitos de EE.UU.
Por M. H. Lagarde
Como viene ocurriendo desde 1992, Cuba volvió a alcanzar una rotunda victoria en la ONU durante la presentación del proyecto de Resolución contra el bloqueo de EE.UU. a Cuba ante la Asamblea General de ese organismo. 187 países votaron a favor de poner fin al genocidio que, desde hace casi sesenta años, Estados Unidos perpetra sobre la Isla.
Lo novedoso en esta ocasión, sin embargo, fue que, a los sempiternos votos de Estados Unidos e Israel, se sumó el de Brasil, mientras Ucrania y Colombia eligieron abstenerse.
Para justificar la postura de Brasil, que durante 27 años votó invariablemente a favor de Cuba, el actual presidente de ese país, Jair Bolsonaro, dijo ayer:
«Es la primera vez que Brasil acompaña a Estados Unidos en la cuestión del embargo a Cuba.(...) Nosotros estamos a favor del embargo a Cuba; a fin de cuentas, ¿aquello no es una dictadura?»
De igual forma, el actual ministro de Relaciones Exteriores de ese país, Ernesto Araújo, defendió el cambio de la posición histórica de la diplomacia brasileña como una «defensa de la verdad».
Sumisión lacaya a la actual administración norteamericana aparte, la verdad es que el actual presidente brasileño, en más de una ocasión, ha dejado constancia de su deseo de reinstalar una dictadura militar similar a la que gobernó ese país luego del golpe de Estado a João Goulart, en 1964.
En más de una ocasión, Bolsonaro ha alabado como héroes nacionales a los militares que, en el período dictatorial de 1964 a 1985, fueron responsables del aparato gubernamental que puso en práctica métodos represivos tales como secuestros, cárceles privadas, torturas, asesinatos y ocultación de cadáveres.
Según la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la República, durante el gobierno de Lula da Silva, 475 personas murieron o desaparecieron por motivos políticos en aquellos años, número que puede ser mayor, si se tiene en cuenta la extensión territorial de Brasil, la ausencia de estudios estadísticos, el elevado número de peticiones de indemnización, la no inclusión de algunas personas en la lista de desaparecidos, o el rechazo a incluir a aquellos cuyos familiares no hicieron denuncia.
De igual forma, en la votación de ayer en la ONU resultó llamativo el estreno de Ucrania como satélite estadounidense. Como se sabe, ese país juega ahora mismo un papel protagónico en el posible impeachment del presidente Donald Trump. Según declaraciones de testigos, Trump condicionó, mediante el chantaje, la entrega de ayuda estadounidense a que Ucrania investigara públicamente a Joe Biden, adversario político de Trump, al hijo de Biden y a otros demócratas.
Habría que ver, en esta ocasión, a cambio de qué Estados Unidos consiguió la abstención de esa república exsoviética.
Igual de significativo fue el debut de Colombia, nación a la que, si Estados Unidos realmente estuviese interesado en la defensa de los derechos humanos en algún lugar del mundo, hubiese bloqueado desde hace mucho.
Según un balance elaborado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el Alto Comisionado ONU dado a conocer ayer, en materia de asesinatos de activistas defensores de los Derechos Humanos en América Latina, Colombia es el país que acumula la mayor cantidad de crímenes, con un total de 63 casos.
Dichas cifras, asegura la misma fuente, resultan menores, si se comparan con las que manejan otras instituciones al interior de ese país.
La Oficina de la ONU para los Derechos Humanos no solo tiene el registro de esos crímenes, sino que adelanta el «proceso de verificación» de otros 43 asesinatos «donde se presume que la víctima era defensor o defensora de derechos humanos. Los casos ocurrieron en 19 de los 32 departamentos que tiene Colombia y corresponden al período entre el 1 de mayo y el 30 de septiembre», apunta la agencia ANSA.
En fin, que como demostró la votación a favor de Cuba, las mentiras defendidas por la embajadora de Estados Unidos en la ONU, Kelly Craft, no engañan a nadie. La contundente victoria cubana, al recibir el apoyo de la gran mayoría de los países del mundo, fue inversamente proporcional a la derrota de Estados Unidos y los nuevos acólitos de la actual dictadura fascista mundial.
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