jueves, 24 de marzo de 2016
El futuro de «esperanza» que propone Obama para Cuba
Por M. H. Lagarde
Como el pasado martes fui uno de las decenas de miles de cubanos que presenció el juego entre el equipo de las Grandes Ligas estadounidense Tampa Bay Rays contra el equipo Cuba en el Estadio Latinoamericano de La Habana, por elementales y lógicas razones organizativas, no pude presenciar en vivo el discurso ofrecido por el presidente Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana.
No obstante, su discurso televisado en vivo y en directo para toda Cuba, como las demás intervenciones del presidente norteamericano durante su presencia en la Isla, puede verse en la página de Youtube del Minrex, institución que transmitió en streaming todo el programa oficial de la visita.
Como bien anunció a bombo y platillo su asesor Ben Rhodes, las palabras de Barack Obama resultaron, de hecho, históricas.
Quién iba a pensar hace solo unos pocos años que un presidente de Estados Unidos pronunciaría un discurso en pleno centro de La Habana, que sería transmitido en vivo por la televisión nacional, para nada menos que ofrecerle al pueblo de Cuba un «futuro de esperanza».
«Es ya hora de dejar atrás el pasado —ha dicho el presidente—, ha llegado el momento de que miremos juntos hacia el futuro (en español), un futuro de esperanza».
¿Pero qué futuro y esperanza es el que desea realmente Obama para Cuba?
Según dijo el presidente estadounidense en su discurso del Gran Teatro, él ha exhortado al Congreso a eliminar el embargo porque «es una carga obsoleta sobre el pueblo cubano. Es una carga para los estadounidenses que quieren trabajar y hacer negocios o invertir aquí en Cuba. Es hora de levantar el embargo».
Pero según se entiende de sus propias palabras, el muro, al parecer, solo caerá para aquellos «emprendedores» que abracen el trabajo por cuenta propia, y no para el sector estatal, que ha logrado los avances en Educación y Salud que él mismo reconoce. En el foro con los cuentapropistas, el presidente fue más que directo y entusiasta para ofrecerle un mercado y toda la ayuda necesaria a una pequeña empresa que diseñaba camisetas, pero divagó en extremo cuando alguien le propuso negociar con los logros de la biotecnología cubana, que podrían beneficiar la salud del propio pueblo norteamericano.
Habría que preguntarse si, después de tales cambios que el presidente —que no quiere imponernos nada— sugiere, los cuentapropistas que él promueve, «esperanza de la juventud», seguirán beneficiándose gratuitamente de los logros de la Salud y la Educación que les proporciona el Estado y que él mismo reconoce.
Una fundamental doctrina de todos los imperios a través de la historia ha sido la del «divide y vencerás». Los Estados Unidos han resultado expertos en crear países y ciudades vitrinas.
Ahí están como ejemplo Berlín Occidental, las dos Coreas y la propia Miami, a la que el presidente norteamericano citó como ejemplo de prosperidad. ¿Será que después de medio siglo de brutal bloqueo, Estados Unidos pretende ahora, con su ayuda al fomento del capitalismo, construir otro Miami ya no a noventa millas de nuestras costas, sino dentro de la propia Cuba?
«Debiera ser más fácil abrir un negocio aquí en Cuba. Un trabajador debiera poder conseguir un trabajo directamente con las empresas que invierten aquí en Cuba», dijo Obama. ¿Estará hablando de maquiladoras con mano de obra ilustrada?
En cuanto a los llamados derechos civiles, ¿qué cambios nos propone Obama? ¿El reconocimiento de una oposición financiada y entrenada en su país? ¿Las millonarias facturas de la USAID o la mal llamada Radio Martí, dedicadas a alentar la subversión en Cuba, forman parte también de la sombra de la historia que él no quiere recordar? Yo, como todos los cubanos, dignos y patriotas, estoy plenamente de acuerdo con Obama en que todos «los ciudadanos deben tener la libertad de decir lo que piensan, sin miedo de organizarse y criticar a su gobierno». De hecho, según un chiste popular, todos los cubanos realizan ese ejercicio por lo menos 15 minutos al día. Con lo que no está de acuerdo el pueblo de Cuba es con tener que asumir los ideales de un grupúsculo pagado por la potencia extranjera que ahora resulta que nada quiere imponernos. Por cierto, con algunos de esos asalariados fue a reunirse el presidente de Estados Unidos al finalizar su discurso. En materia de derechos civiles, en realidad Obama debía felicitar al gobierno cubano por su exceso de condescendencia y paciencia.
A propósito de la separación familiar, ni el presidente ni su melodramático asesor de discursos tienen idea de lo realmente dolorosa que resulta para millones de cubanos. Pero la política del bloqueo, a pesar de los nuevos deseos de Obama, impuesta para crear necesidades económicas y el descontento, no precisamente forma parte también de las sombras de la historia, como tampoco lo es la Ley de Ajuste Cubano, que beneficia al emigrante cubano sobre el resto del mundo, y cuyo único fin es el de alentar regatas de la muerte en el Estrecho de la Florida u oleadas migratorias en Centroamérica, que sirvan para atacar mediáticamente a la Revolución cubana.
En lo que respecta a la democracia, al presidente de Estados Unidos debía darle vergüenza recomendarle a alguien la de su país, si, como él mismo reconoce, tantos defectos tiene. ¿Será también parte de las sombras de la historia que Estados Unidos ha tratado y sigue tratando de imponer, de todas las maneras posibles, su fracasado modelo en todo el mundo? El aceptar la prepotencia yanqui, por lo visto, no está contemplado en los cambios que nos propone Obama. ¿Quién lo habrá convencido de que él, un niño mestizo y sin mucho dinero, ocupa el «más alto cargo de la tierra»? Por fin, ¿qué? ¿Vamos a construir un mundo donde todos somos iguales o donde unos están por encima de los otros?
En el caso de Cuba, Obama, si realmente quiere dejar atrás el pasado y cultivar una rosa blanca, debía bajarse de esa nube de prepotencia. Algo que no se consigue, por cierto, solo diciendo «qué bolá» ni jugando dominó en La Habana.
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